El efecto Hiperión
En los últimos tiempos están tomándose unas medidas tan extrañamente desacordes que, cabe decir, que sus consecuencias son desconocidas e inesperadas. Las pretendidas soluciones de un día, no se sabe si al día siguiente conducirán a una situación estable o a un problema aún mayor
Las sondas espaciales han hecho que cada vez se sepa más del Universo y de nuestro sistema solar, que se disponga de fotografías sorprendentes de los cuerpos que lo componen. Se ha descubierto, así, que el planeta Saturno, cuyos anillos pueden observarse con un pequeño telescopio, tiene nada menos que 83 satélites, uno de ellos, Titán, el más grande del sistema solar. Los astrónomos, que los fueron descubriendo, les fueron asignando, a muchos de ellos, nombres procedentes de la mitología romana y griega.
Hiperión, apelativo de un príncipe aficionado a la Astronomía, fue el nombre que se eligió para un extraño satélite de Saturno. Su forma no es esférica. Es una especie de huevo, cuyo eje mayor mide 369 km y su eje menor 250 km. Está completamente agujereado, en las fotografías parece una esponja o un trozo de piedra pómez, lleno de agua congelada y de grutas y orificios. Lo más curioso de él, y a lo que posiblemente se debe que se le cite con frecuencia, es la forma en que se mueve, que resulta altamente irregular. Pertenece a la creencia popular el hecho de que los cuerpos celestes siguen un camino u orbita definido. Hiperión, sin embargo, viene a ser una excepción, basta que sufra pequeños impactos para que su movimiento cambie de manera impredecible. Se parece a una esas bolas emplumadas, con la que nos entretenemos en jugar golpeándola con una raqueta, tratando de evitar que caigan al suelo. Después de cada golpe no sabemos muy bien cómo va a moverse, ni cómo se moverá al golpe siguiente, lo importante será que no rebote en el suelo, mantenerla en el aire. La bola se bambolea, anda a trompicones, de un modo caótico. Es lo que viene a ocurrir con Hiperión que, hasta el momento, no se ha salido de su órbita, convirtiéndose en un cuerpo errante por el Universo, lo que no es una posibilidad que pueda descartarse.
La descripción del movimiento de Hiperión llevó al descubrimiento de que lo parecía un comportamiento extraño no lo era tanto y que, realmente, podía aparecer tanto en otros sistemas naturales, por ejemplo en las poblaciones de animales, como en el uso de materias primas, o en otros sistemas sociales, como los económicos. Bastaba que sufrieran pequeños impactos, una enfermedad, la carestía de la alimentación, un uso desmedido de las materias primas, una pequeña subida de la temperatura en la atmósfera, con su efecto sobre las cosechas, para que pudieran aparecer cambios amplísimos e impredecibles.
Los sistemas económicos de nuestros días están compuestos por personas, recursos, instituciones entre las que existen relaciones mercantiles que hacen que, a lo largo del tiempo, se consiga la satisfacción, más o menos intensa, de los deseos individuales. Nuestro mundo presume de haber diseñado un modelo económico cuyos resultados, ante un impacto o política, pueden predecirse. Quiere presumir de que los comportamientos posibles son conocidos, de que las políticas económicas se entienden y que las personas van a reaccionar de acuerdo con lo que el decisor de políticas espera.
Se piensa, por ejemplo, que una subida del tipo de inflación, inducida por un aumento del gasto público, hará aumentar el empleo o que lo que se hace en un extremo del Mundo tiene consecuencias en el otro extremo.
Estos impactos han de tener una cierta coherencia con la estructura del sistema, con sus medios, con el comportamiento esperable de las personas que lo forman. Los sistemas aceptan decisiones hechas a medida de las personas y de los medios existentes, a medida de su estructura. Vienen a comportarse como familias, que han de medir el gasto y el riesgo, que pueden asumir de acuerdo con lo que poseen.
En los últimos tiempos, no obstante, están tomándose unas medidas tan extrañamente desacordes que, cabe decir, que sus consecuencias son desconocidas e inesperadas. Se están convirtiendo nuestros países en algo similar al satélite de Saturno, del que se ha venido tratando, cuyos saltos y trayectorias pueden tener resultados impredecibles. Las pretendidas soluciones de un día, no se sabe si al día siguiente conducirán a una situación estable o a un problema aún mayor.
No está fuera de lo esperable que los sistemas económicos sufran, o estén sufriendo, lo que podría denominarse un «efecto Hiperión», en el sentido de que den lugar a la aparición de situaciones nuevas e imprevistas, sumamente erráticas, de solución difícil y costosa. Lo que puede ocurrir, para desgracia de las generaciones actuales y venideras, está dentro de la evolución racionalmente esperable de los sistemas económicos, cuando las decisiones no son coherentes con su estructura, con su naturaleza.
La incoherencia en política económica puede llevar a eso. Cada sistema económico tiene sus políticas posibles pero, cuando se aplican soluciones que corresponden, por ejemplo, a un modelo distinto del que oficialmente se predica como aceptado, el resultado no suele ser el mejor. Se estaría en una situación similar a la que ocurre cuando con la raqueta golpeamos, una y otra vez, la pelota emplumada, hasta que un día, agotada y casi rota, cae al suelo para tener muy difícil el levantarse. O va como Hiperión, manteniéndose en el aire, pero sin rumbo, ni trayectoria determinable.