El observador perplejo
A medida que se vayan publicando disparates en el BOE, más difícil y complicado será volver a la normalidad, aunque sea una normalidad mínimamente presentable
Voy a hacer al hipotético lector una confidencia: el retraso de unos días en hacerle partícipe de mis cavilaciones sobre lo que está pasando en nuestra vida pública no se debe a problemas de salud (que es razonablemente buena, dada mi edad), ni a falta de materia prima que comentar (más bien lo contrario). Se debe a que cada ocurrencia de Sánchez Pérez-Castejón* superaba a la anterior en la magnitud del disparate que se anunciaba, y cuando se llevaba a la práctica ya era para ganar un concurso de desatinos, y no digamos cuando se ponían a discurrir él y el prófugo; entonces las ocurrencias se salían del terreno del análisis político para entrar en la observación psiquiátrica: ¿qué posibilidades tiene una coalición entre un partido político tenido por respetable con los herederos políticos de una banda de asesinos? ¿qué programa puede armar una coalición así con el añadido de un partido burgués de derecha derechona fundado por un orate racista? Me parece evidente que cuando los constituyentes aprobaron la Constitución ni se les pasó por la cabeza semejante coyunda, pues una cosa así entra de lleno en el terreno del surrealismo. De ahí mi perplejidad: hay que ser psiquiatra, o especialista en teatro del absurdo, sólo que con personajes reales y no ficticios. Pues bien, ahí tenemos algo que la Constitución no prohíbe, como tampoco prohíbe entrar en el salón de sesiones haciendo el pino ni, desde luego, dar un golpe de Estado fingiendo que la Constitución lo aprueba si el Tribunal Constitucional (TC) retuerce las palabras de modo que declare constitucional el golpe.
Cabría la posibilidad de que el TC rechazase un golpe de Estado basado en una mayoría absoluta compuesta por unos elementos de coalición disparatados, aunque solamente fuera acudiendo a la «mens legislatoris» y deduciendo que varios preceptos de la Norma máxima quedarían triturados hasta dejarla absolutamente inservible, aunque se respetase su letra literal, y hechas las convenientes retorsiones del significado de las palabras. Pero el Tribunal Constitucional está presidido por un magistrado que tiene dicho en público que, a propósito de los fiscales, él no vacilaría en apoyar que sus togas de jurista se manchasen con el polvo del camino. Dicho sin metáforas ni florecillas almibaradas, que él, si políticamente fuese conveniente prevaricar, prevaricaría fingiendo cumplir la ley. Otro sentido no me entra en los magines en las actuales circunstancias, aunque me gustaría mucho que tuviera otro sentido lo que dijo el hoy presidente del Tribunal.
No me hago ilusiones, sin embargo. Antecedentes los hay, como la célebre sentencia del TC que proclamaba no existir relación entre el instituto jurídico de la expropiación y el derecho de propiedad en el caso Rumasa, o la que sostenía ser conforme a la Constitución del 78 el matrimonio entre dos personas del mismo sexo porque el constituyente no había especificado «entre sí». En la sentencia de la expropiación por decreto-ley de Rumasa, el entonces presidente del TC volvió a su exilio venezolano donde murió. La degradación de nuestra política viene de antiguo, y siempre, siempre, anda el Partido Socialista Obrero Español en la trastienda. Ya apuntaba maneras el otrora vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra cuando respondió a los periodistas, a propósito de la lesión a la independencia de los jueces y magistrados, que le preguntaban ¡en 1985! por la LOPJ (Ley Orgánica del Poder Judicial): «Montesquieu se murió hace muchos años». Cuando se podía fumar en los aviones, tuve una conversación larga con Felipe González, que me invitó a un Davidoff regalado por Fidel Castro (era antes de la aparición de los Cohiba). Me definió a Alfonso Guerra como «un hombre con cierta propensión al esperpento». Vaya esto en descargo de Guerra, pero líbrenos Dios de los políticos con propensión al esperpento.
No sé a dónde nos conduce este proceso, pero de una cosa estoy seguro: a ningún sitio bueno. Y a medida que se vayan publicando disparates en el BOE, más difícil y complicado será volver a la normalidad, aunque sea una normalidad mínimamente presentable.
* Algún lector me preguntó por qué yo no mencionaba en mis comentarios el nombre del actual presidente del Gobierno. Mi respuesta fue que tengo un buen amigo que se llama Pedro Sánchez, y no me gustaría que nadie los confundiera. Pero hay otra manera de evitar confusiones, que es publicar nombre y dos apellidos. De este modo se identifica al personaje y se evita toda confusión posible.
- Ramón Pi es periodista