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En primera líneaRamón Pi

La carta

No distingue entre la verdad o la mentira. Si las más de las veces sus embustes le favorecen y las menos le perjudican, estaríamos ante un caso clínico que debería tratar un psiquiatra y no un periodista, ni siquiera un simple votante

El presidente del Gobierno hizo saber, por medio de una carta abierta, que en vista de que un juez ha decidido investigar a su mujer, él se plantea si «vale la pena» el seguir ocupando el cargo, como si el abandono de la Presidencia hiciera volver al juez de su decisión, o sea, como si el juez se comportase como él imagina que se comportan todos menos él, a golpe de impulsos sentimentales y no como el puro cumplimiento de la ley, o como resultado de un plan tercamente previsto para ser presidente del Gobierno.

Esto se escribe antes de que el inquilino de la Moncloa haya tomado su decisión, pero aunque se publicase despejada la incógnita, es cero el alcance que este escribidor otorga a lo que este presidente del Gobierno diga o deje de decir, porque el problema que tenemos los españoles con el que ocupa el palacio de la Moncloa no es que mienta siempre, es que no se sabe si lo que dice es verdad o mentira; ya se sabe: hasta un reloj estropeado da dos veces al día la hora exacta. Normalmente lo que dice es mentira, pero a veces es verdad. No distingue entre la verdad o la mentira. Si las más de las veces sus embustes le favorecen y las menos le perjudican, estaríamos ante un caso clínico que debería tratar un psiquiatra y no un periodista, ni siquiera un simple votante; pero si siempre, o casi siempre, sus mentiras le favorecen es que hay muchas probabilidades de que estemos ante un sinvergüenza. El presidente del Gobierno dice lo que en cada momento le conviene. Y llegado el momento electoral, si éste fuera el caso, votar a un sinvergüenza sería políticamente suicida (nótese la cautela con que escribo, dejando claro que me refiero a una hipótesis, por lo que me pueda ocurrir. A esto hemos llegado).

Lu Tolstova

Al tener conocimiento de la carta presidencial me dije: si el presidente pensase en serio en dimitir, sencillamente dimitiría, como hizo don Estanislao Figueras, que tras decir a sus ministros «estic fins al collons de tots nosaltres», fue y dimitió. O sea, que doña Begoña, en la hipótesis de la continuidad de su marido, deberá saber que ya no es la número uno, ni siquiera la número dos, sino la número tres, puesto que su marido hace depender su mantenimiento en el cargo por el amor de su mujer: el número uno sería el propio presidente, el número dos el pueblo español, y doña Begoña debería plantearse si le conviene ser el número tres. A no ser que haya negocios que aconsejen dejar el amor a un lado; hay millones de matrimonios sin un átomo de amor, pero con una economía saneada.

Ahora bien, Felipe González sí que dimitió cuando trató de que el PSOE abandonase el marxismo. Pero muy pronto el país se dio cuenta de que era un truco para volver a los pocos meses, y además diciendo que no se abandonaba el marxismo sino el método marxista (aprovechaba que aún no existía la Wikipedia, que nos dice que el marxismo no es sino un método). Eso de irse para volver a veces sale bien, pero en otras ocasiones no sale tan bien, y de vez en cuando sale rematadamente mal.

De todo lo cual se infiere que no se puede tomar en serio lo que nos diga este político que actúa como un vendedor de peines, colocado en un sitio desde el que producir un daño enorme a la nación..., ¡por culpa de la nación! A los redactores de la Constitución ni se les pasó por los magines que apareciera un político dispuesto a mentir a mansalva, que ganase una moción de censura gracias a pactar con los amigos de los terroristas, con los separatistas y con otras gentes a las que la Constitución les importa un comino, que los encontrase, y sobre todo, que un sector de la población lo votase en unas elecciones presuntamente libres (porque, ¿quién se fía de que este individuo no intente un pucherazo cuando en el Comité Federal del PSOE escondió una urna detrás de una mampara para falsificar una votación? Alguien dijo que si un sinvergüenza te engaña una vez, la culpa es suya; pero si te engaña una segunda vez, entonces la culpa es tuya). Y una vez instalado en el palacio de la Moncloa, que durante los últimos años hubiera convertido este país en un candidato a la más negra ruina moral, y también económica.

Varias enseñanzas pueden extraerse de esta pesadilla: por un lado, además de revertir la ingente cantidad de disparates cometidos por este personaje y su Gobierno, no habrá más remedio que proteger la Constitución de los desvaríos de toda laya de psicópatas, sociópatas y aspirantes a reyezuelos absolutos.

  • Ramón Pi es periodista