La OTAN en Washington, 75 años después
La OTAN de los 75 años debe preguntarse, pocos meses antes de que el 5 de noviembre de 2024 tengan lugar las elecciones presidenciales en los USA, cuál será su destino si es Donald Trump el elegido
La cumbre anual de la OTAN tendrá lugar este año en Washington, 75 años después de que su constitución fuera firmada por doce países en la capital de los Estados Unidos. Hoy son 32 los países europeos que, junto con los Estados Unidos y el Canadá, componen su arquitectura. Son precisamente los dos de adhesión más reciente, Suecia y Finlandia, los que confirman y mejor explican el éxito de la empresa: se trata de dos naciones tradicionalmente conocidas por su adhesión al mundo de los «neutrales y no alineados» que han decidido buscar en el club atlántico las garantías de libertad y seguridad que él, más que nadie, podía ofrecerles. Precisamente frente al empeñado y criminal esfuerzo de la nueva Unión Soviética presidida por Vladimir Putin, empeñada en violar las normas básicas del derecho internacional amenazando la integridad territorial y la independencia política de sus vecinos en el norte y este de Europa. Como ya viene haciendo desde 2022 cuando invadió Ucrania. Y como viene practicando de manera sistemática a través de los medios que duelen integrarse en el conjunto de la llamada «guerra sucia» para provocar cismas y rupturas políticas y nacionales entre las democracias europeas.
Pero esta cumbre no será meramente celebratoria. Las habituales exigencias estratégicas del conjunto deben hacer frente, en primer lugar, a la nueva fragilidad internacional provocada por la invasión ruso/soviética de Ucrania y la agresión terrorista de Hamás contra Israel en 2023. No han sido países miembros de la OTAN los directamente afectados, pero la organización conoce desde hace años la necesidad de componer un cuadro estratégico global que no solo confirme la integridad de sus integrantes, sino que también procure la proyección de un mundo globalmente mantenido en torno a exigencias comunes basadas en el derecho internacional y en sus normas.
Tampoco lo será si, como es imprescindible, aborda la urgente necesidad de mantener la unidad interna frente a los peligros y asechanzas que el mundo totalitario de Putin y sus secuaces pretenden introducir en el comportamiento de algunos de los aliados. El caso de Hungría y de su primer ministro, Orban es paradigmático: las inclinaciones del húngaro hacia su «amigo» Putin, puestas recientemente de manifiesto en la imprevista y no autorizada visita que como presidente temporal del Consejo de la UE ha realizado a Moscú, son de nuevo manifestaciones incompatibles con los principios y obligaciones que rigen tanto la una, la OTAN, como la otra, la UE, en la búsqueda de esquemas de defensa y afirmación estratégica con la que el autócrata ruso pretende acabar. Alguien, en algún momento, en una o en otra, podrá y deberá preguntarse si la Hungría de Orban pertenece en verdad a lo que siempre se conoció como el «mundo occidental». Claro que la respuesta corresponde en primer lugar a los propios húngaros: ¿quieren seguir aferrados a la sangrienta tortura que sobre ellos ejerció la URSS hasta 1991?
Y por supuesto la OTAN de los 75 años debe preguntarse, pocos meses antes de que el 5 de noviembre de 2024 tengan lugar las elecciones presidenciales en los USA, cuál será su destino si es Donald Trump el elegido. Fue durante su mandato entre 2016 y 2020 cuando calificó a la OTAN de organización «obsoleta», sin ocultar sus inclinaciones de que, en el caso de haber sido elegido para un segundo mandato, los Estados Unidos decidieran retirarse de la organización. Ese Trump nacionalista y predicador del aislacionismo sería con certeza un peligro para la continuidad de la alianza político militar que más seguridad, prosperidad y libertad ha sabido aportar al orden mundial desde que fuera creada en 1949. En beneficio, por supuesto, de todos sus miembros. Incluidos naturalmente los Estados Unidos de América. Es de esperar que sus representantes en la cumbre tengan debidamente en cuenta estos interrogantes para asegurar en la medida de lo posible la garantía norteamericana en el mantenimiento futuro de la alianza y de sus objetivos. Con Trump o deseablemente sin él.
La OTAN ha cambiado recientemente de secretario general. El que lo fuera durante diez años, el ex primer ministro noruego Jens Stoltenberg, acaba de ser sustituido por el que también fuera primer ministro en Holanda, Mark Rutte. Deja el noruego una excelente estela de comportamiento y visión. Que la trayectoria del holandés puede y debe ayudar a confirmar. En tiempos, como abundantemente se observa, harto complicados. A él en gran medida la corresponderá mantener la bien conocida directriz: la de una organización internacional que seguramente como ninguna otra ha sabido y logrado mantener la integridad territorial y la independencia política de sus miembros en aras de una concepción guiada por la afirmación de la paz y la estabilidad en su entorno y en el más amplio de la comunidad internacional. Que así sea.
- Javier Rupérez es el primer embajador de España ante la OTAN