Fundado en 1910
En primera líneaFernando Gutiérrez Díaz de Otazu

La liquidación de la verdad

Vivimos inmersos en un régimen vertiginoso de producción de informaciones y ejecución de actuaciones que no nos permiten, en la mayor parte de las ocasiones, poner en práctica ese «sano espíritu crítico»

Una de las preocupaciones más recurrentes entre los ciudadanos de los tiempos en los que vivimos es la de saber dónde se encuentra la verdad. Con el uso de las redes sociales, hemos venido a caer en una suerte de apabullante exceso de información que no nos permite discriminar, mínimamente, cuáles de las informaciones que recibimos son veraces o no.

Tampoco sabemos si aquello de lo que nos están informando nos es trasladado por una persona que, acertada o equivocadamente, nos transmite una opinión o si, por el contrario, se trata de una máquina que, obedeciendo unas instrucciones electrónicas de carácter genérico, ha construido una información que no tiene más fin que intoxicar a la audiencia con la finalidad, precisamente, de desorientarla y conducirla al escepticismo sobre todo aquello que percibe. Ya saben, aquello de «no sabe uno a quién creer».

Recuerdo una vieja anécdota acaecida durante una entrevista que realizaba en un canal de televisión la periodista Mercedes Milá a nuestro Premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela, en la que la periodista le preguntaba sobre las características más significativas que él recordaba de la educación inglesa en la que se había formado de niño, como consecuencia de la ascendencia inglesa de su familia materna. En su respuesta, el escritor manifestó que lo más relevante que recordaba era el descarte absoluto de la mentira como la práctica más abyecta que se pudiera observar en la sociedad. Como quiera que la periodista le insistiera sobre los métodos que se aplicaban para evitar que se mintiera, él remarcaba con el énfasis que le era natural que «no hacía falta aplicar método alguno, porque, como le digo, la mentira estaba descartada. Simplemente, no se mentía».

Lu Tolstova

Parece que este rechazo a la mentira ha dejado de ser un factor predominante, no sólo en la educación inglesa, sino en el común de la sociedad. Las mentiras fluyen por doquier y nadie se puede sentir a salvo de ser víctima de una de ellas. Los fraudes telefónicos, las falsedades divulgadas por métodos y canales electrónicos de diversa naturaleza, están a la orden del día.

Resultan cándidas las advertencias que se formulan, en algunos métodos de formación moral bien intencionados, que nos ilustran o quieren, honestamente, ilustrarnos diciéndonos que «el amor a la verdad nos llevará a no formarnos juicios precipitados, basados en una información superficial, sobre personas o hechos. Es necesario», dicen, «tener un sano espíritu crítico ante noticias difundidas por la radio, la televisión, periódicos o revistas, que muchas veces son tendenciosas o simplemente incompletas. Con frecuencia», rematan, «los hechos objetivos vienen envueltos en medio de opiniones o interpretaciones que pueden dar una visión deformada de la realidad».

Vivimos inmersos en un régimen vertiginoso de producción de informaciones y ejecución de actuaciones que no nos permiten, en la mayor parte de las ocasiones, poner en práctica ese «sano espíritu crítico» que nos haga posible discriminar lo que es veraz de lo que es falaz e incluso lo que es creíble de lo que no lo es y en último extremo, lo que es cierto de lo que es falso.

Este fenómeno se ha venido a complicar, considerablemente, con la aparición en nuestras vidas del fenómeno de la inteligencia artificial que, sobre la base de la reiteración exponencial de las instrucciones electrónicas de las que hablaba más arriba, es capaz de generar entornos de realidad que no obedecen a esas opiniones o interpretaciones humanas que pueden dar una versión deformada de la misma, sino que son, precisamente, producto de un constructo matemático que, necesariamente, produce o puede producir un sesgo en las máquinas mucho más acusado y de consecuencias mucho más efectivas de las que pudiera producir el mero sesgo humano con el que estamos más familiarizados.

Otra forma muy frecuente de alterar la percepción de la realidad por parte de la ciudadanía es la de la construcción de los denominados «relatos». Esto es así hasta el punto de que en, ocasiones, se considera «la batalla por el relato» como la clave esencial de la pugna entre rivales en la controversia social o política. Se pugna por defender no una u otra versión de la realidad, siempre sujeta a perspectivas, sino la versión de la realidad que queremos que la audiencia considere como cierta. La primera víctima de este proceder es la realidad, en sí misma, o, si se quiere, la verdad. El objeto de la comunicación no es la verdad o la realidad sino la percepción que queremos que la ciudadanía tenga de esa verdad o esa realidad. Es decir, nuestro relato.

El problema con el que nos encontramos en este ámbito es el de que, en ocasiones, nos esforzamos tanto por construir un determinado relato, que, a la postre, lo confundimos con la realidad y deambulamos por la vida defendiendo una «presunta realidad» que nadie ve con excepción de nosotros mismos. Éste es el problema al que, en mi opinión, se enfrenta el Partido Socialista Obrero Español en este momento. Se esfuerzan tanto por construir relatos en torno a su proposición de ley de amnistía o el llamado caso Koldo, que acaban convencidos de que no existe más interpretación posible de la realidad que la que ellos han «construido» y presentado a la ciudadanía como la única interpretación válida y aceptable. Pero la ciudadanía lo ve, de manera crecientemente mayoritaria, de otra manera y ahí es cuando empiezan a acusar a unos y otros de «antipatriotas», de «fachas» o de lo que se les va ocurriendo.

Decía Joan Manuel Serrat en una de sus canciones que «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio». Tenemos la obligación cívica, por la salud de nuestro sistema de convivencia, de observar un mayor grado de exigencia y rigor con nosotros mismos en el análisis crítico de la realidad que nos circunda y un mucho mayor grado de intolerancia con la mentira a fin de que no seamos todos corresponsables de haber contribuido a la liquidación de la verdad.

  • Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu es senador por Melilla