Divide y perderás
El drama de Pedro Sánchez es que ha convertido al PSOE en un grupo de apoyo a su ambición personal, en lugar de fortalecerlo como un partido socialdemócrata
Los españoles tenemos que ir haciéndonos a la idea de que el chantaje y mercadeo agónico que vimos el día 10 en el Congreso es el primer paso del camino duro y amargo por el que va a transitar Pedro Sánchez a lo largo de la legislatura. Porque Puigdemont no solo aspira a arrancar competencias sino a humillar al presidente y a España.
Es la consecuencia de tener desde 2018 el gobierno más débil de la democracia, que sobrevive gracias al apoyo incierto de siete partidos, uno de los cuales –Sumar– es una coalición de quince formaciones políticas. ¿Cómo hemos podido llegar a esto? ¿Por qué la izquierda, que desde 1977 fue un bloque en torno al PSOE, se ha deshilachado hasta ese extremo?
La respuesta es clara: todo empezó tras las elecciones de 2011, cuando el Partido Socialista pasó de 169 diputados a 110. ¿Por qué perdió 59 escaños en sólo tres años? Por la incompetencia de Rodríguez Zapatero, que se negó a reconocer la existencia de la más dura crisis económica que nuestro país ha sufrido en más de cien años. La ignoró hasta que la UE, nuestro principal prestamista, le obligó a actuar y acabó haciendo un recorte de gasto de 15.000 millones en seis meses, el mayor de la democracia hasta entonces.
El hundimiento de la economía fue desolador: en tres años se fueron al paro y al desamparo dos millones de trabajadores y cerraron 250.000 empresas. La decepción de millones de votantes socialistas estaba servida. El hundimiento electoral del PSOE fue a más; en 2015 perdió otros 20 diputados –se quedó en 90– mientras Podemos recogía los votos desencantados de la izquierda.
En las últimas cinco elecciones, el PSOE no ha logrado superar el techo de los 121 diputados, que lo sitúan a 55 escaños de la mayoría absoluta. Y en lugar de hacer un esfuerzo para recuperar el voto perdido, Pedro Sánchez lo ha aceptado con resignación como un hecho consumado e irreversible, y ha buscado en Sumar una muleta dócil y mas cómoda que Podemos.
El drama del Partido Socialista es que Pedro Sánchez renunció, desde el principio, a relanzarlo como un partido socialdemócrata y lo ha convertido en un grupo de apoyo a su ambición personal. Desde entonces el PSOE ha recorrido un camino inverso al que emprendió en 1977, cuando aglutinó a todo el socialismo, desde el Partido Socialista Popular de Tierno Galván al Partido de los Socialistas de Cataluña de Joan Reventós y a la Federación Socialista de Enrique Barón, por citar algunos. También absorbió buena parte del voto situado a su izquierda.
Es una paradoja que quien ha renunciado a reconstruir la socialdemocracia sea presidente de la Internacional Socialista.
Sánchez no ha sabido recuperar a los desencantados por los efectos demoledores de la crisis, que en 2011 desertaron y buscaron refugio en la abstención; en 2015 votaron a Podemos y el 23-J a Sumar. Y nada se ha hecho para atraerlos.
Esta dejación está teniendo efectos adversos para la estrategia de Pedro Sánchez porque la muleta de Sumar está fallando. Despreciados y ninguneados por Yolanda Díaz en un ejercicio de arrogancia y ceguera política, los cinco diputados podemitas han puesto en marcha la venganza por su laminación del gobierno. Primero fue su pase al Grupo Mixto y el día 10 su voto contrario al decreto de subsidio al desempleo presentado por Yolanda Díaz. Ahora el conflicto surge dentro del gobierno: Sumar ha rechazado a Bolaños como negociador del decreto con Podemos, y reclama esa función para Yolanda Díaz.
En las elecciones gallegas del 18 de febrero la división de la izquierda ha ido a más; se presentarán tres partidos: PSOE, Sumar y Podemos en coalición con Iniciativa Verde. Divide y perderás.
Con la izquierda dividida y enfrentada con el cainismo propio de los hermanos separados, y el chantaje permanente de los separatistas, a Pedro Sánchez solo le queda ir trampeando día a día en busca de su supervivencia, dejando jirones del Estado en manos de quienes quieren desarbolarlo y demoler la nación. Algo que nunca le ha inquietado si sirve para mantenerle en el poder. Cuando el 30 de diciembre de 2019 presentó su acuerdo con Podemos afirmó: «Negociar día a día, ley a ley con hechos concretos. Se hace camino al andar». Era el elogio de la inestabilidad si le servía para seguir en la presidencia del Gobierno. La muestra más contundente de que no importa el precio a pagar es que Pedro Sánchez se ha negado a informar sobre el contenido de sus pactos de rendición con Junts; así deben ser de humillantes. Solo sabemos lo que nos han contado los de Puigdemont.
Y este monumento a la inestabilidad gubernamental surge cuando España se enfrenta a serios problemas. Entre ellos, a una previsión de la caída del crecimiento económico a nivel mundial. Este año tendrá que pedir prestados 257.000 millones para renovar deuda pública y emitir deuda nueva; y pagará 39.000 millones de intereses. Se enfrenta además a una reducción de la deuda, impuesta por la UE, de otros 40.000 millones en esta legislatura, recortando el gasto o aumentando los impuestos.
Para resolver estos y otros problemas, España precisa un Gobierno con cimientos sólidos y estables, apoyado en la lealtad de quienes lo sostienen. Y lo que tenemos es un frágil andamio montado a la ligera con el apoyo de quienes quieren destruirla. Un tinglado.
- Emilio Contreras es periodista