Muchos miramos al Rey
No somos pocos los españoles que en este momento difícil miramos como referencia al Rey Felipe VI, temerosos, desde cada vez más evidencias, de que se nos esté llevando a una nueva situación republicana tras las fallidas experiencias anteriores
Aclaro, para que nadie pueda pensar que me ha picado una avispa republicana, que me considero monárquico, partidario de un sistema que demuestra su eficacia en naciones europeas desarrolladas. Puede ser tradición aparte de convicción. Mi familia en Flandes se mantuvo fiel a la Monarquía española y a la fe católica. Ausentes los españoles, al sentirse inseguros por sus ideas y su fe, los dos hermanos mayores se trasladaron a España, a Cádiz, y la primera generación nacida en España ingresó ya en la Armada.
No somos pocos los españoles que en este momento difícil miramos como referencia al Rey Felipe VI, temerosos, desde cada vez más evidencias, de que se nos esté llevando a una nueva situación republicana tras las fallidas experiencias anteriores. Quienes desean un futuro republicano para España, entre los que se cuentan miembros del Gobierno, reconocen como ejemplo a seguir aquella Segunda República de caos y violencia que acabó en una guerra civil que algunos de sus principales dirigentes deseaban y así lo proclamaron. Si en España se leyese más y no estuviésemos confundidos desde una memoria histórica parcial y vengativa nada de esto extrañaría.
Lo cierto es que –o esa sensación tenemos– se están limitando, o condicionando, ciertas facultades privativas de la Corona sottovoce o a bombo y platillo. En la ley de Memoria Democrática se incluye la supresión de 33 títulos nobiliarios concedidos por Franco. La mayoría de esos títulos fueron sucedidos por fallecimiento de sus receptores, publicados en el BOE y firmados ya por Juan Carlos I. Entre ellos figuran reconocimientos a personalidades fallecidas antes de la guerra civil por lo que no se incurría en exaltación alguna del franquismo. Por ejemplo, los ducados de Calvo Sotelo y de Primo de Rivera, a título póstumo, dignidades que ya habían sido sucedidas con la firma del Rey. También son ilógicas, desde el punto de vista histórico, las supresiones de títulos otorgados ya por Juan Carlos I. Así el condado de Rodríguez de Valcárcel siguiendo la tradición de que el presidente de las Cortes que recibiese el juramento de un Rey recibía esa distinción. La concesión y su motivo nada tenían que ver con el franquismo. Se trata de una persecución a los muertos, tan de moda, o una patética venganza.
Otro asunto para reflexionar. Por el BOE conocimos que el Rey Felipe VI firmó recientemente la concesión de grandes cruces de la «Real y Distinguida Orden de Carlos III», la máxima distinción premial española excluyendo el Toison, a las exministras Ione Belarra e Irene Montero. El texto es el usual: «Queriendo dar una muestra de mi Real aprecio…», pero lo que no resulta normal es que, al menos una de las distinguidas, Irene Montero, amenazó al Rey con «guillotinarlo» y «echarlo a los tiburones» desde su cuenta de Twitter, como publicaron los medios. Lo del «Real aprecio» es notable. Y no se puede alegar que esa distinción a los exministros es una tradición, que lo es, porque también lo era en el caso de Rodríguez de Valcárcel al que me he referido, y se rompió la tradición. Me temo que, si seguimos así, el ágrafo Willy Toledo recibirá la Órden de Alfonso X El Sabio, que distingue los servicios a la Cultura. Ha hecho méritos. Hace unos meses, en una «marcha por la república», también deseó «guillotinar al Rey» al grito de «los Borbones a los tiburones».
No es un misterio, porque lo vivimos y lo padecemos, que el futuro cada vez menos oculto que desean no pocos de nuestros dirigentes, con el apoyo, por acción u omisión, de una parte de la ciudadanía (ya se encargó Sánchez de levantar un muro entre «los suyos» y el resto), es continuar el desmontaje de hecho de la Constitución, ocupar todos los poderes y con singular interés el Poder Judicial, que aún resiste, manejar las instituciones, acogotar a las grandes empresas decisorias, y rodearse de sumisos 'sí bwana'. El Poder Legislativo está resuelto: gobiernan, por primera vez, quienes no ganaron las elecciones. Suelo citar «Cómo mueren las democracias» de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Los golpes de Estado se dan ya de otra manera; no son los cuartelazos de antaño. Socavan, ocupan, fuerzan las situaciones de una manera habilidosa y gradual valiéndose de los propios elementos que les ofrece el Estado. Una vez ocupado el poder, se eternizan. No se olvide que Chávez llegó a la presidencia venezolana en unas elecciones. Luego pervirtió el poder a su servicio.
Muchos miramos al Rey porque pensamos que el objetivo final del golpe sordo es la Corona. Son numerosas las alertas. Y las que desconocemos. El Rey se mantiene prudente. Tiene su relevante papel en la Constitución. Sin gobernar es el singular garante del asentamiento del edificio del Estado. Y los españoles no hemos olvidado su mensaje del 3 de octubre de 2017 tras el golpe en Cataluña. Un mensaje arrasado por el Gobierno al llevar adelante la inconstitucional amnistía. Y hay que recordar que en diez años de reinado, Felipe VI no ha concedido un solo título nobiliario, una de las prerrogativas regias. Me pregunto si no ha habido algún español en el mundo de la cultura, del deporte, de la empresa que lo mereciese. Otra hipótesis es que se deba a imposición gubernamental; prefiero pensar que es prudencia regia. Pero un rey prudente no es un rey ciego, sordo y mudo. Por ejemplo, si el Rey padre muere en el extranjero, en un exilio obligado por el Gobierno, sin tener en España responsabilidad judicial alguna, tendrá una pésima repercusión que me temo salpicará a su hijo. Sánchez incluso sería capaz de impedir su reposo en El Escorial Ya sabemos su opinión sobre el respeto a los muertos.
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- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando