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En primera líneaPablo Calvo-Sotelo

68 y en mayo

La posibilidad cierta encima de la mesa de una posible disolución anticipada de las cámaras por Sánchez es una señal más de la irrelevancia absoluta de la amenaza de Puigdemont de retirar su apoyo en Madrid

Aquellos a los que nos gusta la política podríamos decir que las noches electorales son noches de Champions, cierto es que con más intriga y suspense porque en la política no hay un Real Madrid ni un Florentino Pérez. El escrutinio suele ser una larguísima tanda de penaltis llena de emoción con un árbitro peculiar, para algunos arbitrario, vestido con los ropajes de la ley D’Hondt que nos depara sorpresas con los repentinos saltos en escaños de los ajustados cocientes en liza.

Las elecciones del pasado día 12 en Cataluña han sido históricas como lo fue el Mayo del 68. Mes y cifra mágicos para la historia de Francia que en la de España se los han llevado los constitucionalistas. Esa mayoría de 68 escaños que suman el PSC, PP y Vox es una Golden Share que fulmina los experimentos pasados del Parlamento catalán y su gobierno con «la exigencia social de la celebración de un referéndum basada en la constatación de que existe un mandato democrático…» como expone la moción 122/XI de ese Parlamento de fecha 18 de mayo de 2017 y la posterior Iniciativa Legislativa Popular de 20 de febrero de 2024. El mandato democrático emanado hoy de las urnas es exactamente el contrario, diría así: «la exigencia social de la NO celebración de un referéndum basada en la constatación de que existe un mandato democrático…»

Lu Tolstova

¿Y ahora, qué? Bajo la premisa anterior, es decir, el milagro de la Golden Share, el PP y Vox no pueden jugar el arriesgado envite de unas nuevas elecciones en las que existe un verdadero riesgo de perder esa ajustadísima e histórica mayoría de bloqueo. Así las cosas, lo más normal es que Salvador Illa sea el próximo presidente de la Generalitat con el apoyo de la mayoría del bloque de izquierdas (PSC, ERC y los Comuns) o sin él. A mi modesto juicio el socialista logrará formar gobierno, o bien, en coalición, o bien, en solitario apoyado, solo en origen, por el comodín 68. Este comodín hace a ERC más débil y a Puigdemont irrelevante. Por eso, tanto la espantada del primero como el pretendido «Sánchez» que se quiere marcar el segundo, no tienen apenas recorrido. Puigdemont ya sin épica alguna es historia y la puntilla final se la dará la propia burguesía catalana convergente (hoy más fuerte en Junts) con el firme convencimiento de que ha comenzado una nueva etapa auspiciada, no solo por los votos constitucionalistas, sino también por ellos mismos con los votos que en manadas se han quedado en casa.

Paralelamente, la posibilidad cierta encima de la mesa de una posible disolución anticipada de las cámaras por Sánchez es una señal más de la irrelevancia absoluta de la amenaza de Puigdemont de retirar su apoyo en Madrid. En este contexto, solo le quedaría al de Waterloo la carta de la moción de censura si consiguiera engañar al PP (y a Sánchez) en esa misión tan suicida para Feijóo. Ese escenario, no lo veo.

Se equivoca el PP cuando dice que el procés no ha muerto; le traiciona quizá el subconsciente que parece que lo quiere vivo como fuente de votos en el resto de España. La victoria del 12 de mayo no deja de ser una victoria compartida entre Sánchez y el PP y la animadversión hacia el presidente no debe impedir reconocer a los populares que algo importante ha cambiado en Cataluña. Podrían incluso haberse plantearse una abstención matizada en la recién aprobada Ley de Amnistía aunque solo sea por el hecho de que su espíritu, el de la convivencia, ha sido avalado mayoritariamente (80 %) por el pueblo catalán. A partir de ahí, lo de siempre, y lo de siempre es que las elecciones las gana el partido político que aplica el lema de Julio Anguita «programa, programa, programa».

¿Por qué esa desconfianza del PP en sus ideas, tan ganadoras y tan bien contadas en su día por Aznar?

  • Pablo Calvo-Sotelo es abogado