Grandes esperanzas
Al final, se trata de que si es posible la transición energética (tan deseada, por otro lado) también debería ser posible una vacunación mundial, salvo que pensemos que pueda haber intereses creados que estén ralentizando esta puesta en marcha
Asistí, semanas atrás, a la presentación del libro La Buena Tecnología, escrito por dos personas con gran perspectiva sobre el tema. También al debate posterior a cargo de una buena mesa de profesionales que hablaba del advenimiento (si nos dejan…, como canta el bolero), de una tecnología más humana y cercana. No tan orientada al viaje a galaxias lejanas sino a ayudar en la transformación de la sociedad. Y que además permita esa vieja aspiración humana: una mejor distribución de la riqueza a través de una mayor igualdad de oportunidades. Se le generan a uno, como en la novela de Dickens, Grandes esperanzas de que al igual que al protagonista de la novela se permita un final, que a la vez es futuro, más dulce que amargo.
Tras la exposición y lectura del libro se puede pensar que la tecnología y cualquiera de sus creaciones, en su meteórica velocidad de progresión, de forma silenciosa, alcanzarán el poder que ostentan algunas ideologías, dada la capacidad de conocer quiénes somos, qué es lo que tememos, lo que nos gusta o no, si somos más de montaña o de playa… hasta la tortilla con cebolla o sin cebolla, si me apuran.
Se llegó a comentar en aquella sesión que por acumulación y manipulación de datos se podrán llegar a predecir los delitos que se van a producir en una determinada ciudad. La verdad es que pone los pelos de punta.
Lo importante y ahí está el desafío, es dotar de ética a esa tecnología que, de momento, ha propulsado una sociedad muy competitiva que no «rescata» a los menos capaces sino que hace más poderosos a los que ya estaban en buena posición. De la aplicación de una ética a la tecnología, es decir, tener un cierto control sobre «a dónde vamos», se podrá conseguir el objetivo de un «mejor vivir». Si no lo conseguimos será una ideología opresora, con todas las servidumbres que crean alrededor.
Tecnología, política, presupuestos y bonhomía unidos serían capaces de todo. Pero es difícil de aunar todo ello. De hecho, se comentaba en esta presentación que con una inversión de unos 50 billones (con b) de dólares se podría vacunar a toda la humanidad, es decir, tecnología puesta al servicio del bien común. Esta cifra, aunque enorme, es insignificante en comparación con el coste que se especula tendrá la transición energética, es decir, llegar a una sociedad más sostenible que no «queme» combustible fósil. Se habla de una cifra de 275 trillones (con t) de dólares. La diferencia es que la cifra grande existe y se maneja en foros internacionales. La cifra pequeña, la de las vacunas, no se maneja ni hay decisión tomada para propulsar la vacunación a gran escala destinando todos los medios que sean necesarios.
Al final, se trata de que si es posible la transición energética (tan deseada, por otro lado) también debería ser posible una vacunación mundial, salvo que pensemos que pueda haber intereses creados que estén ralentizando esta puesta en marcha.
Se comentó también, aunque sea hecho conocido, que no hay una razón especial para que la creación de la tecnología esté en uno u otro lugar del mundo. No hacen falta materiales concretos para crear un algoritmo revolucionario. Como bien sabemos por las industrias que tenemos (y las que no) en España lo que da poder y margen comercial no es el ensamblaje final, ni siquiera la fabricación. Es más bien la idea, la patente, por lo que es clave para atraer y retener tecnología el que aquellos que la van a crear –que no dejan de ser personas– encuentren un ambiente grato de vida.
Y aquí hay una serie de elementos en donde España no parte en desventaja respecto a otros países (a excepción del tiempo que se haya podido perder). A esas personas, como a casi todo el mundo, lo que les gusta es vivir en una sociedad tolerante y con calidad de vida (con mayor razón si tienen familia), por lo que no es casualidad que grandes centros de talento o de concentración del mismo estén en lugares donde es agradable vivir.
Por otro lado, la fiscalidad no debe agobiar, no puede ser descaradamente más alta que la de otros lugares a los que puedan marcharse fácilmente. De hecho, estamos viendo movimientos de profesionales y de corporaciones gigantes –que son muy visibles– de un lado a otro por el tema de los impuestos. Al no arrastrar plantas de fabricación de ningún tipo ni maquinarias pesadas se lo pueden permitir. Hablando claro: un país o regiones como las nuestras pueden «atraer» ese talento y empresas, aunque también los pueden perder si pierden el atractivo. Por cierto, se ha evidenciado que el talento gusta de estar con más talento. Por ello no es casualidad, de nuevo, esos lugares soleados en el mundo que ya ejercen por sí mismos de atracción para otras buenas cabezas y generan inercia de crecimiento.
Y, por último, la colaboración público-privada. Hay territorios en España que están muy despiertos en este tema y quieren llegar a altas cotas de digitalización y, por tanto, de atracción de talento; pero no todas van al mismo ritmo.
En definitiva –me permito modestamente opinar– hay «grandes esperanzas» de que podamos, como país, tomar este tren que es el del verdadero futuro, pero hay que salir de tanta batalla interna como la que tenemos diariamente.
- Tino de la Torre es empresario y escritor