El atrevimiento de leer
El libro es el único instrumento del que disponemos para hacer frente a la manipulación y la mentira a las que nos exponemos en las redes sociales
El verano es tiempo de lecturas. Cada año somos muchos los que regresamos a los libros que hemos ido guardando a lo largo de meses para satisfacer una necesidad profunda de la que no siempre somos conscientes; la necesidad de saber.
Sin la escritura y el libro, la civilización y la cultura no habrían llegado a los hombres a lo largo de los siglos. En los tiempos lejanos de la prehistoria el saber y el conocimiento se expandían solo por la palabra hablada, no escrita; y las palabras entregadas al viento, el viento se las lleva. Fue la necesidad la que empujó a los hombres de la revolución neolítica, hace diez mil años, a marcar signos en pequeños bloques de barro en los que, una vez secos, quedaba constancia del control de los productos agrarios que recolectaban, almacenaban o permutaban. Ese es el antecedente de la escritura, que luego se plasmó en las tablillas de barro sumerias de la escritura cuneiforme, las estelas, el papiro, el pergamino y el papel; desde hace más de 26 siglos han sido los fedatarios de lo que la inteligencia humana es capaz de crear, y el soporte más seguro y eficaz para trasmitir el conocimiento y la sabiduría.
Con la creación de los alfabetos y de la escritura se aseguró la pervivencia del conocimiento. El atrevimiento de escribir de los pioneros es el cimiento de la civilización. Si en las obras de Platón no se hubiera escrito lo que dijo Sócrates, que nunca escribió una sola línea, todo lo que enseñó el maestro se habría perdido, y es poco probable que en los siglos VI a.C. y V a.C. se hubiera producido la mayor explosión de inteligencia que ha conocido la humanidad y que lideraron Sócrates, Platón y Aristóteles.
Para que en el siglo XIII en Toledo unos «estudiosos ultramontanos», en palabras de Sánchez Albornoz, pudieran trasvasar a Europa la sabiduría de los griegos, rescatada por los árabes, fue determinante el soporte material de los libros en los que vertieron la traducción al latín. Y tras la invención de la imprenta en el Renacimiento, la difusión del libro ha sido una marea que ha inundado el mundo.
El atrevimiento de leer fue durante siglos la práctica de una minoría, a la que la lectura provocó la curiosidad y el interés por saber más. El analfabetismo fue el primer adversario que tuvo el libro, pero hace algo más de cien años comenzó a ser derrotado. Fue a finales del siglo XIX y a lo largo del XX cuando se puso en marcha un proceso de alfabetización masivo en la sociedad occidental, del que surgieron las primeras generaciones que tuvieron acceso al conocimiento y la cultura. Con los libros, el civismo se abrió paso en las masas, hasta entonces iletradas e ignorantes. Sin el libro, el progreso y la convivencia civilizada entre los hombres no habrían calado hasta la raíz en nuestro mundo, ni se habrían abierto camino entre las gentes de otros continentes. La cultura de masas habría sido imposible sin los libros de texto y los que van más allá del puro contenido académico. Porque, como dijo el bachiller Sansón Carrasco haciendo suya la máxima de Plinio el Viejo: «No hay libro tan malo que no tenga algo bueno».
Pero esta conquista que nos parecía irreversible está en trance de perderse. Desde hace algunos años somos testigos de un lento pero imparable proceso de deserción de las generaciones jóvenes y no tan jóvenes, que están abandonando el libro como fuente del conocimiento. Y lo sustituyen por el contenido digital al que tienen fácil y gratuito acceso desde sus teléfonos móviles, tabletas y ordenadores.
El cambio es radical porque mientras que la lectura del libro obliga a la concentración durante un periodo largo de tiempo, provoca la reflexión y pone en marcha el acto de pensar y razonar, la consulta en las redes satisface el interés inmediato por la información, y poco más. Las redes inyectan en vena mensajes cortos, simples o simplistas, que penetran con facilidad en la mente de muchos, generalmente jóvenes, indefensos culturalmente para filtrarlos o rechazarlos. Los mensajes maximalistas reducidos al absurdo, muchos de ellos cargados de odio contra el discrepante y de desprecio a los que defienden la moderación, se están imponiendo. Las redes sociales informan y desinforman pero no forman. Y la consecuencia es que la sabiduría está siendo sustituida por informaciones y datos que en muchas ocasiones no son veraces, cuyo fin es manipular como están haciendo Rusia, China e Irán, entre otros.
El mayor y más preocupante indicio de la decadencia del libro es que en muchos colegios solo es un medio residual para el estudio porque ha sido sustituido por la tableta o el ordenador. El efecto indeseado de este cambio radical es que la inteligencia humana –única herramienta de que dispone el hombre para su realización y progreso– corre el riesgo de convertirse en un instrumento débil e indefenso ante los intentos de manipulación. Si tal cosa ocurriera, sería la destrucción del medio que ha asegurado el avance y el progreso del ser humano.
Es poco probable que el libro desaparezca, pero el camino emprendido con la primacía de las redes sociales, lo llevará a convertirse en un objeto residual.
Mal asunto, porque el hombre es lo que lee, y si no lee, es menos. Puede tener más, pero será menos.
- Emilio Contreras es periodista