¿Milei o Vance?
Vance es un peso pesado intelectual, un político-filósofo. Entre sus influencias están la doctrina social de la Iglesia, el pensamiento de René Girard y las ideas de teóricos postliberales como Sohrab Ahmari o Patrick Deneen
Es obvio que la nueva derecha avanza en todas partes, comiéndole terreno a un centro-derecha que ha interiorizado los trágalas ideológicos de la izquierda (de la «emergencia climática» a la «violencia de género», el transexualismo o la identity politics). Pero se enhebra un tanto precipitadamente a los Trump, Le Pen, Meloni, Milei u Orban en una sola letanía, pasando por alto claras diferencias entre ellos.

Comparemos el discurso de Javier Milei en Davos la semana pasada con el que pronunció J.D. Vance —mentor intelectual y delfín del trumpismo— al aceptar su candidatura vicepresidencial en julio. El presidente argentino se reclamó explícitamente del liberalismo clásico y entonó un canto entusiasta al capitalismo. Occidente había encontrado en el siglo XIX la fórmula para el progreso constante: la tríada lockeana de «protección de la vida, la libertad y la propiedad privada». Las revoluciones liberales desencadenaron una energía innovadora que sacó a la mayoría de la pobreza; Europa y América deben su salto adelante, piensa el político de la motosierra, a «ese nuevo marco moral y filosófico que ponía la libertad individual por encima del capricho del tirano. Occidente pudo dar rienda suelta a la capacidad creativa del hombre, dando inicio a un proceso de generación de riqueza nunca antes visto».
Según Milei, la receta para el bienestar es un Estado imparcial que no se endeuda y reduce su intervención al mínimo imprescindible. El declive occidental se debe a haber sustituido el liberalismo por la socialdemocracia, los derechos-protección (que implican la abstención del Estado) por los derechos-prestación: «En algún momento del siglo XX perdimos el rumbo y los principios liberales que nos habían hecho libres y prósperos fueron traicionados». El pretexto para la expansión constante del Estado fue la redistribución de la riqueza, so capa de «la siniestra, injusta y aberrante idea de la justicia social». La igualdad ante la ley se trocó en la «igualdad a través de la ley», el Estado redistributivo. Esa redistribución adopta últimamente la forma de cuotas woke que atienden al sexo, la raza o la orientación sexual, no al mérito, a la hora de asignar puestos.
La solución de Milei es meridiana: volvamos al Estado pequeño y neutral, a las leyes ciegas al color y los genitales; a la meritocracia, el equilibrio presupuestario, los impuestos bajos y el librecambismo. Argentina arruinó su esplendor de principios de siglo a base de proteccionismo peronista y «justicia social»; su error fue «cerrarse al libre comercio» (sic).
¿Y qué dijo J.D. Vance en julio pasado? Lo contrario: acusó al libre comercio de la destrucción de empleo en EE. UU. («Joe Biden apoyó en su momento el NAFTA, un mal acuerdo comercial que externalizó a México muchos buenos empleos manufactureros; Biden le dio a China una bicoca de acuerdo comercial que también destruyó muchos empleos de clase media»).
Vance es un peso pesado intelectual, un político-filósofo. Entre sus influencias están la doctrina social de la Iglesia, el pensamiento de René Girard y las ideas de teóricos postliberales como Sohrab Ahmari o Patrick Deneen. Lo característico del postliberalismo es la crítica del «fusionismo» liberal-conservador que informó a la derecha norteamericana en la Guerra Fría. Vance comparte esa crítica: «Creo que el Partido Republicano ha sido demasiado tiempo una coalición de conservadores sociales y libertarios económicos, y no pienso que los conservadores sociales se hayan beneficiado mucho de esa alianza». En efecto, los postliberales culpan al liberalismo de la descomposición de la familia, del abortismo, de la destrucción de empleo, de la descristianización, de la fragilidad creciente de la clase trabajadora… Usan una retórica populista que raya en la lucha de clases: las «élites globalistas» (los «anywhere», capaces de adaptarse a las exigencias cambiantes de la sociedad competitiva y tecnificada) explotan y desprecian al «pueblo enraizado» (los «somewhere», vinculados a lugares y empleos concretos). Frente a la fe liberal en la mano invisible y benefactora del mercado, abogan por la promoción estatal del «bien común».
Un servidor cree que el liberalismo económico sí es compatible con el conservadurismo social. Los liberales clásicos fueron conscientes del valor irremplazable de la familia, las iglesias y otros cuerpos intermedios. Al discurso libertario de Milei le falta peso conservador (aunque, eso sí, defiende con rotundidad el derecho a la vida desde la concepción); al discurso antiliberal de los Vance o Deneen le sobra inquina anticapitalista y antimeritocrática. La nueva derecha necesita un rumbo intermedio a esos dos extremos. Otro día veremos cómo.
- Francisco José Contreras Peláez es catedrático de Filosofía del Derecho. Universidad de Sevilla