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En primera líneaJuan Van-Halen

Valores, coherencia y verdad

Comparo la clase política actual con la que tratamos Eugenio y yo durante nuestra amplía actividad parlamentaria; cómo eran los compañeros, cómo era nuestra relación con los otros grupos. Nada o poco tienen que ver aquellos tiempos y éstos

Escribo sobrecogido por la repentina muerte de Eugenio Nasarre, viejo amigo y compañero de andamio. El día anterior a su fallecimiento se celebró Junta Directiva de la Asociación de Exdiputados y Exsenadores de la que Eugenio era vicepresidente y tengo el honor de presidir. Nunca fallaba. Javier Rupérez escribió al día siguiente en estas páginas una hermosa, justa y emocionante despedida: «Un político ejemplar». Y Eugenio, mucho más que un político, llevó la ejemplaridad a las diversas facetas de su vida pública y privada. Su característica permanente fue la entrega a aquello en lo que creía.

Mantuvo siempre los valores, la coherencia y la verdad «aunque pueda doler». Una prueba ultimísima: el pasado 11 de enero publicó en esta misma sección «La reforma del artículo 49 de la Constitución: no es eso» tras haber apoyado el PP esa puntual reforma constitucional, Eugenio denunciaba que no habían faltado trampas socialistas que la derecha no había descubierto ni, por ello, eludido.

Mi relación con Eugenio venía de lejos. Al llegar a la dirección general de RTVE me encontró como director de los servicios informativos de Radiocadena Española, setenta y tantas emisoras incorporadas a RTVE, que dirigía Luis del Val desde la dirección general de Carlos Robles Piquer, antecesor de Eugenio. Nos tocó seguir la apoteósica victoria electoral en 1982 de un PSOE empujado certeramente por Felipe González hacia el centro, sacándole de la referencia marxista a la que ha vuelto, de hecho, por la ceguera egocéntrica de Sánchez.

El papel de Eugenio a los mandos de RTVE fue exquisito. Igual que su paso como alto cargo por el Ministerio de Educación en tiempos difíciles, por el Ministerio de Justicia, por la consejería de Información en la Embajada de España en Roma, por la Secretaría General de Educación en el primer Ejecutivo de Aznar, y por la dirección de estudios del gabinete del presidente del Gobierno. Europeísta convencido desde temprano de que España habría de reencontrar su pulso en Europa, fue presidente del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo. Era un político y funcionario inteligente, eficaz, entregado, con muy amplia cultura, gran conversador, comprometido con su tiempo y fiel a unas ideas y valores que nunca supusieron descalificación del adversario.

Paula Andrade

Pienso en políticos, en servidores públicos, como Eugenio, defensores de unos valores, desde la coherencia y respetando la verdad. Y comparo la clase política actual con la que tratamos Eugenio y yo durante nuestra amplía actividad parlamentaria; cómo eran los compañeros, cómo era nuestra relación con los otros grupos. Nada o poco tienen que ver aquellos tiempos y éstos. Esa falta de respeto parlamentario que son los insultos, incluso ciertas indumentarias, no las encuentro en mi memoria. Entonces la noticia saltaba cuando se producían hechos como los que hoy no son noticia porque se ha perdido cualquier freno. Nada sorprende. El parlamentarismo de altura languidece hacia su desaparición. Es triste que Eugenio se haya ido con ese pensamiento.

Hay ministros que no superarían un examen facilito. Añado otro ejemplo de disparate a los anotados en artículos anteriores. La ministra de Educación, Pilar Alegría, portavoz del Gobierno, maestra de primera enseñanza a la que no se le conoce haber impartido clases, el 21 de noviembre pasado dijo, comentando unas manifestaciones, que «se producieron». ¡En qué manos está la Educación! Antes la política tenía servidores rigurosos, preparados, y ahora, aunque la generalización nunca sea buena, parece que los políticos no dan aquella talla. La izquierda parlamentaria parece que esconde la honestidad, la coherencia y la verdad.

La disminución de calidad en la acción política es culpa de todos. La sociedad es menos exigente. Cada disparate es sucedido por un disparate nuevo y el destinatario de las decisiones pierde interés y cada vez cree menos en promesas. La credibilidad de la política depende de mentiras que ahora Sánchez proclama como cambios de opinión. Y se atreve a decir el otro día en Lugo que ha optado por la «política de templanza» mientras «la oposición ha optado por el insulto y depende de otros». Quien depende de otros es Sánchez. La mentira, que tanto dolía a Eugenio, es la gran triunfadora del momento.

Tiemblo al pensar lo que ocurrirá mañana en Bruselas en la reunión del comisario de Justicia de la UE, Reynders, con Bolaños y González Pons para hablar de la renovación del CGPJ y de la norma paralela que garantice que los jueces designen a los jueces. Es de lo que no quiere hablar Bolaños. Me recuerda una reunión parecida en ámbito más casero con García Egea, entonces secretario general del PP, en la que el engaño socialista fue sideral. Se hablaba del TC y del Tribunal de Cuentas. Es triste que la oposición acuda a un «notario europeo» porque no confía en el Gobierno. Las falacias de Bolaños desbordan las videotecas. Ha comenzado mintiendo. Agradeció al PP que acudiera por fin a una reunión. Feijóo no aclaró que la reunión con Reynders la había propuesto el PP y no el PSOE. Espero que Pons se mantenga en guardia.

Eugenio y yo habíamos hablado no poco sobre la necesidad de preservar los valores, la coherencia y la verdad, y aventurábamos en qué acabaría este desmadre político, cómo quedaría España y qué vendría después. Él era moderadamente optimista. Yo menos. Es muy doloroso que ya no podamos contar con su poderosa inteligencia y su capacidad de análisis.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.