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Gonzalo Cabello de los Cobos Narváez

De la ministra MEMA (médica y madre) al taladro asesino

Lo tenía todo planeado. Les prometo que iba a ser un artículo entretenido e incluso hasta bueno

Esta semana tenía pensado ofrecerles un sesudo análisis sobre la situación política y patética de España. Quería comenzar hablando sobre los dos fichajes fulgurantes del nuevo gabinete de Sánchez, Mema y Cuerpo, para terminar por todo lo alto asestando varias puñaladas de tinta a los decretos que nuestro autócrata favorito llevó, y medio salvó gracias a la espantada final de Junts, el pasado miércoles al Senado/Congreso de los Diputados.

Pero claro, ustedes y yo sabemos que, entre lo que pensamos que vamos a hacer y lo que de verdad hacemos, a veces, puede existir un abismo. Excepto, eso sí, si eres un miembro de generación Z. Esos seres de luz, según Disney, «solo tienen que soñar una cosa para conseguirla». Una suerte para ellos, la verdad. Mientras que ellos sueñan los demás tenemos que esforzarnos.

La cuestión es que lo tenía todo planeado. Les prometo que iba a ser un artículo entretenido e incluso hasta bueno.

Pero esta mañana, a las nueve y un minuto, justo cuando me disponía jubiloso a cumplir con mis obligaciones para con El Debate, una especie de sonido inhumano ha tenido la audacia de traspasar no solo los Airpods que se alojaban en mis pabellones auditivos, sino también el «Romance Anónimo» de Narciso Yepes que a esas horas suele ayudarme bastante.

Tal ha sido el susto, que, por un momento, he llegado a pensar que podría tratarse del inquieto José Luis Ábalos volviendo de algún after o de la propia muerte que sin decoro alguno llamaba a mi puerta. Les tranquilizará saber que no se trataba de ninguna de esas dos fuerzas de la naturaleza. Cuando me he quitado los cascos para conocer el origen de la hecatombe, no he tenido que agudizar mucho el ingenio para caer en la cuenta de que, para mi desgracia, se trataba de una reforma en el piso de debajo de mi casa.

A lo mejor alguno de ustedes tiene la suerte de vivir en una casa como Dios manda o en un barco anclado en algún puertecito con encanto, pero los que vivimos en un edificio comunitario sabemos lo que significa escuchar el primer taladro en el piso de abajo. Significa medio año de infierno en la tierra. A mí, que soy un suertudo, ya me pasó hace dos años con el piso de arriba. Los obreros estuvieron cinco meses tocando sinfonías hasta que terminaron el palazzo al gusto del exigente propietario. Confiaba en no tener la suerte de pasar por lo mismo dos años después, pero ya saben…

Hoy, al parecer, tocaba derribo de muros. Lo sé porque, como autónomo que trabaja en casa, he aprendido a escuchar mi cuerpo y a saber cuándo el infarto de miocardio es real o un simple producto de mi imaginación. Hoy, les confirmo, era un producto de mi imaginación. Con cada ¡BUM!, ¡BUM!, ¡BUM! mi pecho y hasta mi píloro han sufrido seísmos incontrolados con resultados todavía no calificables.

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Ante la vacilación de mis muros de carga por los tremendos golpes, no me ha quedado más remedio que bajar a dialogar con los obreros. Lo que me he encontrado ya lo conocen. Un operario agachado en el suelo con la consabida raja del derrière a media altura, una radio llena de manchas de pintura con Maluma a todo volumen y colillas de Ducados Rubio por todo el suelo.

Cuando me han visto aparecer han callado todos. Pero yo, lector de almas y voluntades, no me he arredrado en absoluto con su mutismo y me he dirigido directamente al que parecía el líder de la cuadrilla.

Amablemente le he preguntado cuánto tiempo tenían previsto arruinarme la vida, y él, con una media sonrisa andina y muy pícara, me ha dicho «usted no se preocupe señor, que en cinco meses esto está terminado». Una aseveración que inmediatamente me ha llevado a pensar que, si ellos calculan cinco meses, entonces la obra acabará dentro de un año.

La verdad es que eran simpáticos. Me he fumado un Ducados Rubio con ellos, que he tirado a las tres caladas, y he conseguido llegar a una especie de Entente Coridale con Anthony Alberto, que efectivamente era el líder de la cuadrilla.

Como soy padre y mi hijo todavía no alcanza los doce meses, he puesto los intereses de mi infante sobre los míos y he conseguido que Anthony respete por lo menos la hora de su siesta al medio día, que entre los dos hemos establecido entre las dos y las cuatro de la tarde. Un triunfo de la diplomacia de escalera que garantiza la estabilidad de mi matrimonio pero que deja en el aire mi salud mental y mi capacidad para concentrarme durante la jornada laboral.

Así que, querido lector, solo le pido que no sea duro y no me juzgue de forma severa. Debe entender que con un bebé que llora por afición y una cuadrilla de afanosos obreros percutiendo mis muros de forma indiscriminada, es imposible presentarle un análisis de la actualidad política que alcance las cotas de excelencia que usted sin duda merece.

Prometo ocuparme de la nueva ministra Mónica García (Mema) y del Cuerpo de Carlos a la mayor brevedad. Se lo merecen ustedes y, por supuesto, ellos.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista