La cobarde guerra a los muertos
Felipe González declaró una vez que quienes quitaban las estatuas ecuestres de Franco post mortem tenían que haberlo hecho antes. Y es que hacer la guerra a los muertos es menos expuesto que hacérsela a los vivos. Y un acto de cobardía
El Gobierno ha exhumado los restos del almirante Salvador Moreno Fernández del Panteón de Marinos Ilustres, en San Fernando, según un breve comunicado del ministerio que rige Margarita Robles. Están pendientes otras dos exhumaciones del Panteón: las de los almirantes Juan Cervera Valderrama y Francisco Moreno. Una llamada Asociación por la Memoria Militar Democrática pidió que se retiraran esos restos por incumplir la ley de Memoria Democrática ya que «exhibían símbolos contrarios a la memoria». Supongo que a la memoria «democrática» porque a la memoria sin más, sin apellidos, no es posible ser contrario; es libre y, además, es individual.
Según tan activa asociación esos almirantes tuvieron que ver con el bombardeo desde el «Cervera», el «Baleares» y el «Canarias» de la carretera entre Málaga (en vísperas de ser ocupada) y Almería, aún reducto republicano. Se produjeron numerosas víctimas. A aquel éxodo de 1937 se le conoce, desde el gracejo andaluz, como «La desbandá». Estas tragedias ocurren en todas las guerras y son lamentables, tanto como las guerras mismas. La propia Marina militar española pagó un altísimo precio de vidas desde el inicio de la contienda civil. Todos los oficiales del crucero «Miguel de Cervantes» fueron asesinados por izquierdistas, desde un vicealmirante a un alférez de navío. Todos. Y se dieron situaciones similares en otros buques: el «Jaime I», el «Libertad», y el «Almirante Valdés» entre ellos. Fueron asaltados en Cartagena los barcos prisión «Sil» y «España núm 3» con un total de 211 asesinados. El historiador francés Michael Alpert ha estudiado a fondo esas tragedias.
No es el primer caso de exhumaciones debidas a la ley de Memoria Democrática. Los cuerpos del general Queipo de Llano, de su mujer y del auditor militar y general Francisco Bohórquez fueron desenterrados de la basílica sevillana de la Macarena en noviembre de 2022. Por cierto, Queipo de Llano contribuyó activamente a la reconstrucción del templo, incendiado por izquierdistas el 18 de julio de 1936, y fue hermano mayor de su Hermandad. El trasiego de cadáveres históricos se había iniciado con las exhumaciones y traslados de los generales Sanjurjo y Mola de su monumento en Pamplona. Siguió la exhumación de Francisco Franco, en 2019, que en vida había expresado su deseo de ser enterrado en el cementerio de El Pardo, precisamente en donde descansa ahora. Y, a petición de su familia, los restos de José Antonio Primo de Rivera, fueron exhumados y trasladados a la Sacramental de San Isidro en 2023.
La ley de Memoria Democrática, de Sánchez, como su antecesora la ley de Memoria Histórica, de Zapatero, son grandes trampas a la Historia que habrán de ser estudiadas con detenimiento. Reescribir la Historia a gusto del consumidor es una estafa intelectual. Pero, además, tras esas manipulaciones se busca la acción de la máquina asociativa que es nuestra mente. El influyente psicólogo Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía por sus aportaciones sobre la toma de decisiones y la economía del comportamiento, nos enseña que reaccionamos de forma inconsciente a asociaciones de ideas o emociones que guarda la memoria. Se trata de lo que se conoce como condicionamiento clásico que demostró Iván Pávlov, Premio Nobel de Fisiología, con su célebre experimento del «perro de Pávlov». Ahora se trata de que todos seamos «perros de Pávlov» desde la memoria condicionada que nos repitan como cierta. Que ante palabras como «facha», «ultraderecha» o «Franco» reaccionemos desde emociones condicionadas e informaciones parciales.
El diario gubernamental, reedición renovada de «El Socialista», tituló la expulsión de Quepo de Llano de su tumba: «La Macarena exhuma los restos del golpista Queipo de Llano». Sin embargo, pasamos en Madrid ante la estatua de Francisco Largo Caballero, el Lenin español, y nadie nos había dicho que dio un golpe de Estado en 1934. Volvemos la esquina, y encontramos una estatua de Indalecio Prieto, otro golpista. Don Inda, mejor persona, lo reconoció muchos años después y pidió perdón a España en una conferencia en México. Pero ese grave asunto y otros muchos no aparecen en la memoria histórica a la carta.
Quienes pasen ante el monumento barcelonés a Lluis Companys, recorran su avenida y escuchen hablar de sus supuestas glorias, ignorarán su responsabilidad en los miles de asesinatos cometidos por anarquistas y comunistas en la Cataluña de la guerra civil siendo él presidente de la Generalidad. También había dado un golpe de Estado, en su caso dos si contamos el inicial intento de Maciá en el que también participó. Ya en el inicio del exilio, el catalanismo acusó a Companys de no haber hecho frente a los revolucionarios, de haber sido títere del extremismo, y por ello de no haber atajado los desmanes que se produjeron. El franquismo le acusó de lo mismo. Tampoco aparecerá en la memoria prefabricada.
Felipe González declaró una vez que quienes quitaban las estatuas ecuestres de Franco post mortem tenían que haberlo hecho antes. Y es que hacer la guerra a los muertos es menos expuesto que hacérsela a los vivos. Y un acto de cobardía. Casi como huir de la Justicia en el maletero de un coche.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando