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En prímera líneaCarlos de Urquijo

España degenerando

Si fruto de un análisis pormenorizado la solución a nuestra desorganización territorial implica la reforma del título VIII de la Constitución, se plantea. Las medidas necesarias deberán ser expuestas con claridad en el programa electoral y posteriormente votarse en las Cortes Generales

Joaquín Miranda, gobernador civil de Huelva desde 1938 hasta 1943, presidía finalizada la Guerra Civil una corrida a la que asistía como espectador Juan Belmonte acompañado de un amigo. El acompañante preguntó al maestro «¿Es verdad que este señor gobernador ha sido banderillero suyo?» respondiendo el interpelado con un lacónico «sí». Intrigado insistió: «¿Y cómo se puede llegar de banderillero a gobernador tan rápido?» Belmonte, con su tartamudeo habitual, contestó «Po po po cómo va a ser, de de degenerando».

Hoy la España de hace 45 años formula asombrada a la de hoy una pregunta similar y la respuesta coincide con la sentencia del 'Pasmo de Triana'. España se encuentra en un estado de degeneración consecuencia de personajes que pensaron que en política todo vale, Zapatero y Sánchez son sus principales culpables, pero no los únicos. El triunfo del despropósito, además del concurso de los citados, ha necesitado al menos la conjunción de otros tres factores: Las buenas intenciones, los complejos y la deslealtad.

Lu Tolstova

La postración de la nación, y por ende del Estado, se ha manifestado con virulencia estos días por la pésima gestión de la catástrofe de Valencia. Sus dramáticas consecuencias han sido el penúltimo aldabonazo que ha provocado que algunos se pregunten qué queda de España, pero el comienzo del declive es anterior. Comenzó a gestarse inconscientemente tras el referéndum constitucional de 1978, al que siguieron un año después el primer estatuto de autonomía y más tarde los dieciséis restantes.

Enunciaba también las buenas intenciones, los complejos y la deslealtad como causa de la degeneración. Las primeras acompañadas de cesiones permanentes para integrar a los que siempre han aspirado a la ruptura de la nación. Los segundos por venir de quienes pilotaron la Transición habiendo colaborado con el régimen anterior, y la deslealtad por cuenta de los que utilizaron la autonomía como trampolín hacia la secesión. La fuerza centrífuga de estos tres elementos sostenida en el tiempo, ha allanado el camino hasta la práctica desaparición del Estado.

Si queremos que España sobreviva, toca repensar nuestro modelo autonómico. La gestión de una catástrofe y sus dolorosas consecuencias, no acaban con un país. Con la nación acaban por poner solo algunos ejemplos, las Taifas surgidas al amparo de la persecución del español, la ausencia de un sistema educativo nacional, la existencia de una fiscalidad asimétrica o la absurda maraña administrativa creada para justificar la diferencia. Los españoles no somos iguales en derechos y obligaciones y corregirlo resulta imperativo.

Los partidos con vocación nacional deben poner expertos a trabajar sin dilación en esta materia, con la urgencia derivada de la gravedad del desafío. Si fruto de un análisis pormenorizado la solución a nuestra desorganización territorial implica la reforma del título VIII de la Constitución, se plantea. Las medidas necesarias deberán ser expuestas con claridad en el programa electoral y posteriormente votarse en las Cortes Generales. España se enfrenta a una grave enfermedad, del diagnóstico adecuado y la valentía en la aplicación del tratamiento dependerá su recuperación, si falla alguno de los dos solo nos quedará asistir a su funeral.

  • Carlos de Urquijo fue delegado del Gobierno en el País Vasco