Noche de lluvia en Madrid
Todas aquellas canciones, como las de Los Modelos, nos hablaban de amores difíciles, de ilusiones nacientes, de ocasiones perdidas o de anocheceres lluviosos en una ciudad que queríamos que algún día llegase a ser también la nuestra
Para miles de amantes de la música pop, entre los que me incluyo, uno de los mejores grupos que existieron en nuestro país fueron Los Modelos, una banda que nació a principios de los años ochenta y que, a pesar de su gran calidad, tuvo una vida muy efímera, de apenas dos años. Sus cinco componentes históricos eran Ramón Garrido, Guillermo Pérez de Diego, Casilda Fernández, Sergio Rodríguez y Patxi San Vicente.
Aún guardo en casa, como oro en paño, el mini LP que se editó en 1983 con sus mejores temas, con canciones tan hermosas y tan melancólicas como Tenemos que hablar otra vez, Las gafas negras, El perdedor, En primer plano o Noche de lluvia en Madrid. En aquel momento germinal, de gran efervescencia musical en nuestro país, pensaba que tras ese primer disco vendrían luego otros vinilos más de esta maravillosa banda madrileña, al igual que había sucedido ya con otros excelentes grupos que también me gustaban mucho, como Los Secretos, La Frontera o Los Pistones. Pero la pronta e inesperada disolución de la banda que lideraba Ramón Garrido hizo que ese segundo trabajo no llegase a hacerse ya nunca realidad.
Muchos otros grupos que también formaron parte de la irrepetible «Movida» madrileña acabarían publicando igualmente un único trabajo, una circunstancia que con el tiempo haría que la mayoría de ellos cayeran injustamente en el olvido. Una de las pocas excepciones en ese sentido creo que se dio con Los Modelos, que los amantes del pop mantuvimos de algún modo siempre en nuestro recuerdo y en nuestra memoria, como suele ocurrir también siempre con quienes fueron en su momento nuestros primeros y apasionados amores de juventud.
En cierta ocasión leí que la música pop de aquellos años nos había salvado la vida. Y, en cierta forma, creo que fue efectivamente así. Desde entonces y hasta ahora, por nuestras vidas han ido pasando casi sin darnos cuenta los años y luego las décadas, aunque siempre con la inseparable y benefactora compañía de todas aquellas canciones y melodías que tanto bien nos hicieron. En la actualidad, su pervivencia está además más que asegurada, gracias a las distintas redes sociales y a los servicios de transmisión de música digital que permiten volver a escuchar –o descubrir– a todos los míticos grupos de los ochenta casi en cualquier espacio, momento o lugar.
En el caso de Los Modelos, de todas sus composiciones, una de mis favoritas era y sigue siendo Noche de lluvia en Madrid, porque reflejaba muy bien la melancolía, la nostalgia o la soledad que podemos llegar a sentir en una gran ciudad, incluso aunque en ese momento seamos muy jóvenes y tengamos apenas veinte años. Esa era la edad y esas eran las sensaciones que yo tenía mayoritariamente entonces, a principios de los años ochenta, en Palma de Mallorca, mi ciudad natal. Recuerdo también que ya en aquella época soñaba con poder ir a vivir a Madrid algún día no demasiado lejano y empezar una nueva vida, que imaginaba muy vinculada a la literatura o al cine.
Tanto Noche de lluvia en Madrid como otros grandes temas de Los Modelos plasmaban muy bien cómo imaginaba yo que podrían llegar a ser algunos de mis posibles anocheceres futuros en mi hipotético nuevo destino. Así, imaginaba que en las calles mojadas por la lluvia se reflejarían melancólicamente, al mismo tiempo, el ámbar intermitente de los semáforos, los neones de los pequeños cafés y la tenue luz de las farolas decimonónicas del Madrid romántico. En esas calles seguramente casi desiertas se reflejarían también, en cierto modo, una contenida tristeza y un cierto desamparo vital, que en las horas nocturnas serían quizás algo mayores que en cualquier otro instante del día.
Esas sensaciones tan concretas las había experimentado ya en las calles de mi ciudad, cuando en las tardes o en las noches de lluvia paseaba por el Paseo Marítimo o por el centro histórico de Palma. Los jóvenes en principio más solitarios fantaseábamos también entonces con la idea de que algunas personas no aún del todo perfiladas o definidas quisieran llegar a conocernos, quedando quizás primero para tomar un café, y charlando a lo mejor luego a lo largo de toda la noche, hasta la madrugada, como preludio de una incipiente posible gran amistad o de una hermosa historia de amor.
Las ensoñaciones románticas de ese tipo rara vez llegaban a cumplirse o a hacerse realidad, esencialmente porque en el fondo los solitarios no solíamos llegar a cambiar o a modificar nuestra propia condición de solitarios. Seguramente, esa era una de las principales razones por las que nos identificábamos tanto con todas aquellas canciones que, como las de Los Modelos, nos hablaban de amores difíciles, de ilusiones nacientes, de ocasiones perdidas o de anocheceres lluviosos en una ciudad que queríamos que algún día llegase a ser también la nuestra.
«Es una noche de lluvia en Madrid,/ no tenemos sitio a donde ir./ Todas las puertas están cerradas,/ nadie atiende a nuestras llamadas/ y los teléfonos no dejan de comunicar», decía el inolvidable estribillo de Noche de lluvia en Madrid. Tantos años después, es posible que para muchos de quienes fuimos jóvenes entonces, o de quienes lo son también ahora, esas noches de lluvia sigan siendo de algún modo todavía así, solitarias, mágicas y melancólicas.
- José María Aguiló es periodista