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En primera líneaJuan Díez Nicolás

Lo peor está por venir

El poder procura utilizar el miedo para ejercer su dominación con mayor facilidad, y el poder político recurre al miedo para gobernar con mayor facilidad, impidiendo o reduciendo la oposición a su acción de gobierno

Los seres humanos nos comportamos basándonos en la razón y en las emociones o sentimientos. En el lenguaje popular, nuestros comportamientos dependen del cerebro y del corazón, una veces predomina más uno y otras veces el otro. En la historia del pensamiento sociológico ha habido escuelas que han defendido más lo uno o lo otro, de manera que una defiende que nuestros comportamientos son mayoritariamente racionales, como Bentham y su «cálculo de la felicidad», según el cual en cada comportamiento hacemos un cálculo de qué ganamos y qué perdemos, y elegimos siempre el que nos proporciona más placer y menos dolor. Otros, como Pareto, defendían que nuestros comportamientos se basan siempre en las emociones, que en su teoría eran los «residuos y derivaciones». Y finalmente Max Weber nos explicó que los comportamientos humanos unas veces son racionales y otras irracionales o basados en emociones.

Pues bien, el miedo es una de las emociones que los psicólogos consideran básicas, junto con la alegría, el asco, la ira, la sorpresa y la tristeza. El miedo, que es lo que aquí me interesa, provoca consecuencias fisiológicas y también mentales, y entre estas últimas suele haber acuerdo en que provocan falta de confianza en uno mismo, inseguridad, incertidumbre, impotencia, y sobre todo, existe bastante acuerdo en que la principal consecuencia del miedo es que nos paraliza, nos impide actuar, al menos de forma inmediata, aunque luego reaccionemos. Por eso siempre se ha dicho que no hay que tener miedo… más que al miedo mismo, porque nos impide reaccionar, nos paraliza.

El poder siempre ha utilizado el miedo, porque es mucho más fácil dominar a otros a través de él, que paraliza e impide actuar. Los poderes físicos utilizan la amenaza de castigos y premios inmediatos, físicos, para obligarnos a realizar o impedir ciertos comportamientos, mientras que los poderes mentales recurren también al miedo, pero no con castigos reales o inmediatos, sino invisibles y futuros. Tanto el miedo físico como el mental provocan una paralización del individuo, una no-acción, y un sometimiento al poder, que conduce después a llevar a cabo los comportamientos que nos eviten el castigo, físico o mental, anunciado. En consecuencia, el poder, sea del tipo que sea, procura utilizar el miedo para ejercer su dominación con mayor facilidad, y el poder político recurre al miedo para gobernar con mayor facilidad, impidiendo o reduciendo la oposición a su acción de gobierno.

Se puede afirmar que la población española, y puede que la europea, e incluso la occidental, si es que no la mundial, lleve estos últimos años sometida a un miedo más mental que físico, aunque con repercusiones también físicas. Primero fue la pandemia de la covid. Todo empezó en el primer trimestre de 2020, cuando todos los medios de comunicación nos transmitieron de forma intensa y continuada el miedo al contagio, con los añadidos de: falta de diagnóstico y tratamiento, falta de vacunas, falta de respiradores en los hospitales, falta de camas de hospital, falta de protectores para el personal sanitario, falta de protectores para la población, ordenes de confinamiento en el hogar, en la ciudad, cierre de escuelas, cierre de puestos de trabajo, cierre de servicios de las administraciones públicas, incluso de los órganos políticos y de gobierno, impedimentos para la movilidad y para la sociabilidad, incertidumbre, desconfianza, y un larguísimo etcétera. Durante estos años, la población ha estado sometida al miedo, que ha generado paralización. No hay ninguna duda de que es más fácil gobernar así, porque la población está paralizada, física y mentalmente, por el miedo a la epidemia, y por tanto, a la muerte. El papel de los medios de comunicación ha sido imprescindible para crear esa atmósfera colectiva.

Lu Tolstova

Cuando esa situación comenzó a ser asimilada por la población, y comenzaron a producirse respuestas más o menos tranquilizadoras para enfrentarse a la pandemia, surgió la crisis energética. De pronto surgieron las amenazas y el consiguiente miedo respecto a la escasez de energía, tanto eléctrica como basada en el carbón, o el petróleo y sus derivados, lo que inmediatamente provocó un encarecimiento inusitado de los combustibles para los automóviles, de la electricidad, y del gas, de manera que los ciudadanos se dieron cuenta de que toda su vida dependía de las fuentes energéticas, y que éstas se habían vuelto muy caras e inaccesibles.

El incremento de los costes de la energía provocó el incremento de precios de todos los recursos, pues la producción o distribución de todos ellos depende de alguna fuente de energía. Mientras los ciudadanos estaban todo el día ocupados con la variación, incluso por horas, de los precios de todas las fuentes energéticas y de todos los productos y servicios habituales, no tenían tiempo ni atención para otras cuestiones. Además, los medios de comunicación se ocuparon de entretener a la ciudadanía informando de todas las desgracias y amenazas que existen en cualquier lugar del planeta, que sugieren que se están produciendo al lado de su hogar.

Por si todo esto fuera poco, la guerra de Ucrania nos ha involucrado a todos. No ha habido tiempo para reflexionar en por qué desde el primer momento solo se ha pensado en mantener la guerra y no en buscar soluciones para traer la paz. Y estamos en guerra sin estar en guerra, pero sufriendo las consecuencias, sobre todo económicas, de esa guerra.

Finalmente, el cambio climático. Es evidente que hay un cambio climático, que al parecer no es una novedad, pues ha habido cientos o miles de cambios climáticos en la Tierra a lo largo de sus millones de años de existencia. La novedad parece ser que este cambio climático es producto de las malas prácticas de la Humanidad. ¿Afectarán también a los terremotos, los volcanes, los movimientos de rotación y traslación del planeta, de las mareas, etc.? Pero la aceptación de esa hipótesis, sin acuerdo sobre su verificación científica, se ha convertido en el argumento para cambiar por completo esta civilización por otra que va a ser la panacea universal.

Pero, por si acaso, es obvio que ya se están preparando otras dos fuentes de miedo: la crisis financiera mundial, y la vida extraterrestre. Tendremos que prepararnos para perder nuestros ahorros y para la invasión de la Tierra por alienígenas. Siguiendo el lema de todos estos acontecimientos, que solo por casualidad se han producido conjuntamente, «lo peor está por venir».

  • Juan Díez Nicolás es académico de número de la Real de Ciencias Morales y Políticas