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En primera líneaMiquel Porta Perales

Los síntomas de la crónica enfermedad moral del nacionalismo catalán

La historia de Cataluña es esto: cada vez que el destino la coloca en una encrucijada decisiva, elige, estúpidamente, el camino que conduce al despeñadero. Hemos podido verlo y vivirlo con desgarradora lucidez, con dolor entrañable

Una lectura sintomática de los artículos de Agustí Calvet, 'Gaziel', que fue director de La Vanguardia y articulista de El Sol, de José Ortega y Gasset, Manuel Aznar, Mariano de Cavia, Ramón J. Sender, Félix Lorenzo o Luis Bagaría, permite detectar, en palabras de nuestro periodista, los síntomas de la «crónica enfermedad moral» del nacionalismo catalán que hace que Cataluña sea «la primera víctima de sus profundas e interminables pesadillas».

Lu Tolstova

Vayamos a los textos de nuestro periodista. Textos que se escribieron antes y después del golpe de Estado de Lluís Companys del 6 de octubre de 1934. La historia quizá no se repita, pero rima.

1. El nacionalismo catalán, desde su nacimiento, adopta formas timoratas, oportunistas, fantasiosas, tartarinescas e irreales.

2. El nacionalismo catalán ha logrado que Cataluña, políticamente hablando, viva en un estado de malhumor y enfurruñamiento constantes. Unas veces, replegada en sí misma al margen de la vida pública. Otras veces, implementando bruscos estallidos que no resuelven nada, pero hacen tambalear a España. Cataluña es, desde hace cuatro siglos, la epiléptica de España.

3. El nacionalismo catalán es una forma de exclusivismo y acantonamiento nativo. La expresión de la avara povertá di Catalogna que aparece en la Divina Comedia de Dante. Individualismo rabioso, a menudo poco sociable, que acaba por encerrarse y limitarse en un sentimentalismo patriarcal y casero. Una política que se reduce a una anacrónica añoranza que convierte en patrióticos elementos folclóricos como la sardana, la barretina y porrón.

4. El nacionalismo catalán, cuando las cosas no andan como él quiere, en vez de luchar por enderezarlas a su gusto, se enfada en seguida, protesta y se marcha. De achicamiento en achicamiento y de inhibición en inhibición, el catalán descontento cae, casi sin darse cuenta, en el separatismo.

5. El nacionalismo catalán cree que es imposible entenderse con el resto de España y por ello se propone remediar la cuestión, pero para solucionar un problema, crea otro mayor. Por ello, el separatismo es pura negación estéril. El separatismo tiene la mala costumbre de deshacer lo hecho o destruir lo conseguido. El separatismo es una ilusión morbosa que encubre una absoluta impotencia.

6. El nacionalismo catalán carece de diplomacia. La razón: la protesta explosiva, la aspereza, la impaciencia, los arrebatos. La política catalana se afirma a sí misma con desmesurada soberbia, con incorregible miopía, exclusivamente, como si floreciese en medio de un desierto, y nunca se le ha ocurrido ser útil a los demás, relacionarse, ni mucho menos decirse que el camino más corto —como saben muy bien los refinados egoístas mundanos— es el que da los más grandes rodeos.

7. El nacionalismo catalán es un peligro que los catalanes llevan dentro, que consiste en la permanencia y agravación del desorden crónico, de la anarquía, invariable e incurable, siempre y la misma, aunque vayamos cambiando los rótulos de la fachada —monarquía, dictadura, república, centralismo o autonomía—, según el capricho de los tiempos y el soplo del viento.

8. El nacionalismo catalán es garantía de pérdida. No es la suerte. No son los naipes. Colocaos a su espalda y observad su juego. Veréis que su suerte es, poco más, poco menos, la de todo jugador con sus buenas y malas rachas. Pero, siempre se equivoca. Tira copas y guarda bastos cuando debería hacer lo contrario. Pierde la partida, incluso, cuando tiene los mejores naipes. La historia de Cataluña es esto: cada vez que el destino la coloca en una encrucijada decisiva, elige, estúpidamente, el camino que conduce al despeñadero. Hemos podido verlo y vivirlo con desgarradora lucidez, con dolor entrañable.

9. El nacionalismo catalán ha contagiado Cataluña y España, como una enfermedad que a veces dormita y a veces estalla.

10. El nacionalismo catalán ha generado un malestar intolerable en Cataluña, que es hijo de una crónica enfermedad moral. Cataluña es la víctima de sus profundas pesadillas. Es un pueblo freudiano, que tiene sueños terribles. Y ello es debido a un secreto, a una llaga escondida, que importa descubrir y destapar a plena luz, si se quiere ver claro en este caso de psicoanálisis político. He aquí el hecho: Cataluña es un alma sin cuerpo, esto es, un alma en pena.

Concluye Gaziel —en un artículo fechado el 21 de diciembre de 1934, cuando el golpe de Estado de Lluís Companys se zanja con una pena de reclusión mayor e inhabilitación absoluta por parte del Tribunal de Garantías Constitucionales de la República: finalmente, llegó la amnistía con el gobierno progresista— que «todo se ha perdido, incluso el honor». Y advierte que «la culpa capital, la causa suprema de nuestra desventura, se debe a nosotros, a los catalanes todos, a Cataluña en peso, y muy en especial a sus partidos políticos más representativos».

Nada nuevo. Ya en un artículo, fechado el 9 de diciembre de 1932, Gaziel había exclamado un «¡Ah, si tuviéramos los catalanes un poco de juicio!». Insisto: la historia quizá no se repita, pero rima.

Nota. Los artículos de Gaziel sobre el asunto se encuentran en la recopilación Tot s´ha perdut (2013). La presentación y la nota de edición del libro están escritas en catalán, y los textos del autor en español.

  • Miquel Porta Perales es escritor