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El hombre liviano

Tiene los siguientes ingredientes: pensamiento débil, convicciones leves, sustituye los compromisos por la indiferencia y el relativismo. Su estrella polar es el pragmatismo; su norma de conducta, la aceptación social: lo que está de moda. Su ética se fundamenta en la estadística que sustituye a la conciencia

En estos últimos tiempos, cuando el orgullo del hombre es humillado por las fuerzas de la naturaleza, el culto al cuerpo ha puesto de moda ciertos productos livianos, ligeros: el tabaco, algunas bebidas o ciertos alimentos. La forma es la expresión material de la ideología. Y este culto al cuerpo es uno de los síntomas exteriores de la ideología dominante.

De forma paralela, el psiquiatra Enrique Rojas destacó la gestación de un tipo de hombre que calificaba como «hombre light». Se trata de un hombre relativamente informado –es decir, indigestado de noticias pasajeras y manipuladas–, pero con parca educación humanista, convencido del pragmatismo, por una parte, y adherido a bastantes tópicos, por otra. Todo le interesa por aquello de la aldea global, pero a nivel superficial y sin profundizar, acepta las trivialidades que le ofrecen ciertos medios de comunicación. La sobredosis de información y el escaso criterio para discriminar le incapacita, en muchos casos, para hacer la síntesis de aquello que percibe y, en consecuencia, deviene en un sujeto trivial, ligero, frívolo, que lo acepta todo porque carece de unos criterios sólidos en su conducta leve, volátil, banal, permisiva. Ha visto tantos cambios, tan rápidos y en un tiempo tan corto, que ya no sabe a qué atenerse o, lo que es lo mismo, hace suyas las afirmaciones del todo vale, dado que vive en el cambio permanente. Va a la deriva, sin ideas claras, cercado en un mundo colmado de información que le distrae y se convierte en un hombre superficial y consentidor por su vacío moral.

La realidad del sistema actual nos ofrece un panorama árido. Impera el utilitarismo: hace que un individuo tenga cierto reconocimiento social por el único hecho de ganar mucho dinero. «El consumo destructivo, el consumo por el consumo, se materializa en muchos hogares de la clase media», dice Amando de Miguel en Los españoles. Esto lleva al hedonismo: pasarlo bien a costa de lo que sea es el nuevo código de comportamiento, lo que apunta hacia la muerte de los ideales, el vacío de sentido y la búsqueda de una serie de sensaciones cada vez más nuevas y excitantes, multiplicación de los magos, brujos, curanderos y demás. Olvidando a Einstein: «No busques ser un hombre de éxito, busca ser un hombre de valores».

Su permisividad desbarata los mejores propósitos e ideales. Si acaso se refugia en una rebeldía pequeño-burguesa de moda, una postura admitida de transgresión de la norma, pero sin contenido rebelde real, sin finalidad. La ética permisiva sustituye a la moral, lo cual engendra un desconcierto generalizado basado en la absolutización de lo relativo, todo es relativo menos el propio relativismo. Brotan así unas reglas tuteladas por la subjetividad y por el consumismo que representa la fórmula posmoderna de la libertad.

El hombre liviano, producto de su tiempo, está elaborado con los siguientes ingredientes: pensamiento débil, convicciones leves, sustituye los compromisos por la indiferencia y el relativismo. Su estrella polar es el pragmatismo; su norma de conducta, la aceptación social: lo que está de moda. Su ética se fundamenta en la estadística que sustituye a la conciencia; esteriliza su moral con la neutralidad, el déficit del compromiso y la subjetividad. Si piensa algo disonante lo relega a la intimidad, sin atreverse a salir en público.

La nueva mentalidad trae la desorientación, actitudes con profundas interrogaciones e interrelaciones. Entre ellas destaca el nihilismo, el vacío fruto de la negación de toda creencia. Con este escepticismo se multiplica el individualismo egoísta e insolidario, la falta de una conciencia comunitaria, de una conciencia de comunidad entre las personas, los grupos, etc. El individualismo provoca un aislamiento despreocupado e insolidario que contraviene la identidad de la sociedad humana.

Esta misma postura, en el marco de la comunidad nacional, imposibilita la construcción de ese proyecto sugestivo de vida en común del que hablaba Ortega. Esos factores personales, agravados por la falta de horizonte para independizarse y asumir sus vidas, lleva a muchos jóvenes a la automarginación, destacando el consumo de drogas y de alcohol con el sólo fin de desinhibirse y embrutecerse, sin búsqueda creativa, pura evasión, refugio en mundos ficticios huyendo de la realidad tenebrosa. Finalmente, llega al conformismo, el no querer salir de esos moldes estándar, no tener interés por evolucionar, bien por convencimiento o bien por inercia, adaptación social y postura acrítica. ¡Qué nos salve el Estado! De ahí desciende al pasotismo, ya ni siquiera adopta un gesto de rebeldía ante un sistema no atrayente y no se integra en él resignadamente como hace el conformista, pero tampoco adopta una actitud de compromiso directo con la transformación social, encerrándose en las pandillas, con posturas violentas y agresivas algunas veces, a través de las denominadas tribus urbanas.

Con los años, deviene en el hombre-masa, consumista y alienado. Es un hombre alejado de la naturaleza a pesar de sus aparentes protestas ecológicas, ya asimiladas y utilizadas como productos comerciales por el consumo. Es un hombre que afirma lo democrático y acepta de forma acrítica la dictadura de los partidos. Es un hombre que ignora que el camino de la unidad no es la separación, la ruta de la grandeza no es atomizar hasta lo minúsculo, la libertad está para comprometerla en favor de lo que creemos. Lo demás son disonantes relatos de la pesada postmodernidad que hacen esos hombres para parecerlo. Lo dijo un poeta: «Yo no sé muchas cosas, es verdad, digo tan sólo lo que he visto y he visto que los gritos de angustia del hombre los taponan con cuentos (...) y me sé todos los cuentos».

Gustavo Morales es director del Club de Periodismo del CEU