Perplejidades
Esta sociedad, gracias a las leyes y las prácticas de sus gobernantes, está acostumbrando a la gente en general a transgredir los principales mandamientos de cualquier religión: no matar, no mentir, no robar
En este momento de la política española, ¿qué es más importante: echar del palacio de la Moncloa a Sánchez Pérez-Castejón, u ocuparse de contribuir a generar una sociedad conscientemente democrática, esto es, que se resista a pudrirse, una sociedad que no espere a que un ángel venga resolvernos las cosas, en definitiva, una sociedad que se tome en serio a sí misma y que no se tome la democracia como si fuera una especie de lotería que celebra un sorteo cada cuatro años?
La pregunta es pertinente, porque si se elige lo primero, las ventajas saltan a la vista: Esta máquina de tomar el pelo al pueblo soberano dejaría automáticamente de producir disparates y sus responsables se irían a sus casas o a donde los enviase el juez o el tribunal correspondiente, porque a primera vista parece que ha habido enriquecimientos meteóricos que reclaman esclarecimiento. Por el camino que transitamos acabaremos más pronto que tarde en niveles de pobreza que ya creíamos olvidados, y eso sin contar las lesiones morales que a cualquiera que se limite a ser buena gente han de resultar aterradoras:
Esta sociedad, gracias a las leyes y las prácticas de sus gobernantes, está acostumbrando a la gente en general a transgredir los principales mandamientos de cualquier religión: no matar, no mentir, no robar. En según qué condiciones y según en beneficio de quién se trate, se dará muerte a inocentes (leyes de aborto y eutanasia), se mentirá a mansalva gracias a la actitud ejemplar del presidente del Gobierno, desde el plagio de la tesis doctoral hasta la urna apostada tras una mampara en una reunión del PSOE, pasando por la actual vicepresidenta venezolana y sus maletas en Barajas y por un rosario de episodios que ahorro al lector. ¿Y robar? Si las mascarillas hablasen, o si las maletas contasen su vida, o si la levedad del castigo a los que pusieron en funcionamiento el empleo de los fondos de los parados andaluces diera alguna conferencia, tendríamos ante los ojos todo un curso de doctorado en inmoralidad.
Pero habría un inconveniente en la operación de echar del poder a Sánchez Pérez-Castejón, no menor: para echar a los inquilinos de la Moncloa, habría que poner de acuerdo a todo lo que no son ni comunistas, ni separatistas, ni el PSOE, y comparecer en las elecciones al grito de ¡cualquiera, menos estos!
Pero, a lo que se ve, el Partido Popular tiene la mentalidad de concebir el partido como una gran agencia de colocación (como el PSOE), con la vida resuelta a los leales, y si así no fuera, habría que esperar a que agotasen sus mandatos los amigos de los inmorales atornillados en sus altos cargos, y mientras tanto se dedicasen a poner toda clase de piedras en el camino de los nuevos (en la hipótesis de que tuvieran las ideas claras y no quisieran parecer progres y acabasen comportándose como sus estúpidos antecesores).
Vuelvo a la pregunta inicial de estas líneas: si se escoge la segunda opción, la de contribuir a generar una sociedad democrática, que se tome en serio y que vea a los gobernantes no como «el mando», sino como unos empleados del pueblo soberano, me acuerdo siempre del ciudadano que, paseando por la ciudad de Londres, veía a un vejete que cuidaba el jardincito de la puerta de su casa. Le preguntó cómo se las arreglaban los ingleses para lograr esos céspedes tan uniformes, y esta fue la respuesta:
— Hay que regar cada seis días, teniendo en cuenta que a veces llueve, y procurando que cada planta de césped se mantenga igual de alta que sus hermanas; eso se puede hacer con unas tijeras pequeñas de podar. Luego hay que pasar la segadora cada quince días, y en un siglo o siglo y medio ya se obtiene un césped aceptable.