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En primera líneaEduardo Coca Vita

El odioso formato musical para hablar de toros

Belmonte, confesando haberle hecho llorar un pasodoble de Chueca, dijo no agradarle la música «ligera y canalla», sino la seria y española «cuyas notas son voces de la raza»

Actualizada 01:30

En ABC de 11 de marzo último, hojas de Cultura, entrevistaba Jesús Nieto al sastre de luces Justo Algaba y, al pedirle una idea para la fiesta, respondió: «Que se valore la música taurina».

Aunque como espectador de Madrid prefiero el silencio instrumental mientras hay toro vivo válido en el ruedo, nada objeto a que en otras ciudades toque la banda durante la lidia si el matador no la detiene. Pero detesto el «formato musical» para reponer faenas sustituyendo el sonido ambiente original por los gustos particulares del montador de turno o con ellos revuelto. Tanto Federico Arnás como Belén Plaza han recibido quejas de oyentes por ese artificio de ruido y canturreo postizos, verdadero obstáculo para saborear en su jugo concentrado el toreo con público, muy distinto del de a puerta cerrada y tienta, meros ensayos o calicatas.

ilustración toros taurina

Lu Tolstova

La música, la recitación y el cante superpuestos a reposiciones de espectáculos con toros frivolizan la supremacía del arte taurómaco y le quitan protagonismo; ensombrecen su identidad y restan atención al vidente, resistiéndome yo a que la música, de haberla —siempre sin letra—, se aleje de la hispana que difunden por el orbe hasta los aborígenes de otros países taurófilos, salvo donde no todo sea mimetismo de lo nuestro y permanezca o prevalezca la excepción regional o local. Belmonte, confesando haberle hecho llorar un pasodoble de Chueca, dijo no agradarle la música «ligera y canalla», sino la seria y española «cuyas notas son voces de la raza».

Las extravagancias aparecen frecuentemente en esas mezclas de reportaje e información que emite TVE con añadidos ociosos, cuando bastan las resonancias y arengas del escenario natural, sin cambiar sus rumores por partituras sinfónicas o ritmos esotéricos, incluso canciones de agresivo inglés que descentran a cualquiera. A veces, entre desquiciado y maldiciente, anulo el altavoz. Las imágenes de la semana divulgadas cada sábado no requieren rebozo acústico ni componenda ajena a lo sucedido. Deben presentarse cual discurrieran en el marco creado por sus actores. Acierta Ussía viendo en el acompañamiento jaleado la mejor música de toros. La única para Curro. Llegando a opinar Antonio Moral, ex director artístico del Teatro Real, que los olés cerrados en Las Ventas, cuando se entienden toro y torero, son un maravilloso pas de deux que encoje el alma.

No me explico el beneplácito de la curtida jefa del programa a las repeticiones con letrillas charangueras de Los Rodríguez (12 de agosto actual) o con cantares crípticos (varias fechas más) en aconteceres suficientemente ilustrados con el entorno propio del coso y su orquesta titular. El «formato musical» es un fraude informativo, pues así no fue realmente lo ofrecido después. Tiene que haber por ahí alguien que no capta o aprecia los matices íntimos del toreo cuando se ve capaz de «mejorarlo» infiltrándole esa falsía sonora, por no decir martirio estentóreo. Una bofetada a intérpretes y seguidores de nuestro singularísimo patrimonio. Medite el iluminado desconocido aquello de «peor estúpido que malvado» escrito por Pérez-Reverte, axioma para estrafalarios sin paladar que, rebosados de aversión a lo sencillo interno, huyen a rebuscar en lo intrincado exterior.

En una edición dedicada a San Fermín —no reciente, aunque tampoco remota—, el rejoneo se animaba en diferido con piezas clásicas de cámara o sinfónicas, viniendo lo peor cuando las carreras de los mozos se desfiguraron con estridencias y expresiones incomprensibles, molestas a la oreja y deformantes del torrencial griterío. Algo en lo que se continúa insistiendo tercamente, y a la sesión de 15 de julio me remito. Parece inaceptable que los mundiales encierros se adulteren con soniquetes que en nada los corresponden. Una profanación tangencial al sacrilegio. Navarra debía exigir que el único noticiario nacional de tauromaquia cuide sus festejos y los proteja de rugidos importados que, amén de importunar, son la gran memez, fruto del acomplejamiento de la tele pública, que hace flaco favor al rito ancestral trucando el impulsivo alboroto del volcán pamplonés.

Dudo que lo dicho cale en quien pueda remediarlo, pero, por si algún responsable toma apuntes, pregunto al promotor de la mixtura de artes qué tal si durante un recital de piano o violín se instalaran pantallas, aunque mudas, para seguir quites de capa y tandas de muleta. ¿Qué pintan dos manifestaciones del ingenio simultáneamente pegadas una a otra? No injerte nadie por su capricho cuerpos extraños en un toreo nutrido a sí mismo de escenas racionales e irracionales entre alternancias de sones y pausas del orfeón mundano que circunda el recinto donde corean la corrida los que, mirando y escuchando, la percibimos plenamente sin más consideración o reparo. Para preservar el meollo de lo táurico —mitos y rituales— sobran imaginación y fantasía.

La televisión contributiva está para mostrar a secas lo que ocurrió al tiempo de la filmación. Para popurrís espurios, cada cual vaya al canal que los venda, pero nadie los cuele en Tendido Cero, espacio al que distorsiona lo que no sea genuino, castizo y rancio. Estoy del todo con Morante en que huelgan antojos, inventos y avances. Unos toros modernizados quedan sentenciados. Solo el anacronismo los salvará. Me dan pánico Plaza 1 y «OneToro». No le bailen el agua en La 2 a los arribados bajo sospecha. Ya se la danzan quienes desde los organismos de asuntos taurinos mucho invocan lo tradicional para amagar y no dar. Y eso se llama engañar.

Eduardo Coca Vita es abonado de andanada 3 en Las Ventas

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