Si quieres, quédate en casa
No es verdad que únicamente la división sexual del trabajo haya consolidado el papel subalterno de la mujer. La mujer, por su cuenta, ha conquistado los derechos civiles, se ha incorporado al mundo laboral, tiene capacidad de elección, ha llegado a la universidad y goza de tiempo libre
Si quieres, haz oídos sordos al feminismo chillón de pancarta y, si así lo prefieres, prioriza la vida familiar. El tuyo es un feminismo feminista que se mueve en el ámbito de las libertades, que requiere tolerancia y se fundamenta y toma cuerpo en la capacidad de elección, en los valores de la familia y en la corresponsabilidad propia del ser humano, sin distinción de sexo, que posibilita la supervivencia de la comunidad.

Si quieres, reivindica unos valores y unas ambiciones distintas a las de los hombres. ¿Acaso el comportamiento y valores considerados femeninos –intuición, cooperación, sensibilidad, entre otros muchos- no son fundamentales para pilotar el reto de nuestra cultura y de nuestra civilización? No ocurre nada porque no tengas necesidad de poder y contemples otras prioridades. Por supuesto que puedes comerte el mundo. El mundo no es de los pusilánimes.
Deja de lado las críticas del progresismo feminista oficial —ese feminismo que vive del poder hoy dominante y que te ridiculiza y menosprecia— que ha establecido la corrección política feminista. Ese feminismo fundamentalista y absolutista —también, autócrata— que excomulga a quien no le obedece. Ese feminismo que no representa a la mujer, sino que se representa a sí mismo. O así misma. Como si de un sindicato de clase se tratara. Enorgullécete, si te excomulgan. En las sociedades modernas en que vivimos existen tres fuentes productoras de respeto: hacer algo por sí mismo, cuidar de sí mismo y ayudar a los demás.
Arriba la disidencia: esa reivindicación de la mujer en toda regla, esa manifestación del uso subversivo de la razón con el propósito de remover, minar y socavar aquellas creencias e ideologías alejadas de la realidad o que no concuerdan de ninguna manera con el espíritu democrático.
El feminismo que garantiza que el trabajo fuera del hogar es la vía que conduce a la liberación y emancipación de la mujer, no es de fiar. Lo sabes. Siempre hay que tener en cuenta la complejidad del presente. Cuando hay crisis, o cuando el trabajo es escaso, los salarios pueden recortarse y/o congelarse al tiempo que predominan ocupaciones poco gratificantes y mal remuneradas. Así las cosas, ¿por qué hay que «obligar» a uno de los dos miembros de la pareja a salir del hogar para realizar un trabajo si no es estrictamente necesario para la subsistencia? ¿Merece la pena la «libertad» y la «independencia» de un trabajo quizá poco grato y mal remunerado? ¿Vale la pena una «liberación» y una «emancipación» así? ¿No es más razonable apostar por la división familiar del trabajo e, incluso, por la división sexual del trabajo? ¿Qué mal hay en ello?
Las feministas que te quieren liberar —por decreto— por la vía del trabajo fuera del hogar esconden muchas cosas, no inspiran confianza. Lo sabes. Quien sostiene que la permanencia de la mujer en el hogar, con el objeto de dedicarse al trabajo doméstico, es una condena, suele ser la mujer —feminista y progresista, por supuesto— con trabajo gratificante, socialmente considerado y bien remunerado que, por lo demás, convive con una pareja con similar trabajo e ingresos. El poder reside en elegir. Sin dar nada por sentado, por supuesto. El feminismo con mando en plaza no debería imponer, por decreto ideológico, su modelo —supuesto— de liberación y emancipación. Pero, lo hace.
La realidad se impone, los tiempos cambian, las ideas son permeables. No es verdad que únicamente la división sexual del trabajo haya consolidado el papel subalterno de la mujer. La mujer, por su cuenta, ha conquistado los derechos civiles, se ha incorporado al mundo laboral, tiene capacidad de elección, ha llegado a la universidad y goza de tiempo libre. Probablemente, la mujer no quiere liberarse al modo feminista protocolizado por el feminismo radical y sí quiere hacerlo al modo feminista o posfeminista que entiende que la emancipación también puede conseguirse en cualquier ámbito y de diversas y plurales maneras.
El movimiento feminista autorreferencial, que se ha institucionalizado y ritualizado hasta convertir sus ideas y prácticas en lo más parecido a un artículo de fe, ha esposado a las mujeres. Dan ganas de liberarse y de dejar de culparse de unos pecados imaginarios. Dan ganas de superar el sectarismo, de quitarse los velos ideológicos, de deshacerse de los prejuicios, de borrar los estereotipos, de cargarse los clichés y de romper la pereza intelectual de quienes se empeñan en señalar el recto camino que seguir bajo pena de exclusión ideológica, social y política. Dan ganas de revitalizar la libertad efectiva de la mujer. Basta de integrismos feministas y de proyectos de ingeniería social deliberada. ¿Que surgen problemas? Como en todas partes. ¡Qué te van a contar!
- Miquel Porta Perales es escritor