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La política exterior en la Transición

Convendría continuar cubriendo de información las lagunas que han quedado pendientes y la aclaración de determinados acontecimientos que se produjeron en ese período nos ayudará a comprender mejor dónde se encuentra hoy la política exterior española

España vivió su transición, consecuencia de la cual sería el compromiso entre los diferentes actores políticos que la llevaron a cabo, expresado en la Constitución de 1978; pero ese consenso constitucional no se tradujo en una política exterior definida por los objetivos generales que exigen nuestros intereses como país en el ámbito internacional. Este de la política exterior –sin perjuicio de algunos acuerdos básicos, como lo fue la apuesta por nuestra presencia en las instituciones europeas– ha sido, por lo tanto, un lugar abierto a la disputa y a la mudanza, y los sucesivos Gobiernos de la democracia han supuesto significativas –y perjudiciales, en ocasiones para España– variaciones en nuestra acción exterior.

¿Qué ocurrió entonces con aspectos tan importantes y vitales para nuestro futuro como nación como lo son nuestra relación trasatlántica con los EE.UU. (más allá de nuestra condición de socios en la OTAN) y que produjo un resonante conflicto político en la época Bush-Aznar, foto de las Azores incluida? ¿Qué se habló sobre nuestra proyección hacia los Estados de Iberoamérica? ¿Qué del español (una lengua nativa para 600 millones de personas) como instrumento de nuestra política exterior? ¿Y qué se dijo de nuestra vecindad sur, de la garantía de aprovisionamiento energético (tan de actualidad para nuestros bolsillos en estos tiempos, y en el futuro invierno que se aproxima), de nuestras relaciones con ese vecino tan difícil que es Marruecos y con la política a seguir con respecto al Sáhara, territorio del cual seguimos siendo potencia administradora, al menos de iure? ¿Intuíamos que nuestra entrada en el Mercado Común supondría una necesaria congelación en el contencioso que manteníamos –y mantenemos– con el Reino Unido respecto de Gibraltar? ¿Había alguna política alternativa en este punto? ¿Se pensó en algún momento en dar vida a la economía de los municipios del Campo de Gibraltar? ¿Hasta qué punto la doctrina del ministro Castiella, victoriosa en el escenario de la ONU, prevaleció en ese momento de la transición, y cuenta para algo hoy, en la política exterior española? Y en lo referente al papel del Rey, ¿se llegó a plantear alguna posibilidad de intervención del Jefe del Estado en la política exterior cuando se discutió el texto constitucional?

A estas y otras preguntas que podríamos plantearnos en el día de hoy, se pretendía dar respuesta en el acto que, conjuntamente, la Fundación Transición Española, presidida por Rafael Arias Salgado y dirigida por Pablo Zavala, y el foro LVL (Libertas, Veritas et Legalitas), celebramos hace unos días en Casa Arabe. Un acto que contaría con la ponencia del historiador y director del Instituto Elcano, Charles Powell y del exministro de Exteriores y embajador, Carlos Westendorp. 

Es evidente, que las formuladas cuestiones constituirían en sus respuestas al menos un apasionante libro que el historiador Powell debe ya a sus lectores. En todo caso, la revelación que el citado ponente del acto formuló en el mismo respecto de los asuntos del abandono a su suerte del Sáhara por España y la posición que se mantuvo durante la transición en lo relativo a Gibraltar merecen alguna consideración, siquiera muy brevemente.

Respecto del primero de los asuntos, el del Sáhara, parece que existía un cierto choque de posiciones en el Gobierno Arias Navarro, figurando el presidente del Consejo con una actitud entreguista del territorio a los ocupantes marroquíes, en tanto que la opinión del ministro competente, Cortina Mauri, lo sería de resistir a la denominada Marcha Verde. Cerraría el debate el Rey Juan Carlos, quien después de sondear las opiniones de otras cancillerías –en especial la de EE.UU.– y observando que España carecía de apoyo en caso de tener que hacer frente a la agresión marroquí, resolvió que España se alejara de ese territorio, desentendiéndose de sus compromisos previos. Un conflicto bélico al principio de su reinado equivaldría a un proceso de «portugalización» de la transición española.

En lo que se refiere a Gibraltar y a Ceuta y Melilla –siempre a decir de Charles Powell–, España podía hacer poco respecto a la colonia enclavada en el Peñón, salvo normalizar las relaciones a ambos lados de la verja. Tiempo después, un Gobierno de Felipe González decidía abrirla unilateralmente.

Tiene particular interés la afirmación del ponente del acto, en el sentido de que Don Juan Carlos pensó seriamente ceder Melilla a Marruecos, a la vez que fortalecer la presencia española en Ceuta.

Muchas preguntas y algunas respuestas, todas ellas sin duda de enorme importancia. Abierto el melón de ese capítulo de la historia de España, convendría quizás continuar cubriendo de información las lagunas que han quedado pendientes y la aclaración de determinados acontecimientos que se produjeron en ese período nos ayudará, sin duda, a comprender mejor dónde se encuentra hoy la política exterior española… si en algún lugar existe.