Vox: un partido a contracorriente
Con nuestro voto debemos decidir en qué tipo de país queremos vivir y en qué condiciones consideramos que nuestra vida tiene sentido y merece la pena luchar por ella
Vox inicialmente surgió para tratar de ofrecer una alternativa a los votantes de la derecha que pensaban que el Partido Popular estaba incumpliendo manifiestamente sus promesas electorales y que se consideraban huérfanos de una verdadera representación política. Con el paso del tiempo Vox ha ido transformando y puliendo su ideario político como un partido que podríamos denominar «a contracorriente» del panorama político imperante. Es por eso que resulta ser un partido, las más de las veces, molesto, incluso antipático para muchos, pues cuestiona abiertamente los consensos que se han ido estableciendo entre la derecha ( PP ) y la izquierda ( PSOE ) durante las últimas décadas.
Cierto es que la aparición de Podemos, por un lado, y la manifiesta radicalización de los partidos nacionalistas por otro, han obligado a Vox a intensificar su divisa y condición de partido «a contracorriente» con más razón aún.
Su lejanía y crítica respecto del consenso «progre» ha llevado a que en la jerga política Vox sea considerado, por los sectores dominantes de los medios de comunicación y naturalmente por sus adversarios políticos, como un partido facha y ultra y en el mejor de los casos como un partido de extrema derecha. En el colmo de la desesperación y rabia un conocido comentarista de un medio de amplia difusión nacional ha llegado a denominar a Vox como un partido nauseabundo. ¿Cabe mayor desprecio y dislate?
Así Vox recibe a diario toda clase de epítetos y descalificaciones, cuando en realidad es un partido que defiende sin fisuras el Orden Constitucional, la Monarquía Parlamentaria y mantiene una relación fluida con algunos de los más importantes partidos democráticos de la Unión Europea que han alcanzado la Presidencia del Gobierno en sus países y que naturalmente es ridículo que todos ellos puedan ser calificados de fachas y ultras. No se quiere admitir que en la actual Europa está surgiendo un movimiento crítico de rectificación de lo que han venido defendiendo y representando los partidos democristianos y socialistas durante estas últimas décadas, de ahí el caudal de descalificaciones que lanzan esos sectores a partidos como Vox y grupos políticos afines.
Es menester mencionar que una buena parte de los desvaríos en que ha entrado la política española se debe a la llegada de Podemos al Gobierno de la nación poniendo en órbita una desbocada política ideológica que ha generado una reacción de la sociedad española que Vox está sabiendo interpretar adecuadamente.
Considerar el aborto como un derecho; impulsar la eutanasia como una medida benévola para hacer frente al sufrimiento que padecen algunos enfermos terminales; vitorear al colectivo homosexual imponiendo símbolos y festejando públicamente sus deseos de exhibición; introducir políticas de cambio de sexo a voluntad por parte de criaturas en período de formación de su personalidad y en fin, tratar de adoctrinar descaradamente en las escuelas a niños menores de edad con lecciones de dudoso gusto por encima de la voluntad de sus padres, no es raro que esté produciendo una lógica reacción en una buena parte de sectores afectados por estas desvergonzadas medidas.
El aborto, en realidad, es una desgracia y hasta a veces una tragedia que no puede confundirse con un derecho por mucho que lo pueda convalidar nuestro propio Tribunal Constitucional, al servicio del Gobierno actual. La eutanasia supone dar vía libre al suicidio y hasta al homicidio a la carta cuando pretendiendo evitar sufrimientos al paciente no se quiere reconocer que hoy día existen métodos suficientemente probados para impedir efectivamente que esos enfermos sufran sin remedio a través de cuidados paliativos perfectamente vigentes en la práctica médica actual. Tratar de imponer cuotas para que las mujeres tengan plazas aseguradas en las listas electorales, en los Consejos de administración de las grandes empresas y otros puestos de resonancia en la vida social puede llevarnos a que eso mismo reclamen, cualquier día, los gays, transexuales y otros grupos afines que demanden las mismas cuotas y derechos para sus respectivos colectivos. Irrumpir en los colegios por parte de activistas pro LGTBI para adoctrinar a los niños contra la voluntad de sus padres resulta anticonstitucional a todas luces.
Ha sido ciertamente Podemos quien ha impuesto en el Gobierno de coalición su programa y pretensiones varias con el aplauso manifiesto del PSOE y la tibia oposición, cuando no acatamiento, de los dirigentes del PP que piensan que en su pretensión de conquistar el centro político deben mostrarse conciliadores con las propuestas que habitualmente impone la izquierda.
Queda solamente Vox, que alza su voz y nada a contracorriente, recibiendo por ello la censura y descalificación de la mayoría del establishment mediático e intelectual del país y la pasiva y complaciente actitud de una buena parte de la derecha, que prefiere no meterse en lo que ellos llaman líos ideológicos y culturales, aspirando simplemente a que el Partido Popular gestione aseadamente los caudales públicos y permita a sus votantes una vida sin sobresaltos con la menor presión fiscal posible y alejada de todo compromiso que suponga riesgo y desgaste innecesarios.
Este es quizás, a mi modo de ver, el tema de más largo alcance que se ventila en las elecciones generales del próximo 23-J. Con nuestro voto debemos decidir en qué tipo de país queremos vivir y en qué condiciones consideramos que nuestra vida tiene sentido y merece la pena luchar por ella. Nos estamos jugando, sin darnos cuenta, un modelo de sociedad que ha de condicionar el modo de vida de las siguientes generaciones. Ahí es nada.
- Ignacio Camuñas Solis fue ministro para las Relaciones con las Cortes (1977-1979)