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en primera lineaJuan Van-Halen

Las expectativas

Soy veterano y saltan mis alertas en cuanto me descuido y aún sin descuidarme. No poco de lo ocurrido se ha debido a errores de bulto

Negué en estas páginas el riesgo de pucherazo, que nos lleva a otra época, pero Sánchez, que según él nunca se equivoca y goza de vara alta ante el Olimpo, al anunciar la fecha de las elecciones generales adelantó que le acusarían de pucherazo. Y contra todas las encuestas aseguró una y otra vez que las ganaría. Para él ganar las elecciones no es tener más escaños que los demás sino contar con una base para situar la pértiga que le ascienda a la formación de un Gobierno, de cualquier Gobierno, sea con quien sea. ZP ya dijo en un mitin que habría sorpresa; otro que habla con el Olimpo desde su infinito. Y eso sucedió el domingo. Sánchez se consideró vencedor ante gritos tan anacrónicos como «no pasarán». Lo que ya resucitó ZP.

Si yo fuese Feijóo –supongo que lo estará pasando mal y lo siento no sólo políticamente; también por el conocimiento de años– haría comprobar todas las actas de las mesas electorales firmadas por sus interventores y las compararía con las remitidas por la empresa, por cierto amiga y con cúpula recientemente renovada, encargada de la gestión informática. No me apunto a la manía conspiranoica pero me extraña, como ciudadano, que todas las encuestas se equivocasen cuando esas tareas demoscópicas se hacen a miles de personas distintas, en diferentes fechas y en toda España. Esa coincidencia a distancia para anunciar un voto distinto al que luego emiten es raro. Y no digo más.

Lu Tolstova

El PP hizo una campaña regular. Feijóo se entregó a lo largo y ancho de España a menudo con tres mítines al día, pero no bastó. Puedo asegurar que cuando figuré, en compañía de personas rigurosas, en equipos electorales de campaña lo del «verano azul», con Sémper descalzo en una playa de pega, no se hubiese producido, ni el candidato se hubiese rectificado a sí mismo por un matiz en el asunto de las pensiones –si siempre fue según el IPC o unas veces sí y otras no–, mientras su principal adversario político se mantuvo rampante en la mentira y sólo admitió el error de negar el peaje en las autovías para asegurar que no lo pondría en práctica pese a ser propuesta de su Gobierno, y lo hizo tras la denuncia de la UE.

Soy veterano y saltan mis alertas en cuanto me descuido y aún sin descuidarme. No poco de lo ocurrido se ha debido a errores de bulto. Por ejemplo, en Cáceres y Badajoz el primer partido ha sido el PSOE, por poco pero el primero. No creo que sean ajenos los tiras y aflojas de María Guardiola, por cierto elegida por Egea en la etapa pre-Feijóo, que contrarió, o al menos sorprendió, a una parte del electorado que, pasado desde el voto socialista, no esperaba trifulcas de parvulario. Extremadura, salvo en las elecciones de 2011, siempre tuvo gobiernos del PSOE. Igual que no entiendo la urgencia en llegar a pactos de gobierno en Comunidades en las que el pacto estaba asegurado. Estirar los tiempos hubiese dejado al socialismo sin algunos argumentos machacones. Compárese con la astucia, llamémosla así, de María Chivite en Navarra. Sabe que necesita a Bildu pero congeló los pactos hasta después de las elecciones.

Las expectativas no se han cumplido. ¿Cómo no creer unas encuestas coincidentes, incluso tan cercanas en escaños estimados? Y de todas las empresas demoscópicas solventes. Salvo rarísimo error general las expectativas resultaban reales. Habrá que reflexionar qué pasó. Fui en una ocasión miembro del Jurado del Premio Cervantes y varias del Premio Reina Sofía. Me acojo a Juan Gelman, que ganó esos dos premios y sufrió en su sangre la dictadura argentina. Escribe: «Hay períodos de la historia, como el que atravesamos, donde las expectativas de cambio retroceden a zonas pantanosas. Pero la misma historia demuestra que hay flujos y reflujos y que la expectativa vuelve». Confiemos en ello.

He de referirme a las otras expectativas, a las de ahora. ¿Qué puede ocurrir? Sánchez, para desgracia del país, no es González ni Rubalcaba. Ni será leal ni seguirá los usos democráticos hasta ahora: que gobierne el más votado. Bloqueará al vencedor. Y luego hará su ensalada con los ingredientes que se le ofrezcan, incluso traerá en Falcón a Puigdemont y le indultará. No mentirá; serán cambios de opinión. Y me temo que, en paralelo, convoque referéndums en el País Vasco y Cataluña. Para apañar la Constitución ya está Conde Pumpido. Feijóo hace bien adelantando que ante el Rey anunciará su intento de investidura. No se entendería que no lo hiciese. Si el PNV fuese inteligente aprovecharía la ocasión para quitarse el aliento en la nuca a que le somete Bildu. Que valore los resultados del domingo en su tierra.

En coyunturas como ésta mi admiración por nuestro Rey constitucional crece. Conocerá sin duda quienes son algunos de los socios de Sánchez y no ignorará sus posiciones sobre la Constitución y la Monarquía. Municipios convertidos en republiquillas de atrezo, exclusión de la bandera nacional de los edificios oficiales, persecución al idioma común. A consentir todo eso y mucho más y de mayor gravedad lo considera Sánchez pacificar Cataluña. Algo parecido puede decirse del País Vasco. Si llega un ladrón a tu casa y le das lo que te pide y un abrazo, obviamente se pondrá contento y te devolverá el abrazo aunque te calles si te dice que lo volverá a hacer. Y nadie ignora que en sus sueños Sánchez se ve residiendo en el Palacio de Oriente tras la estela de Manuel Azaña aunque con mucho menos caletre.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando