Los extremismos antisistema
La convergencia antinatura: Derechas duras e izquierdas radicales en su anti-occidentalismo y fascinación por Rusia
En un mundo donde las polarizaciones ideológicas parecen irreconciliables, surge un fenómeno tan sorprendente como inquietante: la coincidencia entre las derechas más extremas de Europa y las izquierdas otrora moderadas y ahora radicalizadas y las más radicales. El inquietante núcleo de coincidencia es su rechazo visceral al Occidente liberal y su admiración, en distintos grados y por motivos dispares, hacia el modelo autoritario de Rusia. Este anti-occidentalismo, acompañado de un antiamericanismo selectivo y un discurso prorruso, no solo desafía las categorías políticas tradicionales, sino que pone de manifiesto una alianza táctica que, aunque antinatura en apariencia, revela profundas convergencias en su rechazo a la modernidad democrática y su nostalgia por la gloria pasada y perdida.

Rechazo al liberalismo global y a la hegemonía occidental
Las derechas duras, como Alternativa para Alemania (AfD) o la Agrupación Nacional (RN) francesa, abominan del liberalismo global que identifican con la hegemonía de Estados Unidos y, en menor medida, de la Unión Europea. Para ellas, este modelo representa una amenaza existencial a las identidades nacionales, los valores tradicionales y la soberanía de los Estados.
Para los extremistas de todo pelaje, la globalización es un proyecto corrosivo que diluye fronteras y culturas. Curiosamente, en algunos sectores de estas derechas totalitarias resuena un eco anticapitalista que recuerda más al marxismo que a las bases clásicas del conservadurismo, como ocurrió con el fascismo y el nazismo, cuyos programas económicos compartían con el socialismo un rechazo al mercado libre.
Por su parte, la izquierda radical coincide en su aversión al liberalismo global, aunque desde una óptica anticapitalista que atraviesa todas sus corrientes, desde las más clásicas y ortodoxas hasta las más extremas. Para estas formaciones, Occidente, y en particular los Estados Unidos, encarna el imperialismo económico y militar que perpetúa las desigualdades globales y explota al llamado «Sur Global». En esta visión, Rusia emerge como un contrapeso necesario, un actor que desafía la supremacía occidental. Así, ambos extremos convergen en señalar al «Occidente liberal» como una fuerza que atenta contra sus ideales: la tradición para las derechas y la revolución falsamente igualitarista para las izquierdas radicales y radicalizadas.
Antiamericanismo selectivo como arma política
El antiamericanismo de las derechas duras no es generalizado, ni es normalmente absoluto. Admiran aspectos de Estados Unidos como el aparente conservadurismo de Trump y la influencia de la derecha religiosa protestante (Evangélica) difícilmente trasladable a Europa, pero rechazan con vehemencia la influencia de los sectores 'wokistas' (cosa en la que coinciden con buena parte del centro-derecha español) y su rol de «policía global». Este rechazo les sirve para manifestarse contra la OTAN y la UE, vistas como extensiones de la agenda estadounidense que coartan la soberanía nacional.
En contraste, la izquierda radical profesa un antiamericanismo más estructural, anclado en la crítica histórica al intervencionismo estadounidense en Vietnam, Irak o Iberoamérica. Para ellos, Rusia es una víctima de la expansión de la OTAN y un aliado en la lucha contra el «imperialismo yanqui». En ambos casos, Estados Unidos se erige como el símbolo del poder occidental a debilitar, aunque las motivaciones difieran en apariencia: nacionalismo soberanista en las derechas, antiimperialismo en las izquierdas.
Fascinación por el modelo autoritario ruso
La admiración por Rusia bajo Vladimir Putin une a estos extremos en una idealización peculiar. Las derechas duras ven en él un líder fuerte que defiende valores tradicionales —familia, religión, nación— frente al «decadente progresismo occidental». Para la derecha extrema, Rusia es un bastión contra la inmigración, el multiculturalismo y la secularización, e incluso algunos lo consideran un paladín de la Europa cristiana y blanca, aplaudiendo medidas como su legislación anti-LGTBI.
La izquierda radical, aunque no comparte este conservadurismo, valora el desafío de Putin a la hegemonía estadounidense y su apuesta por un mundo con un Occidente sometido o por lo menos debilitado.
Nostalgia y rechazo a la modernidad occidental
La nostalgia es otro punto de encuentro. Las derechas duras añoran un pasado mitificado de naciones homogéneas y valores cristianos, amenazado por la modernidad liberal de Occidente. Rusia, con su conservadurismo ortodoxo mezclado con imperialismo postcomunista, les ofrece un reflejo de ese ideal perdido. La izquierda radical, en cambio, evoca la Unión Soviética o un mundo anterior a la globalización, donde el bloque del Este era una alternativa a la democracia liberal y al capitalismo. Si bien es cierto hoy que Putin ya no es comunista, su Rusia hereda simbólicamente ese rol de oposición. Ambos rechazan la modernidad occidental —por tradición o por antiimperialismo— y ven en Moscú un retorno a un orden más «auténtico».
Anti-OTAN, anti-UE y populismo como nexos
El discurso anti-OTAN y anti-UE refuerza esta convergencia. Las derechas duras critican a la OTAN como una herramienta de dominación estadounidense y a la UE como una burocracia woke que sofoca la soberanía, alineándose con la retórica rusa de una Europa de naciones. La izquierda radical, con su histórico «¡OTAN no, bases fuera!», ve en estas instituciones el brazo militar y económico del «imperialismo occidental». El populismo, además, actúa como sólido y tóxico nexo de unión: ambos enfrentan al «pueblo» —puro para las derechas, oprimido para las izquierdas— contra las élites cosmopolitas, admirando en Putin un liderazgo fuerte y «antiestablishment».
Una amenaza a las democracias liberales
Esta convergencia antinatura entre extremos revela una esencia inquietante: un anticapitalismo, antiliberalismo y rechazo a las democracias liberales que une a ambos en su oposición a los derechos fundamentales y al principio de no discriminación, pilares del orden mundial. Su fascinación por modelos autoritarios, como el ruso, no solo cuestiona el proyecto occidental, sino que pone en riesgo las libertades fundamentales en las que se sustentan. En un mundo en crisis, esta paradoja ideológica merece ser considerada un serio riesgo a nuestras libertades y a nuestros sistemas de libertades, en suma a nuestras democracias, verdaderas campeonas de los valores más sagrados de todos los seres humanos, vida, libertad, dignidad, respeto a la diversidad y justicia sin discriminación.
- Gustavo de Arístegui fue embajador de España en la India, Sri Lanka, Nepal, Maldivas y Bután (2012-2016)