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En primera líneaEmilio Contreras

El precio de la supervivencia

Si el gobierno de Pedro Sánchez sobrevive será a costa de la nación, y si sobrevive la nación, caerá el gobierno

Son muchos, incluidos quienes están en frontal desacuerdo con él, los que elogian como un mérito innegable la capacidad de supervivencia de Pedro Sánchez. Parece como si, a su lado, palideciera el contorsionismo de Tayllerand, capaz de servir con la misma aparente lealtad a cuatro regímenes: la Revolución, Napoleón, los Borbón y los Orléans. Pero la experiencia enseña que esa capacidad de adaptación sin límites, que los cambios radicales de opinión, en la mayoría de los casos, solo son fruto de una ambición desmedida, que conduce a hacer una cosa y la contraria según convenga a sus propios intereses.

Caería en una repetición cansina si recordara aquí las rotundas negativas de Pedro Sánchez a pactar con Podemos o con los separatistas y a concederles la amnistía, para poco después hacer lo contrario. Mantenerse en el poder no es solo cuestión de astucia o talento. Es también cuestión de precio. Y el presidente del Gobierno está dispuesto a pagar lo que sea con tal de seguir en la Moncloa.

Pero su investidura fue una victoria pírrica porque sus socios no se anduvieron con rodeos. Con tono retador y altivo le recordaron que lo tienen bien cogido por el ronzal. La portavoz de Junts, Miriam Nogueras, le advirtió: «Con nosotros no pruebe a tentar la suerte… ahora iremos a tanto la pieza y no a precio hecho». Y Gabriel Rufián, piquero de ERC, le amenazó: «Con nosotros no se la juegue». La supervivencia del Gobierno y la existencia de la nación española dependen de los zapadores que quieren demolerla. Es más, si sobrevive el Gobierno será a costa de la nación, y si sobrevive la nación, el que caerá será el Gobierno.

Mientras tanto, Pedro Sánchez ha encendido otra peligrosa mecha para asegurar su supervivencia y perpetuarse en el poder: evitar la alternancia política. Lo anunció en su discurso de investidura, cuando afirmó que su gobierno será «un muro de democracia».

Construir muros con el pretexto de defender la democracia es un atentado a la convivencia entre los españoles, del que tenemos una dramática experiencia histórica. Y lo más grave es que trata de levantarlos solo para conseguir un puñado de votos. Para ser preciso, los votos de los que levantaron un muro contra la democracia con el golpe de Estado de octubre de 2017 en Cataluña. Con los dueños de esos votos dice que va a defender la democracia, pero solo pretende extender a toda España la fractura de convivencia que provocaron en Cataluña.

El presidente sabe muy bien que la dialéctica del muro le sirve para crear tensión y dividir a los españoles; cree que así puede mantener el apoyo de media España contra la otra media. Esta táctica populista puede dar resultado en ocasiones, aunque no siempre. El primero en implantarla fue José Luis Rodríguez Zapatero, el referente de Pedro Sánchez. «Lo que nos conviene es que haya tensión», se le oyó decir el 18 de febrero de 2008, en plena campaña electoral, tras una entrevista en Cuatro, cuando creyó que los micrófonos estaban desconectados.

Se pueden ganar elecciones generando tensión, pero también se pueden perder tres años después cuando los problemas económicos y sociales se te vienen encima, no sabes qué hacer con ellos y pasas de 169 a 110 diputados, como le ocurrió a Rodríguez Zapatero en noviembre de 2011.

El presidente trata de huir de las sombras que amenazan nuestra economía. El Estado español ha tenido que pedir prestados este año 187.000 millones para renovar deuda vencida, y 70.000 para hacer frente al déficit. A esas cifras mareantes hay que añadir 31.250 millones de intereses anuales, que se irán a más de 40.000 en 2025 por la subida de tipos. Sume el lector y verá que son casi 300.000 millones de euros, además de las decenas de miles de millones que costarán los pactos con los separatistas. La Comisión Europea acaba de advertir al Gobierno de la «muy difícil» situación y ha exigido una «estrategia fiscal a medio plazo creíble»… «para afrontar una deuda pública muy elevada».

En España, «el 17 por ciento de los hogares queda en pobreza severa tras pagar el alquiler o la hipoteca», según la organización Provivienda, en su informe ‘Prevención y atención a la exclusión residencial’. Si algún optimista cargado de voluntarismo cree que, tras estos datos, no hay un problema serio es porque tiene una incurable ceguera partidista. La gravedad de la situación acabará dando la cara.

Para reforzar su supervivencia Pedro Sánchez ha formado un gobierno continuista en el que ha primado la lealtad sobre la eficacia. Ha dejado fuera a Podemos con el mismo desdén con que se desprende de un «kleenex» usado, y ha mantenido la cuota del Partido Comunista con militantes como Sira Abed Rego, ministra de Juventud e Infancia, que en 2019 hizo una defensa cerrada y pública de Lenin, ese demócrata.

Los defensores a ultranza de lo que está haciendo Pedro Sánchez utilizan como argumento decisivo para defenderle que acabará engañando a sus socios separatistas y no cumplirá lo que ha firmado, como ha hecho con otros compromisos bien conocidos. Para quienes creemos en el valor de la palabra, estos defensores le prestan un flaco servicio presentando como su máxima cualidad de gobernante incumplir lo prometido.

Pero, desengañémonos, para un superviviente y para quienes le sostienen, faltar a la verdad es solo un instrumento más para conseguir su fin. Y como mentira suena muy mal, la llaman posverdad.

  • Emilio Contreras es periodista