Paralelismos entre el ayer y el hoy
Los mismos intereses de entonces son los de hoy. Las actitudes heroicas, hoy como entonces, fueron minoritarias y la gran mayoría siempre se doblega a las exigencias del jefe
Ahora, al contemplar todas las maniobras que Pedro Sánchez realiza para seguir siendo el inquilino de la Moncloa, conviene volver a ver la película dirigida por Fred Zimmerman, basada en la obra de Robert Bolt, Un hombre para la eternidad (a man for all seasons), que nos traslada a la Inglaterra de hace cinco siglos en la que el Rey Enrique VIII, pocos años después de haber recibido del Papa el título de «Defensor de la Fe», por su mera conveniencia personal y por su codicia, rompió la conexión de su reino con Roma, consideró al Papa como un vulgar obispo y se convirtió en jefe de la Iglesia de Inglaterra.
Cuando uno analiza los personajes de esta obra, empezando por su protagonista, Tomás Moro, pasando por el Rey, Thomas Cromwell, el duque de Norfolk o Richard Rich, sin olvidarnos de la actuación de los obispos, con la excepción de John Fisher, que sería decapitado por alta traición, y del Parlamento de entonces, no es difícil encontrar paralelismos con lo que vivimos ahora. Los mismos intereses de entonces son los de hoy. Las actitudes heroicas, hoy como entonces, fueron minoritarias y la gran mayoría siempre se doblega a las exigencias del jefe y, si alguno duda, se le advierte: «El jefe –Rey o Sánchez– se impacienta».
A Tomás Moro, que renunció a ser Gran Canciller cuando Enrique VIII declaró la guerra al Papa, este le dice: «¡Es mi deber de conciencia divorciar a la Reina y todos los Papas juntos desde San Pedro no me apartarán de mi deber! ¿No lo ves? Todo el mundo lo comprende menos tú». Moro le responde: «Entonces, señor, ¿para qué necesitáis mi pobre apoyo?». Este le dice: «Porque eres honrado. Y sobre todo porque la gente sabe que eres honrado. Hay unos, como Norfolk, que me siguen porque ciño la corona, y otros como Cromwell, porque son chacales y yo soy su león, y muchos más que me siguen porque siguen todo lo que se mueve. Aparte estás tú. Tomás, no toleraré tu oposición».
El duque de Norfolk, hombre que se caracteriza por su insignificancia intelectual y moral, pero es importante por ser aristócrata, le dice a Moro durante el juicio de este: «Yo no soy ningún doctor y francamente no sé si el matrimonio fue legítimo o no. Pero pardiez, Tomás, mira estos nombres… ¡A todos los conoces! ¿Es que no puedes hacer como hice yo, y venir a nuestro lado, aunque sólo sea por compañerismo? A lo que Moro le responde: «¿Y cuando estemos los dos en la presencia de Dios y a ti te llame al Paraíso por obrar siguiendo a tu conciencia, y a mí me condene por no seguir la mía, dime, te vendrás conmigo, por compañerismo?».
Thomas Cromwell, ministro principal del Rey, era un hombre vanidoso que podía perpetrar verdaderos crímenes en nombre de la eficacia en la acción. O sea, un matón intelectual. Ante el silencio de Moro en el asunto, y dirigiéndose al jurado, dice: «Señores hay muchas clases de silencio. (…) El juramento en cuestión fue propuesto a los fieles y leales súbditos de Su Majestad en todo el país, y ellos declararon que el título del Rey era bueno y justo. Cuando se pidió lo mismo al acusado, este rehusó. Y a eso llama silencio y (…) este silencio equivale a la negación más elocuente». A lo que Moro le responde: «No es así, la máxima legal es 'qui tacet consentit', 'El que calla otorga'. Si queréis deducir algo de mi silencio, en todo caso más parece haber afirmado que negado la cuestión.»
El personaje más siniestro es Richard Rich, un joven ambicioso que buscaba un puesto de relumbrón y a quien Moro le recomendó «vuélvete a Cambridge; te estás estropeando» a la par que le ofrece un puesto en una escuela que este despreció: «¡Maestro de escuela! ¿Y quién lo sabría, si lo fuera?», a lo que Moro le dice: «Tú, tus alumnos, tus amigos, Dios. No es mal público. Ah, y una vida tranquila». Al no lograr de Moro lo que pretendía, se situó a la sombra de Cromwell, este, a cambio de nombrarle fiscal general de Gales, le obligó a cometer el perjurio por el que Moro sería condenado a muerte. Moro le dice: «Más me apena tu perjurio que mi riesgo» y, añade: «¿De qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? Si fuera todo el mundo… ¡Pero Gales!».
Los personajes que manejan la ambición de Sánchez hoy no sabemos cómo acabarán. Sí conocemos lo que les sucedió a los de entonces: Cromwell, declarado reo de alta traición, fue ejecutado. Norfolk también fue declarado reo de alta traición y hubiera sido ejecutado si la noche anterior el Rey no hubiera muerto de sífilis sin firmar la sentencia. Y Richard Rich, llegó a Canciller del Reino y murió en su cama arrastrando la culpa de su perjurio. Tomas Moro, al que se le desposeyó en vida de todos sus bienes, fue decapitado y, junto a John Fisher, hoy es santo de la Iglesia Católica y patrono de los políticos.
La obra de Bolt termina: «No es nada difícil mantener vivo a los amigos … lo único que se nos pide es no crear problemas; y si no tenéis más remedio que crearlos, cread la clase de problemas que se espera de vosotros».
- José Ignacio Palacios Zuasti fue senador por Navarra