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En primera líneaEduardo Coca Vita

Endemoniados con bula y fuero

El caudillo socialista, muy pendejo y algo pijo, se reserva asimismo el manejo de las vías de comunicación, casas de postas y ventorrillos en las rutas sin asfaltar por donde merodea. No hay más jefe que él

Me resulta empachoso verter nuevas letras y juicios, con más censuras y reproches, en el alucinante panorama que nos asola. España ha escalado escenarios insólitos, más propios de ciencia ficción, pesadillas tenebrosas o planos cibernéticos del cine futurista.

No se puede pensar en nada peor que lo que cualquier día contemplamos y, sin embargo, antes de acabar la jornada ya nos ha sorprendido una vileza más, un atropello de normas adicional, un escándalo a sumar o un descarado enchufe a conectar con un pariente del paro, correligionario servil o inútiles sin causa. El Gobierno asemeja una guarida de salteadores. El presidente hace de principal forajido, teniendo ya casi todas las bazas jugadas para ser el asalta-diligencias más célebre de la historia, sin renunciar al podio central de los personajes siniestros en la España contemporánea.

Dejando a un lado sádicos, crueles en extremo, sanguinarios y otros facinerosos de ajustes de cuentas o traficantes, es difícil tropezar en los últimos tiempos de nuestra extensa nación con sujeto más aciago y falso que Pedro Sánchez. Ha sabido juntar un hato de tunantes públicos que no lo superará nadie. Está al mando de una mara latinizada de corrompidos y adulones que le obedecen con la ceguedad de las partidas de bandoleros en los siglos XVIII y XIX. Sus mandatos, no solo son cumplidos, sino celebrados y hechos propios para venderlos como virtuosos y en pro –¡tendrán jeta!– de lo mejor para el bien general y la patria común. Él, como amo del clan o facción, escoge los golpes, determina las acciones y distribuye las ganancias, con ese sentido de justicia e igualdad que su impúdica conciencia equipara a la frívola dadivosidad de quien interesadamente compra con favores ilícitos alargar su exposición en el altar laico de un palacete o repantigarse en el camarote rebujado de una aeronave estatal. La ejecución, que toca a los secuaces mediadores, se culmina sin rechistar y hasta con orgullo de agentes solícitos y complacientes, de menor gratitud recibida que agradecimiento devuelto.

Paula Andrade

El caudillo socialista, muy pendejo y algo pijo, se reserva asimismo el manejo de las vías de comunicación, casas de postas y ventorrillos en las rutas sin asfaltar por donde merodea. No hay más jefe que él. Ni más rey. Ni más ley que la suya. Los demás somos viajeros pendientes de su capricho. Opera de guardia de tráfico y hasta de semáforo de colores a tono con quien lo vaya a cruzar. Vigila y controla las fronteras marcadas a sus gendarmes. El orden del día lo fija él, que también reparte el botín. Se ha uniformado de sátrapa y truenan los taconazos reverenciales de acólitos con hábito refalsado y cobistas con cita para el exorcista de místicos posesos que, por interés y miedo a medias, le adoran, rodilla hincada, frente al tabernáculo donde esconde el diagnóstico de sus averías mentales, custodiando el misterio un sagrario de hojalata.

Cuando hace una década se vislumbraba peligro en las encrucijadas de nuestra senda constitucional –con la irrupción por chamba del simplón Zapatero gilí–, ya asomaron recelos de perder el fruto de cuatro décadas de cultivo, y a los más inquietos, incipientemente preocupados, se nos escapaba en reuniones de familia o informales algún «¡ay cuando venga el Coleta!», «¡ya veréis si vuelven los rojos!», «¡nos vamos a enterar con Podemos!»... Más ironía que fundamento le echábamos, acudiendo los cautos y juiciosos a dos agarraderas para descartar que pudiese suceder lo de Venezuela. Una, llevar cuatro décadas acampados bajo el toldo de la Constitución del 78, elogiada en el orbe civilizado y concertada por los partidos con el casi unánime respaldo ciudadano, incluidos catalanes y vascos. Y otra, morar en la Europa de la UE, muy lejos de los aconteceres previos y posteriores a la etapa republicana de principios del XX heredero del convulso XIX; como también la monarquía era otra y nosotros andábamos entrenados para la civilidad y contentos del progreso democrático al cabo del franquismo.

Todo ello se consideraba un baluarte frente al tradicional enemigo patrio: la falta de bagaje político homologable a los occidentales y la inestabilidad gubernamental en nuestra anfractuosa historia. Esto y cosas por el estilo se sentían y decían en toda charla de entonces que se preciara de refinada y moderna entre culturizados concurrentes. Pero sí, sí, mucho predecir, y en plan casi de broma, para poco acertar. Lo que parecía impensable llegó y el repunte de lo inimaginable se superó a sí mismo. No haré un memorial de agravios ni el listado de afrentas a la decencia –y hasta a la lógica–, porque van varios trimestres en que no se lee ni escucha otra noticia en los medios fieles a su línea que cuentan la verdad con permanente desánimo. Yo mismo he vaticinado ser posible lo más nefasto concebible en la cuadrilla ministerial de ruines despilfarradores con pólvora del pueblo, sin dudar que lo conseguirán al no atisbarse expectativas de reversión. Los porqués de mi negatividad y derrotismo serán tema de una próxima colaboración si, como no deseo pero sí auguro, no cambian por un milagro del Pilar las desalentadoras circunstancias que la motivan.

  • Eduardo Coca Vita fue administrador civil del Estado