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Josep Miró i Ardèvol

La situación política española vista desde la perspectiva de la hegemonía cultural

Si el modo de producción fue la clave del conflicto político en Occidente en la segunda mitad del siglo XIX y la mayor parte del XX, en nuestro siglo la contienda se ha desplazado al modo de vida

Desde el inicio de la transición democrática, al centro y a la derecha española nunca les ha importado en exceso la concepción cultural que configura la sociedad. La perciben como un hecho dado y no han prestado atención a su dinámica. Y esto sirve tanto para el PP hoy, como para UCD y CDC en el pasado, e incluso para el PNV, que será el último en pagar esta inanidad con la desposesión del poder.

Tampoco es tan insólito. La propia Iglesia Católica, ejerciente atenta de la hegemonía cultural a lo largo de los siglos, ha abandonado, como mínimo en nuestro caso, casi todo esfuerzo y pretensión constructora de marcos de referencia sociales a partir de la potente cultura cristiana.

Lu Tolstova

No asumen que la cultura, entendida como un conjunto compartido de creencias, normas, costumbres, tradiciones, conocimientos y expresiones que caracterizan a una sociedad y a sus distintos grupos humanos, moldean la forma en que las personas perciben el mundo, se relacionan entre sí y forman juicios. Comprende concepciones y puntos de vista sobre dimensiones tan vitales como la religión, la antropología, la moral, la ética, los fundamentos del derecho, las estructuras sociales, las artes, la política, la concepción de la ciencia y la tecnología y, en definitiva, la relevancia o inutilidad de la ley natural –el Tao al que se refiere C.S. Lewis en La abolición del hombre–. Todo esto es decisivo para la práctica política, porque influye en la manera como los individuos se identifican, comportan e interactúan.

Procurar la hegemonía cultural se refiere a la influencia dominante de un conjunto de ideas, valores y creencias en una sociedad, que promovidos por un grupo se convierten en la norma aceptada. Al imponer tales valores y creencias como los «normales» o «correctos», pueden reforzar su control sobre las instituciones y estructuras sociales.

Una consecuencia de todo ello es la exclusión de quienes no se ajustan a dicha hegemonía, marginándolos, discriminándolos y penalizándolos. Es la práctica de la cancelación, es el castigo entendido, no como justicia reparadora sino como escarmiento, la aplicación de la concepción woke. Así se controla al estado, a la agenda pública y mediática, y a los recursos que se distribuyen a la sociedad: recaudando de todos para privilegiar a algunos. Es lo que sucede en España.

Con el paso del tiempo, se ha acentuado la diferencia de capacidad cultural entre el PP, el PSOE y sus crecientes aliados. Mientras que los primeros echaban por la borda más y más valores y creencias, convencidos que esto los «centraba» y les permitía atraer un mayor abanico de votantes, los segundos configuraban un verdadero bloque cultural en torno a unos ejes que tenían como elemento esencial, como cúpula de su construcción cultural y política, el feminismo del conflicto de género, y la ideología conexa de las identidades LGBTQ+. Lo ejemplifica la primera intervención de Armengol, la presidenta del Congreso, al señalar que los hombres matan a las mujeres por ser mujeres, lo que constituye una falsedad monstruosa que estigmatiza a todos los hombres, la mitad de la ciudadanía, llevándola a afirmar que ésta es la peor lacra de nuestra democracia, lo cual es otra brutalidad que viola todas las evidencias. La cúpula, que acoge a este bloque culturalmente dominante, dispone de unos muros de carga que la soportan políticamente. Son: (1) El revisionismo histórico, con la misión de que los nietos ganen en el papel lo que los abuelos perdieron en el frente, liquidando el esfuerzo reconciliador de los padres. (2) El reconocimiento creciente de grupos de las nacionalidades, sobre todo vasca y catalana, hasta el extremo de asumir la alianza con el independentismo. (3) Las políticas de cancelación de toda influencia cultural cristiana, conservadora y tradicional, sobre todo en relación con la familia y el ámbito educativo.

Ante esta dinámica, el PP carece de alternativa. Está desorientado porque no tiene otro horizonte que el poder por el poder. De ahí que asuma todo lo establecido por el bloque de la progresía de género, como demostró Rajoy. Ha elegido una forma de derecha política, que prescinde de toda concepción conservadora, no presta atención a la tradición, ni al hecho religioso, y ve inútil la necesidad de una moral que encauce los deseos. La consecuencia de tal debilidad es el filisteísmo cultural.

¿Cómo superar esta situación? Dos condiciones son necesarias, aunque no suficientes. Primera, hay que entender que si el modo de producción fue la clave del conflicto político en Occidente en la segunda mitad del siglo XIX y la mayor parte del XX, en nuestro siglo la contienda se ha desplazado al modo de vida, a causa de la alianza entre el liberal cosmopolitismo y la progresía de género.

Segunda, la alternativa cultural y política solo puede surgir desde la disidencia que propone un modo de vida más completo y equilibrado, que en nuestro contexto de civilización solo lo aporta la concepción cultural cristiana.

  • Josep Miró i Ardèvol es presidente de e-Cristians