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Viejas nostalgias televisivas

Hoy sería del todo imposible poder escuchar lo que en cierta ocasión dijo Amestoy al final de una de las emisiones de 'Vivir para ver': «¿Quieren ustedes ser felices? Pues no vean la televisión»

Mis primeros recuerdos televisivos nítidos se remontan a principios de los años setenta, una década que vi nacer con pantalón corto y pelo largo, pues entonces tenía yo apenas seis añitos de edad. De aquella época podría citar todavía hoy muchos programas que me gustaban especialmente, como Estudio 1, Un, dos, tres o Estudio abierto, además de casi todos los espacios infantiles, siendo Los Chiripitifláuticos, sin duda, mi gran favorito.

La verdad es que podría destacar también a numerosos profesionales televisivos de primera línea de aquellos años, situados tanto delante como detrás de las cámaras, si bien en esta ocasión me centraré esencialmente en uno, el excelente periodista Alfredo Amestoy. Le vi por vez primera en el programa 35 millones de españoles, que presentaba junto al malogrado José Antonio Plaza, otro grande de la pequeña pantalla. Lo que más me llamaba la atención de aquel novedoso espacio, que se empezó a emitir en noviembre de 1974, era el tono desenfadado y al mismo tiempo crítico que utilizaban sus conductores, algo que entonces, reconozcámoslo, no solía ser del todo habitual.

Según se reseñaba siempre en los títulos de crédito, 35 millones de españoles era un programa de TVE para «informar, orientar y defender al consumidor». De hecho, se subtitulaba Mirando la peseta. Más allá de ese oportuno y elogiable propósito, que cumplía muy bien, lo cierto es que además era un espacio muy entretenido y bien documentado. A modo de anécdota, podemos recordar ahora que en una de sus primeras emisiones se criticó un posible gran incremento en el recibo de la luz, que se temía que fuera de un 23 por cien. Como ven, algunas cuestiones y preocupaciones no parecen cambiar demasiado con el tiempo.

El siguiente programa de Amestoy, ya en solitario, fue Vivir para ver, que marcó un hito en Televisión Española. Se estrenó en octubre de 1975 y se emitió en dos etapas distintas, antes del inicio de la Transición y ya durante su desarrollo, con igual éxito. El esquema del espacio era, en apariencia, muy sencillo. Amestoy comentaba de forma amena cómo había sido la semana televisiva –entonces sólo había dos canales– mostrando diversos fragmentos de noticiarios, reportajes, películas, series, dibujos animados, obras teatrales, magazines, espacios musicales e incluso anuncios. Esos fragmentos daban pie a que Amestoy hiciera justo antes o después de verlos diversas reflexiones, siempre socarronas e irónicas, que a modo de inteligente contrapunto humorístico intentaban mostrar la distancia que desde hacía ya algún tiempo se empezaba a percibir entre la denominada España oficial y la España real.

El decorado de Vivir para ver era ya un hallazgo en sí mismo, un panel gigantesco en el que había varias pantallas de televisión, algunas reales y otras sólo dibujadas. Amestoy nos hablaba desde la parte central de dicho panel, que era un gran recuadro con un agujero que simulaba ser también una pantalla. Entre intervención e intervención, a veces se atusaba con sutil y elegante coquetería su rebelde flequillo, que llegó a ser casi tan famoso como el de otro grande de la televisión, Jesús Hermida. Uno de los detalles más divertidos de Vivir para ver era que Amestoy no sólo se dirigía a nosotros, los espectadores, sino a veces también a determinados figurantes colocados en la parte trasera del decorado. Ese punto surrealista acababa de redondear todo el conjunto.

Si Vivir para ver suponía ya, de manera implícita, una especie de estudio sociológico de la época, el siguiente proyecto de Amestoy, la serie documental La España de los Botejara, de 1978, profundizaba abierta y claramente en esa línea de observación sociológica. En dicha serie, pudimos conocer a los principales integrantes de la familia Botejara, originaria de la localidad cacereña de Villanueva de la Vera. Los protagonistas de la serie eran los hijos, nietos y bisnietos de Pedro Botejara. A través de sus propios testimonios personales, pudimos tomar conciencia de lo que había supuesto para miles de familias como los Botejara verse obligadas a abandonar el mundo rural en el que habían vivido siempre para ir en busca de nuevas oportunidades de carácter vital y laboral. En cierto modo, quién nos lo iba a decir, todavía hoy sigue pasando un poco lo mismo en varias regiones de nuestro querido país.

Algo más de cuatro décadas después de La España de los Botejara o de Vivir para ver, sigue sorprendiéndome todavía hoy la calidad, la frescura y la originalidad de los programas ideados por Alfredo Amestoy. Lo mismo podríamos decir de las creaciones de otros irrepetibles pioneros, como Chicho Ibáñez Serrador o José María Íñigo. Cuando uno vuelve a ver ahora los espacios que ellos y otros maestros pusieron en marcha o dirigieron, siente una profunda nostalgia, pero no sólo ni principalmente porque hoy ya no llevemos pantalón corto ni tengamos el pelo largo.

Muchos de nosotros añoramos aquella lejana época televisiva porque, paradójicamente, en nuestro actual presente de decenas de canales de TDT, de plataformas y de streaming no resulta demasiado habitual poder ver programas que, como los citados, estén presididos por la inteligencia, la elegancia, el respeto al espectador o la ironía siempre brillante. Seguramente, hoy sería del todo imposible escuchar lo que en cierta ocasión dijo Amestoy al final de una de las emisiones de Vivir para ver: «¿Quieren ustedes ser felices? Pues no vean la televisión». Al hacernos esa especie de guiño más o menos travieso, a medio camino entre la mordacidad y la picardía, Amestoy volvió a demostrar ya entonces que era todo un precursor.

  • Josep María Aguiló es periodista