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En primera líneaRamón Pi

«La derecha» es un invento de la izquierda

Los fascismos y el nazismo a lo que se parecen no es a la derecha, sino a la izquierda; y los «progres» de ahora en España se parecen mucho más a los fascistas y los nazis desde que han asumido las tesis y los modos de los partidos separatistas

Los que han cursado la ESO con regular aprovechamiento saben que los conceptos de izquierda y de derecha referidos a la política provienen de la distribución de los asientos de los revolucionarios y los partidarios del Antiguo Régimen, respectivamente, y después, con el correr de más de dos siglos, se han ido pervirtiendo los significados de ambos términos hasta llegarse a su significación actual, que unas veces quiere decir una cosa, y otras, otra completamente diferente.

Adolf Hitler y Benito Mussolini eran claramente lo que hoy llamaríamos de izquierdas: el primero llamó a su partido «Partido Nacional Socialista Obrero de Alemania» (una cosa exactamente igual, en versión alemana, que «Partido Socialista Obrero de España»). Mussolini, por su parte, era dirigente del partido socialista italiano y lo abandonó por estar en contra del internacionalismo de sus principales dirigentes. Pero en todo lo demás eran ambos netamente socialistas: partidarios de la igualdad frente a la libertad de los ciudadanos y los grupos sociales, defensores del Estado protagonista, intervencionista y absorbente, de la planificación desde arriba, de una policía eficaz y contundente.

Hasta tal punto fueron políticamente parientes de los comunistas, que los nazis establecieron un pacto entre la Alemania nazi y la Rusia soviética, pacto que no se rompió por cuestiones ideológicas, sino porque Stalin vio que al exitoso reparto de Polonia iba a seguir una política alemana de progresiva invasión de Europa, lo que convertía a Hitler de aliado en competidor, máxime cuando el dictador austríaco reveló su propósito de invadir la Rusia soviética, que «el general Invierno» se encargó de imposibilitar.

Lu Tolstova

Al extenderse la alianza contra Hitler entre los países europeos (con la excepción más relevante de España, que acababa de salir de una feroz guerra civil y envió una división de voluntarios que se apuntaron a «luchar contra el comunismo», perdedor en la guerra española), Stalin se unió a los aliados, para lo cual necesitaba marcar distancias con sus antiguos compadres, y entonces los comunistas se inventaron la «extrema derecha», un modo de mentir como llamar a la Alemania comunista «República Democrática Alemana». Los comunistas son unos expertos en el uso del lenguaje sin escrúpulos.

Maurice Duverger todavía no era un gurú académico de Europa y aún no había acuñado sus célebres definiciones descalificadoras de raíz del concepto actual de derecha («el centro es la derecha», «si alguien dice que no es de derechas ni de izquierdas, es de extrema derecha»), se limitaba en su juventud a considerarse de izquierdas y progresista, abrazando, como ahora todos abrazan, la acepción de la derecha inventada por Stalin y sus lacayos: la derecha y la derecha extrema son lo que no son ni socialistas, ni comunistas, ni progres.

Pero los fascismos y el nazismo a lo que se parecen no es a la derecha, sino a la izquierda; y los «progres» de ahora en España se parecen mucho más a los fascistas y los nazis desde que han asumido las tesis y los modos de los partidos separatistas: el PNV, la Eta, Esquerra Republicana y toda la ensalada de siglas derivada del pujolismo. Dicho de otro modo, todos los que no se pondrían contentos si España se balcanizase, si desapareciera del mapa como desapareció Yugoslavia, son la extrema derecha entre nosotros. Produce una mezcla de risa y pena ver al PNV o a los pequeños burgueses catalanes fundadores de los Círculos Católicos intentando aparentar ser partidos «progres». Pero estos nacionalismos ya se alinearon hace casi noventa años con los que resultaron ser protagonistas de una de las persecuciones de católicos más sangrientas del siglo XX. Y hoy el Partido Popular, cuya existencia conviene a los enemigos de la noción de España para aparentar que su soñada república sería una democracia, les hace dócilmente el juego porque sus dirigentes (y buena parte de sus militantes) no soportan que Vox haya aparecido para hacer bien lo que ellos estaban haciendo mal.

El riesgo que hoy por hoy corre Vox es que se convierta en el refugio de los verdaderos fascistas, y que no quede ningún partido donde puedan sentirse cómodos los demócratas liberales. Pero parece que andar en malas compañías es el sino de los demócratas liberales. Cuando la dictadura de Franco, los compañeros de viaje eran las izquierdas: comunistas, pro-chinos, anarquistas y demás «partidos de masas» que cabían en un taxi; si ahora Vox se convierte en un partido fascistoide, el triste sino se confirmaría una vez más.

  • Ramón Pi es periodista