El otro Parkinson
Habría que pensar, si las autoridades de la UE y de sus países miembros, en lugar de celebrar tantos debates sobre la redacción de reglamentos no harían mejor en atender la necesaria reforma de sus burocracias
Las últimas semanas se han visto llenas de comentarios al informe sobre 'El futuro de la competitividad europea', dirigido por Mario Draghi. En abril se publicó el de Enrico Letta, 'Mucho más que un Mercado'. Ambos títulos parecen un fiel reflejo de las preocupaciones de las autoridades europeas. Economía competitiva es aquella en la que crece la renta y el bienestar y da empleo a todo el que lo desea. Mercado significa oportunidades para el empresario y oferta de productos y servicios de calidad creciente. Ambos parecen en peligro en Europa.
La Unión Europea se ha venido atrasando ante China y los Estados Unidos, temiéndose que su participación en la economía mundial decrezca de modo importante. El relanzamiento de Europa requiere, según Draghi, la inversión de 800.000 millones de euros anuales, inversión que, para ser eficiente, necesitará de una reorganización previa de muchas instituciones europeas, que, como dice su informe, están excesivamente burocratizadas. Señala Draghi que, entre 2009 y 2014, EE. UU. aprobó 3.500 regulaciones y la UE 13.000, a lo que pueden añadirse, como ejemplo, los mediocres resultados conseguidos con la aplicación de los fondos de la Next-Generation.
Los muchos informes que se publican en nuestros días citan las más diversas técnicas (internet, aeronáutica…) pero, de costumbre, olvidan mencionar la que puede considerarse la más importante de todas ellas: aquella que reúne los conocimientos para organizar de modo eficiente. Los automóviles o los aviones solo han sido una realidad gracias a que han podido diseñarse y ejecutarse procesos, a veces muy complicados, que han permitido ensamblar todas sus piezas y hacer que el conjunto terminado ruede por una carretera o vuele. Son las técnicas de organización las que han hecho posible el éxito de todas las demás. Como habrá afirmado algún autor, la herramienta más poderosa de que disponemos es la organización humana.
Las técnicas de organización tuvieron su maduración clásica a comienzos del siglo XX, en lo que se denomina la 'Revolución de la Productividad' y, desde entonces, han sufrido un proceso de perfeccionamiento.
Los mejores analistas de la organización burocrática han venido a afirmar que suele ser la menos eficiente de las conocidas, pero la más perfecta para que sus dirigentes puedan ejercer un poder ilimitado sobre sus empleados. Basada en el cumplimiento de un reglamento impuesto, impide el comportamiento creativo de todos aquellos que la integran. La recomendación habitual es que solo se implante en casos, que no son muchos, en los que los objetivos que se buscan puedan merecer un importante sacrificio de recursos o cuyo control sea especialmente difícil. Este suele ser el caso de las funciones nucleares de las administraciones públicas. El fracaso de los sistemas de socialismo real y similares, en los que la organización burocrática se estableció a escala gigantesca, tiene mucho que ver con su ineficiencia. Un conocido periodista británico afirmaba, no ha mucho, con cierta crudeza, que ya nadie cree que la nacionalización de empresas, la eliminación del mercado y la consiguiente burocratización lleve a un mayor bienestar, sino que todos esperan que lo que engendre sea una pobreza creciente. La historia del siglo XX ofrece suficientes ejemplos.
No es la primera vez que Europa se enfrenta con la necesidad de reducir su burocracia y utilizar con mayor eficiencia el gasto público. Algo de este tipo pasó a mediados del siglo XX, al terminar la época dorada de la economía de mercado, tras la Segunda Guerra Mundial. Por aquellos años, al final de los cincuenta, el profesor C.N. Parkinson publicó un libro, divertido y ameno, en el que parodiaba el funcionamiento de la Administración Pública Británica, de su burocracia. Lo tituló «1=2 La ley de Parkinson». Su enunciado era que, en las burocracias públicas, «todo trabajo se prolonga hasta agotar la totalidad de los recursos disponibles», lo que quería decir que un funcionario puede hacer solo una determinada tarea, pero, si hay dos funcionarios, entonces la hacen entre los dos y, si diez, entre los diez. Afirmaba, además, que los funcionarios tienden a crearse trabajo entre sí, de tal modo que las administraciones o burocracias públicas pueden vivir para sí mismas, sin prestar demasiada atención a los ciudadanos. Las propuestas del profesor Parkinson, a pesar de su exposición desenfadada, tuvieron una buena acogida en el mundo académico y pasaron a formar parte de las enseñanzas obligadas en las técnicas de organización. No parece que quisiera criticar a los funcionarios, sino al modelo organizativo en el que se veían obligados a trabajar.
Tras la experiencia de las reformas de los años setenta, se han venido tratando de implantar técnicas de gestión u organización más eficientes en las administraciones públicas. Los resultados han sido importantes, pero, en algunos casos, no suficientes, como refleja la situación europea. La afirmación de que en nuestro mundo los Estados Unidos inventan, China fabrica y la Unión Europea redacta reglamentos no es tan exagerada como parece.
La transformación de sistemas burocratizados en sistemas más flexibles, adaptables, creativos y eficientes requiere tiempo, es lenta y necesita de un entorno en el que los ciudadanos participen, utilizando de modo adecuado su libertad.
Habría que pensar, si las autoridades de la UE y de sus países miembros, en lugar de celebrar tantos debates sobre la redacción de reglamentos no harían mejor en atender la necesaria reforma de sus burocracias y educar a sus ciudadanos en el uso correcto de la confianza, la colaboración, la libertad. Tal vez este sea el gran reto de Europa en este tiempo.
- Andrés Muñoz Machado es doctor ingeniero Industrial