De servilletas e impuestos
Una familia comienza por determinar sus ingresos antes de determinar su gasto y no al revés. Con los países parece que debería pasar lo mismo. Cuando el gasto público no se corresponde con la productividad tarde o temprano el país se empobrece
Los años setenta del siglo pasado fueron notorios para la vida económica. Acabó la época dorada de la economía de mercado, que se había iniciado tras la Segunda Guerra Mundial, se manifestó el crecimiento excesivo de las administraciones públicas y del gasto público, se devaluó el dólar y continuó el fortalecimiento del ecu, que andando el tiempo se convertiría en el euro y entraría en circulación en el año 2000. Entró el Reino Unido en la Unión Europea, tras años de solicitarlo y tras superar las barreras que la Francia de De Gaulle le imponía. Hubo crisis como la de Argentina o Corea del Sur que dieron bastante que hablar y la de la deuda externa Latino Americana, provocada, entre otras cosas, por una colocación, ciertamente descuidada, de los enormes saldos procedentes de la subida del precio del petróleo en países que luego tuvieron grandes dificultades para devolver sus créditos. Se propusieron las medidas económicas comprendidas en el denominado Convenio de Washington. Cuando se aplicaron de modo radical, la economía de algunos países tembló. Cuando se aplicaron paulatinamente, como fue el caso de la India, las economías se restablecieron.
La subida inesperada del petróleo causó un shock en todo Occidente. Se planteó la necesidad de ahorrar en los viajes por automóvil y el cambio de combustible en las centrales eléctricas, pasándose, en más de un caso, de hidrocarburos derivados del petróleo al carbón.
Por aquel entonces vio la luz una de esas proposiciones que pasan a la posteridad. Según se dice, la expuso de modo esquemático, en la conversación que mantuvo a lo largo de un almuerzo con altos cargos de la Administración Norteamericana, el economista Laffer. Explicó su propuesta trazando una curva en una servilleta, de ahí que en el argot de la Economía se la conozca como «curva de la servilleta». Parece conveniente recordarla en un momento en el que las subidas de impuestos ocupan una buena parte de la prensa diaria y de las preocupaciones de los contribuyentes.
La curva de Laffer parte de imaginar un país que aplica un determinado tipo impositivo a las rentas de sus habitantes y empresas, esto es, detrae un determinado tanto por ciento de las mismas en concepto de contribución. El gobierno obtiene cada año los correspondientes ingresos. Supóngase ahora que el gobierno necesita ingresar más porque gasta más y entonces sube el tipo impositivo. El resultado esperado es que los ingresos crezcan. Sin embargo, puede que esto no sea así, este es el planteamiento de Laffer, sino que lo que ocurra es que al subir los impuestos la actividad empresarial, las actividades económicas se contraigan y, en consecuencia, se ingrese menos. Puede ocurrir algo todavía peor y es que aumente la economía sumergida, en la Unión Europea viene a ser alrededor del 18 % PIB, o que las empresas cambien su sede a otros países o que disminuyan su actividad o que inviertan menos o que desaparezcan. Ocurrirá así que el gobierno obtendrá unos ingresos inferiores a los que espera y, además, provocará una disminución de la actividad económica, con el consiguiente desempleo y disminución del bienestar. El efecto de disminución de la actividad económica puede ser tanto más acusado cuando los contribuyentes no vean muy claro cuál es el destino que se da a sus contribuciones, no constaten suficiente transparencia en el gasto público.
El nivel de vida de las sociedades es una consecuencia de la productividad de sus gentes, de sus empresas, de sus instituciones. Los servicios públicos generalizados y de calidad, como es el caso de la Salud o la Enseñanza, son muy costosos y necesitan altas contribuciones de los ciudadanos, por la vía de los impuestos. Estas altas contribuciones solo se consiguen impulsando la actividad económica, la productividad. Cuando la gestión económica es adecuada, los tipos impositivos no necesitan subir, sino que pueden incluso bajar, ya que aumenta la generación de riqueza sobre la que se aplica el tipo o porcentaje.
Un conocido autor del siglo XIX afirmaba que la economía es «el análisis del comportamiento humano en los asuntos de la vida ordinaria». Una familia comienza por determinar sus ingresos antes de determinar su gasto y no al revés. Con los países parece que debería pasar lo mismo. Cuando el gasto público no se corresponde con la productividad tarde o temprano el país se empobrece.
Parece ser así, que los altos ingresos públicos, la alta recaudación de impuestos, solo es posible cuando se favorece la creación de empresas, se respeta al empresario, se aumenta la productividad. Cuando estas condiciones faltan, lo que suele conseguirse es un empeoramiento paulatino de la actividad económica, de la posición de los países en cualquier escala de logros económicos. Este es el mensaje sencillo pero profundo de la «curva de la servilleta». Tampoco se puede olvidar que, como decía un conocido Premio Nobel, las leyes de la economía no son derogables, hay que esperar que se cumplan siempre, aunque con una cierta lentitud. La «curva de la servilleta» ha sido objeto de multitud de artículos y críticas, pero sigue ahí como una llamada de atención a lo que puede ocurrir cuando ingresos y gastos, nivel de vida y productividad no se corresponden.
Andrés Muñoz Machado es doctor ingeniero Industrial