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La mejor de la fiesta

Con toda certeza aprendió la lección: hay que tener las ideas claras y centrarse en algo, en lo que uno quiera, pero solo en una cosa. Y no dispersarse

Hubo un tiempo, no hace tanto, en que no se hacían botellones en las calles. Era algo impensable. No recuerdo si ya existía la palabra «cutre» aquellos días, pero, de existir el vocablo, beber en la calle y así en grupo, lo sería seguro.

Hace unos años éramos jóvenes, éramos estudiantes –más o menos estudiosos–, otros ya trabajaban y gustábamos de tomar tragos en función de los ingresos disponibles, que normalmente eran exiguos. Lo que pasa es que si tomábamos algo lo hacíamos bajo techo y se bebía lo que daba de sí el dinero. Los ingresos solían ser una mezcla de lo que venía del «Banco Padres» (con gran diferencia entre unos y otros) y los ingresos llegados de horas robadas al estudio en los trabajos que salían por ahí.

Según como marchara uno con sus economías se podía permitir más o menos presencia en los bares de copas; algunos con escenario. Y en esos escenarios empezaban algunos grupos pop que hoy siguen dando guerra.

Había algún avispao que llevaba oculta una petaca llena de ese magnífico whisky nacional y la conseguía meter en el garito. Pedía en barra un refresco –siempre más barato que el combinado– y hacía su propia mezcla. Y así podía estar en el ambiente con todos los derechos y participar de todo lo social: charlar, conocer gente nueva e intentar ligar.

Cuando los ingresos flaqueaban o los padres del que tenía «el piso grande» estaban fuera, allá que íbamos los amigos en alegre comitiva a pasar una tarde y noche despreocupada, escuchando música y tomando algo. En alguna esquina del salón unos cuantos aprovechábamos para ver en la tele cómo iba el partido. Y también había alguno que ya llevaba su tiempo enamorao y que penaba por los pasillos, cubata en mano, al haber recibido un no definitivo por parte de alguna de las chicas. Se le consolaba lo que se podía, pero el show debía continuar.

Tras unas cuantas horas de moderada parranda y alguna copilla encima, que siempre envalentona, llegaban los bailes lentos. Al menos en los ambientes que uno frecuentaba, por mucho que llamaran a eso bailes agarraos, lo cierto es que bailábamos tan pegados que seguramente un taxi podría haber pasado por en medio sin rozar ni a él ni a ella. Pero era suficiente para soñar un poco, cambiar alguna confidencia y hasta en algún caso albergar alguna esperanza.

En uno de aquellos eventos, que luego se recordaban durante semanas, ocurrió algo que he recuperado en la cabeza ante hechos de gran importancia geopolítica que estamos viviendo estos días.

Estábamos en lo mejor de la noche, en la temprana madrugada de aquel fin de semana. Una suave brisa movía los visillos en el tibio verano que comenzaba en Madrid. El que ponía los discos sabía escoger bien el repertorio. Todo esto junto con la mezcla de espirituosos, hizo que alguno hablara y no recordara lo que decía.

Bailaba con una, luego con otra; lo normal. De una andaba medio enamorado aunque no lo reconociera, de otra, no, pero da lo mismo y luego también con alguna otra chica de la que no sabía el nombre (qué mala cabeza para los nombres, siempre) y que era prima hermana de una de nuestra misma clase y que se había apuntado.

Durante los bailes, por agradar –quizá por halagar– un valiente empezó a decir a las chicas con las que bailaba: «Eres la mejor de la fiesta». En sí misma la cosa no tenía malicia alguna; es más, se podía haber perdido en la memoria, como siempre alguno perdía algo en aquellas fiestas que luego aparecía días después cuando, quien limpiara, lo encontraba al mover sofás.

Pero al parecer, las piropeadas lo comentaron: «Mira lo que me ha dicho fulano…». A lo que otra respondió: «Anda, pues a mí también…». Gran descrédito para el aspirante a Don Juan, risas alrededor y anécdota que se recuerda siempre por la torpeza del individuo. Con toda certeza aprendió la lección: hay que tener las ideas claras y centrarse en algo, en lo que uno quiera, pero solo en una cosa. Y no dispersarse.

Intentar estar a bien con todos y todas no suele salir bien. Te acaban pillando y no se fían de ti. Y cuando se trata de abordar temas muy importantes, en los que hasta se dirime la posibilidad de que comience una guerra, puede que uno no sea invitado a las grandes reuniones de líderes mundiales, ya que no se sabe al final cómo de confiables podemos ser. O de parte de quién estamos.

  • Tino de la Torre es empresario y escritor