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Dos historias de guerra

Calabozo y felicitaciones el mismo día, por las mismas causas, a los mismos hombres

Afganistán, una noche de arrestos

La noche oculta el miedo, las sombras del terror cruzan ligeras las llanuras desoladas de Afganistán. En ellas, avanza un solitario vehículo BMR que flamea la bandera roja y gualda. Una llamada de socorro hace crepitar la radio. Soldados llaman a soldados. El BMR ajusta el rumbo y rueda por el camino tenebroso hacia quienes necesitan su ayuda. Es un Hummer americano, su tripulación refleja ansiedad en los rostros de los militares del otro lado del Atlántico. Los españoles desembarcan y se despliegan ofreciendo protección al vehículo norteamericano. Cruzan unas palabras simples, para entenderse. El Hummer no funciona.

Uno de los soldados españoles hurga en el motor, acero y cables, aceite y electricidad. Los norteamericanos tienen todo lo necesario para el arreglo, material pero no pericia. El mecánico español lo pone en marcha. La alegría releva a la ansiedad en los rostros de los jóvenes usacos. Dan las gracias efusivas a esos soldados morenos y vuelven a su base. No tendrá tanta suerte el BMR que se detiene averiado horas después, los cazadores de montaña españoles no disponen de los elementos mecánicos del vehículo que han arreglado y rescatado. Empuñando los fusiles HK G36 recorren a pie, guiados por las estrellas, el camino hasta su campamento en la noche poblada de promesas de muerte. Cielo negro y tierra parda guardan los pasos mudos de los muyahidines, Alá lo quiere, que los observan y llevan combatiendo al invasor desde los tiempos de Alejandro Magno. Uno de los soldados de España recuerda los versos de Rudyard Kipling: «Cuando caes herido en las llanuras de Afganistán / y acuden las mujeres a mutilar lo que queda de ti / coge tu rifle y vuélate los sesos / Preséntate ante tu Dios como un soldado». No es necesario, los cazadores de montaña llegan a su campamento militar, tarde pero llegan.

Al día siguiente, en el cuartel español se presenta un general estadounidense. Forma la guardia, los oficiales hispanos salen sorprendidos a saludarle. El general yanqui está eufórico y pide a los mandos españoles poder ver y saludar a los soldados de España que salvaron a los norteamericanos el día anterior. Estupefacto escucha de boca de su interlocutor que esos héroes están arrestados por llegar tarde al cuartel. El general, en respuesta, extiende al jefe europeo las hojas de felicitación oficial, firmadas y selladas, con que el Ejército de Estados Unidos agradece a los cazadores de montaña españoles haberles rescatado de la noche mortal afgana. Calabozo y felicitaciones el mismo día, por las mismas causas, a los mismos hombres.

Casi todos fueron héroes

La patrulla española llega al oasis en el desierto iraquí bajo un cielo absoluto. Abandonan el vehículo para refrescarse, queda uno de centinela empuñando su ametralladora. El legionario Hugo, desde la torreta del blindado, observa cómo los mandos se hacen fotos junto a algunos cadáveres anónimos repartidos por el suelo. En ese momento, dos iraquíes armados surgen de su escondite empuñando sus fusiles Kalashnikov AK47. Hugo abre fuego con su ametralladora MG42, conocida como «la segadora» por su alta cadencia de tiro. Ráfagas cortas y certeras que sorprenden a los oficiales y neutralizan a los agresores.

Un oficial comienza a increpar a Hugo: «¿Qué has hecho? ¿Tú qué sabías de sus intenciones?» El legionario señala los fusiles de los atacantes iraquíes pero el mando no cesa: «Animal, lo mismo sólo querían hablar con nosotros». En esas estaban cuando otro grupo de árabes armados se lanza hacia el grupo de oficiales que está fuera del vehículo abriendo fuego contra ellos con fusiles automáticos rusos. Hugo dispara de nuevo y barre a los agresores. Por esa acción, el Ejército dio varias cruces al Mérito Militar, a casi todos, a Hugo no.