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en primera líneaJuan Van-Halen

El arrumbado patriotismo

El otro día seguí a Xabier Fortes mientras insultaba, con acoso, a una política supuestamente entrevistada que fue vapuleada, además, por dos tertulianos cercanos a Ferraz. Se defendió bien. Y eso ocurría en la televisión pública que pagamos todos

Padecemos una sobreactuación relativa a conceptos que se repiten hasta el vértigo y normalmente se emplean sin mayor cuidado y respeto a la verdad. Por ejemplo «ultra». Para la izquierda cualquiera que no cree lo que dicta como verdad absoluta es un ultra. De ser cierto más de la mitad de los ciudadanos de nuestro país serían ultras. El concepto se complementa con memeces plagiadas tales como «la máquina del fango». Y lo que le gusta a la izquierda es asumible, aunque sea históricamente de derechas. Junts –y sus antecedentes– y el PNV son muy de derechas, pero cuando pactaron la supervivencia política de Sánchez se convirtieron en progresistas. Así va desnaturalizándose nuestra pobre realidad.

Lu Tolstova

Vivimos y no afrontamos que, gracias a Sánchez y a su antiguo maestro y actual socio Zapatero, el contador de nubes y responsable inicial del declive económico e internacional de España, ha crecido la anormalidad en la política. Y sigue adelante con el apoyo de una cuadrilla de creadores de opinión que crucifican incluso a compañeros cuando no se manifiestan públicamente según el canon monclovita. El otro día seguí a Xabier Fortes mientras insultaba, con acoso, a una política supuestamente entrevistada que fue vapuleada, además, por dos tertulianos cercanos a Ferraz. Pepa Millán, portavoz de Vox en el Congreso, se defendió bien. Y eso ocurría en la televisión pública que pagamos todos. No cito nombres porque son amigos, sobre todo uno, y cada cual defiende su opinión. Pero si mirásemos atrás sus posiciones nos llevaríamos sorpresas.

Un concepto tabú, arrumbado, es «patriotismo». También «patria». Leo a mi buen amigo Rafael Dávila, general de División retirado, culto y comprometido, o sea valiente, con una relevante biografía de servicios. Su trabajo como historiador es notable y su último libro, 'La segunda guerra civil de Franco', recoge un cúmulo de informaciones impagables. Escribiré largo y tendido sobre esta obra. Los sucesivos textos de Dávila se enmarcan en lo que parece olvidado por muchos: patriotismo. El nuestro es un país a veces impresentable en el que hasta hemos sumado un asesinato porque a un ciudadano se le ocurrió lucir una bandera de España que no era sólo la suya, también la de su asesino.

Arrumbamos el patriotismo desde la ceguera sanchista mientras fomentamos, incluso por encima de las leyes, un patriotismo inventado, apuntalado en una historia falsa, como es el nacionalismo catalán, entre los de otras regiones, y ya nos trasladó De Gaulle que «patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás es lo primero». Una frase para ser recordada en bronce, pero estaría mal visto. La dictadura cultural woke.

El Artículo 30 de la Constitución señala en su punto 1: «Todos los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España», pero queda sin cumplir, después de casi cuarenta años, el punto 2: «La ley fijará las obligaciones militares de los españoles». Ese vacío, no cubierto probablemente por cobardía de los sucesivos gobiernos, ha abierto indefiniciones a mi juicio lesivas.

Hace algunos años un estudio supranacional del Instituto Gallup –recuerdo otro más lejano que también resultaba desolador– desveló que sólo un 29% de los encuestados en España se muestra favorable a defenderla con las armas si fuese preciso, y un 18% no sabe o no contesta. España es uno de los países del mundo con mayor rechazo a participar en una guerra en defensa de su territorio y, por ello, de sus valores. En aquel viejo sondeo que cito, del que no recuerdo fecha, me sorprendió el porcentaje de ciudadanos que estarían dispuestos a defender con las armas sólo su casa y su familia, como si fuese posible que una fuerza invasora llegase a tu puerta sin haber ocupado ya parte del territorio llevándose por delante casas y familias que no son las tuyas. Un egoísmo ciego y un planteamiento absurdo.

Aznar, probablemente por sus acuerdos anteriores con Pujol, suprimió la mili. Él no la había hecho. Algunos países europeos estudian recuperarla. No sólo es preocupación de la derecha. Recientemente Cándido Méndez también se mostró partidario de esa recuperación. La mili suponía un periodo con pros y contras, pero aportaba beneficios como la formación en valores no sólo castrenses, la capacitación técnica de jóvenes que habrían de servirles en su vida laboral, e integraba a los soldados de diferentes regiones y extracciones sociales en una convivencia positiva. No debemos descartar que la ausencia de ese llamamiento a la juventud haya influido en el entendimiento del patriotismo hoy.

El patriotismo está arrumbado como un trasto viejo. Resulta amargo si lo unimos a la galopante crisis de valores en una España que pone en cuestión su unidad histórica de siglos beneficiando a logreros, no precisamente progresistas, aunque se proclamen tales desde un egoísmo y una simpleza agresivos. Los nacionalismos periféricos nacieron y se potenciaron aprovechando la debilidad de los gobiernos nacionales. Todo se aceleró tras el desastre del 98, mal planteado y resuelto.

Desde el reinicio de la democracia no hemos conocido gobiernos más débiles y entreguistas que los de Sánchez. Debería leer a Antonio Maura, el mallorquín que fue cinco veces presidente del Gobierno. Definió en el Congreso, el 8 de julio de 1899: «Gobernar no es despachar los expedientes y ver pasar y caer las hojas del calendario; gobernar no es desear las cosas buenas y a la menor resistencia abandonarlas; gobernar no es seguir todos los himnos y todas las marchas». Es lo que hace Sánchez.

Hay quien considerará inapropiado, por rancio, aquel aserto de Cicerón: «En las horas de peligro es cuando la patria conoce el quilate de sus hijos». Mientras, la UE recomienda a sus países miembros que se rearmen. Los tambores de guerra parecen escucharse. Y no lejanos.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando