Margarita la ministra, más política que jurista
por más que lo disimule con el hábito de licenciada en leyes y la toga de jueza, Margarita no es jurista: es una política, le gusta serlo, lo busca y no quiere perderlo
Este artículo no es réplica, y menos rectificación, a la espléndida «Vida ejemplar» del imbatible Luis Ventoso en la edición de 26 de septiembre. Lo motivan las impensables declaraciones de la ministra de Defensa antes del desfile de la Hispanidad, ejercicio de celo censor improcedente por su intencionalidad y el vergonzoso interés personal en hacerlas.
Dijo la señora Robles que los silbidos a PS eran una falta de respeto al Rey y a las Fuerzas Armadas, a lo que digo yo que debe de ser la única que valore las fanfarrias populares ante el fanfarrón como descortesías a S. M. o a los Ejércitos. Es el presidente quien huye y se esconde mientras el Rey luce y se prodiga.
Doña Margarita sabe que esas pitadas espontáneas son desprecios a su jefe civil, el rajá de Lanzarote, así como reproches a ella misma y a la pléyade de colegas que mancillan el salón de reuniones ministeriales, un jabardillo de personajes y personajillos integrantes del mil veces tildado peor gobierno de las democracias europeas.
Conoce bien esta dama acomodada que ningún grito de los que lamenta va contra el amable Rey que hoy tenemos ni dirigido al Ejército español, tan queridos uno y otro del pueblo. Duerma tranquila si tanto por ello la desvelan los desasosiegos del Monarca y su milicia. Sabe también que ni una de las palmas oídas durante la parada se la puede apropiar PS ni algún otro secuaz, ella incluida. Y a ningún militar, desde el recluta colista al jefe del Alto Estado Mayor, le pasa por la mente excluirse de los aplausos de los asistentes a la exhibición marcial, que también aclamaban a la Benemérita y cuerpos de Policía, no sobrados del aprecio gubernamental.
Una falta de consideración a los garantes de la democracia y la unidad patria lo es, y muy grande, cooperar con republicanos e independentistas desleales a la Monarquía legítima y a la Constitución pactada, porque persiguen corroer el Estado y oxidar a sus soldados, con la ambición de otra republica española –después de las catalana y vasca haciendo de escuderas y guindaletas– para presidirla un socialista cimentado en las escorias parlamentarias con que trafagan para copar las instituciones y desterrar al Rey que nos une y alienta.
Eso es lo que pretenden pájaros de cuenta como estos: ganso Perico, garza Yolanda, lavandera Ribera, grajo Bolaños, tarabilla Calviña, pingüino Iceta, cotorra Montero, somormujo Subirats, gaviota reidora Isabel, lechuza Marlaska, búho Albares, golondrina Pilarina, cormorán Escrivá, totovía Alegría, papamoscas Garzón… y la fementida Margarita. Una buena cola de ministrillas y ministrillos que allanan la Moncloa con el dolor de nuestros corazones y bolsillos. Eso sí que es desdeño a toda España, a la nación entera. Entretanto, nuestra ministra con más caché no se opone al manifiesto programático de quien nuevamente puede nominarla «capitana general paisana». Bélica o de paz, igual da, con tal de seguir excedente judicial, que lo jurídico ya no le va.
Frente a las primeras apariencias –mujer de Estado, objetividad curialesca, sensatez y prudencia–, hemos desenmascarado sus cobardías cuando tenía que dejar las tablas y lidiar en los medios, estoquear toros de carne y no carretones. Una hora de la verdad en que la margarita blanca, mutada a clavel granate, se muestra como cuitada o desorientada braceando al son de villanas trompetas y uncida a las huestes del chulapo indeseable que resta participación e información, indulta ignominiosos, desautoriza tribunales y adultera fiscalías, renueva instituciones democráticas por métodos y con personas que lo son poco y, en fin, troca sufragios indecorosos por jirones de honra.
Y es que por más que lo disimule con el hábito de licenciada en leyes y la toga de jueza, Margarita no es jurista: es una política, le gusta serlo, lo busca y no quiere perderlo.
Repasando su currículo se descubre una vida discreta al servicio del PSOE y los gobiernos socialistas hasta recalar en los gabinetes social-comunistas del postrer quinquenio, que hay que ser camaleónica y chaquetera para zambullirse en la charca donde se desparasitan los compinches pelirrojos del marajá. Su experiencia jurídica resulta menos intensa que el recorrido político veleidoso, partidista e ideológico. Sorprendiendo esa presidencia de sala en el Supremo, por cuanto (salvo e. u o.) no había estudiado en particular el derecho administrativo, ni escrito en publicaciones del ramo, ni empleado tiempo en la docencia de tal disciplina, ni servido en órganos consultivos de la Administración; y no aparece en el índice de las revistas más divulgadas (RAP y REDA) ni en los foros, seminarios o congresos de una materia estrella en su época de estudiante y postgrado, con eminentes maestros de nuestro pasado universitario, sobre todo Enterría, quien, a falta de Constitución y cátedras de Constitucional, también fertilizó como pudo este campo abandonado.
Sin embargo, el curso político de la magistrada que hoy me ocupa está sobrado de tareas extrajurídicas no científicas, no investigadoras y no profesionales especializadas, más propias de los dedicados a lo público que pugnan por puestos a dedo dependientes de un partido con intereses de clase, si no sectarios y alejados del fin de servir a todos, sean los que sean y voten a quien voten.
Despido a la invitada –siempre al amparo de mis cívicos derechos fundamentales– con una interrogación incómoda: ¿cómo se las arregla su excelencia entre subordinados de cualquier graduación para defender el desafuero de gobernar España con ex o filoterroristas que enlutaron tantas familias de militares y agentes de seguridad, y que encima ahora enaltecen sus descabellos y puntillas en un gallinero de cacareo libertario con ponedores de huevos de todos los tamaños, colores y sabores? Puede responderme en este mismo medio.
- Eduardo Coca Vita es administrador civil del Estado jubilado