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En primera líneaEduardo Coca Vita

Súplica a la RAE y ruego a su director

Ser duro con la RAE es amarla. Disculpen ella y su rector este atrevimiento racial. Acepten la una y el otro mi franco afecto y la no menos sincera gratitud por su entregada labor

Actualizada 01:30

A menudo veo en la web académica presentaciones de actividades culturales que la imaginación creativa de sus regidores en la era Muñoz Machado (académico desde 2013, secretario desde 2015, director desde 2018) va introduciendo en la institución. Y, con motivo de una de ellas –innecesario identificarla–, oí el inciso del vicedirector Sánchez Ron sobre la inundación de nuestras calles por extraños vocablos que nadie entiende, realidad verificable por el menos perspicaz observador que recorra cualquier ciudad hispana, incluso sencillas villas; y hasta pueblos que bordean el aldeanismo en montaña, estepa o costa, de exclusiva parla nacional o compartida con otra regional. También tal día el preclaro y brillante Pérez-Reverte utilizó mailing.

Entristece a millones de enamorados del idioma la tolerancia en extranjerismos para conceptos y acciones ya bautizados con nombres mucho más bellos, expresivos y sonoros. El que quiera, que diga o escriba en inglés lo que le plazca, pero el Diccionario solamente debería incorporar lo indispensable para novedades técnicas, científicas o de otro origen; y siempre adaptado en dicción y grafía, salvo que resulte imposible, lo que será excepcional, si no anecdótico, en la inmensa mayoría de ocasiones: así, admitidos 'baipás', 'jaquear', 'jáquer', 'tofe', 'palé' y 'vedete', huelgan con toda evidencia bypass, hackear, hacker, pallet, toffee y vedette. Cada cual es libre de adulterar lo que considere en charlas familiares, misivas particulares o papeles comerciales, pero los demás no tenemos que patentarle caprichos. Me resulta doloroso ver en nuestra lexicografía cientos de palabros perturbadores del entendimiento. Sobran sin más. Son pedruscos en donde tropezar y que dificultan el camino a la lectura y conversación diáfanas entre gente llana.

Ilustración español inglés RAE

Lu Tolstova

Es como se manifestó José María Merino, sillón «m», en La mirada académica (ABC Cultural del sábado 30 de abril de 2022), donde publicó un artículo del que acoto frases sueltas: «Con la pandemia me he acostumbrado a dar cada día un largo paseo por los alrededores de mi vivienda, y continuamente encuentro nuevos términos en lengua inglesa. No me parecería mal si sirviesen para denominar objetos o situaciones que no tenían nombre en la lengua oficial de España»; «el problema es que en la mayoría de los casos se instalan sin asumir su segura traducción (…) ¿Por qué al escalafón lo llamamos ranking, a lo que está de moda o es novedad trendy, a los famosillos y famosillas celebrities?»; «dejemos entrar las palabras que de verdad sean nuevas por su referencia, pero no las que sustituyen términos vivos, pues ello solo supone un estúpido empobrecimiento».

Además de rescatar a la Academia de la penuria en tiempos de caída económica, el diligente y predilecto pozoalbense que la gobierna viene sembrándola de ideas formativas, asociativas, divulgativas… Pero por Dios, don Santiago, no le infiltren a ese venero de saludable manantía la infeliz desfiguración del Diccionario, por muchos precedentes que quieran invocarle ciertos integrantes de la docta casa. Corrija doctrinas, enderece interpretaciones, sea juez de casación –es el único jurista público activo allí, pero vale por diez– e imponga autoridad, esa que, a falta de potestad, tanto representa para la unidad dialogante de seiscientos millones de hablantes.

No es acertado que, al margen del novedoso alfabeto científico y técnico o el generado por la espontaneidad social y el progreso —lo que nadie rechaza cuando no hay repuesto en español o brota de un cernido natural—, no es de acierto, repito, que incrustemos en la actualización léxica lo descastado e impropio, embaucador de masas camelistas o ceñido a repulidas minorías. Valga una salpicadura de ejemplos: amateur (aficionado), ataché (españolización ociosa de ‘funcionario agregado’), camping (campamento, acampada), casting (selección), catering (abastecimiento, avituallamiento), container (¿no servía ‘contenedor’?), craker (pirata informático), christmas (tarjeta navideña), clown (payaso), fair play (juego limpio), feedback (retorno, retroalimentación), look (imagen, aspecto), parking (aparcamiento), pedigrí (genealogía), marketing (mercadotecnia), show (espectáculo), showman (presentador), stand (caseta, instalación), standing (posición económica o social), stock (reserva, existencias), etcétera.

Y perdón por la osadía –o pedantería– de dar pautas a quien mucho sabe de esto y se asesora de los muy solventes que lo arropan. Pero a veces, un templado y apacible consejo aporta más que un meditado y sesudo dictamen. Suba la guardia. No acabe dirigiendo la «Academia Anglo Española» autora del «Diccionario del lenguaje hispano inglés», en el que se recojan entradas, voces, lemas… como los de esa muestra exigua sacada de la última edición actualizada del vocabulario hispánico, que escandalizan a los lingüistas no profesionales y a quienes nos martiriza tanta infestación de intrusismo antiestético. Son las malas hierbas que crecen en las besanas de nuestra escritura oficial y colonizan los surcos de nuestra habla secular, tan vírgenes, fértiles, hermosos y fructificados en sinónimos, una singular riqueza de comunicación llamada a claudicar por el brío avasallador de la galopante barbarie desbocada.

Quien entienda, que aprenda; y quien sepa, que juzgue. Ser duro con la RAE es amarla. Disculpen ella y su rector este atrevimiento racial. Acepten la una y el otro mi franco afecto y la no menos sincera gratitud por su entregada labor. Me guía la sana intención. Soy simple censor de buenos oficios. Y lo valiente nunca debe quitar lo cortés.

  • Eduardo Coca Vita es escritor
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