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TribunaJosep Maria Aguiló

Añoranza de 'Hill Street'

Un elemento común en las tres series era que se nos planteaban diversos conflictos, en no pocos casos de carácter ético, que como espectadores nos obligaban a tomar partido por alguna de las posiciones que se defendían

Desde la llegada de las primeras series norteamericanas televisivas a nuestro país en los años sesenta, cada generación de seriéfilos ha solido tener siempre sus propias series favoritas que, en general, no solían ser muchas en total, normalmente cuatro o cinco, en parte porque en España había entonces sólo dos cadenas.

Esa situación fue evolucionando poco a poco con la llegada de los canales privados y hoy en día ha cambiado ya casi por completo, debido al continuo lanzamiento de series en las distintas plataformas. Esa acumulación de producciones no sólo dificulta que uno pueda confeccionar ahora un listado más o menos breve reseñando sus series actuales más queridas, sino que en algunos casos puede acabar generando incluso una especie de estrés «post-seriático».

Para intentar ayudar a rebajar un poco ese posible estrés, tan propio de estos tiempos, voy a recurrir hoy a la nostalgia y a hablarles de tres series televisivas de los ochenta de las que muchas personas de mi generación guardamos un muy buen recuerdo, Canción triste de Hill Street (1981-1987), Hospital (1982-1988) y Lou Grant (1977-1982). Durante sus años de emisión, cada una de ellas tuvo un gran reconocimiento crítico y unas audiencias medias bastante sólidas, que aun sin llegar a ser nunca excesivamente altas, estuvieron conformadas siempre por unos seguidores muy fieles y leales.

Las tres fueron impulsadas por la productora MTM Enterprises, que había sido creada por la gran actriz Mary Tyler Moore a finales de los años sesenta. El logo de su compañía era un entrañable guiño al de la todopoderosa MGM cinematográfica. Así, si dicha «major» mantuvo durante décadas en su logo un impresionante león, la compañía de Tyler Moore mostró siempre a un pequeño y tierno gatito.

De la mítica Canción triste de Hill Street, creada por Steven Bochco y Michael Kozoll, podemos decir que era ya especial y diferente desde sus mismos títulos de crédito. En ellos se nos mostraban varios vehículos de policía circulando por unas calles invernales, frías y lluviosas, de una gran ciudad sin nombre, mientras escuchábamos los bellos y melancólicos acordes musicales de su inconfundible sintonía, compuesta por Mike Post. Ese comienzo nos daba ya un poco la pista de cuál se quería que fuera el tono general de la mayoría de episodios y de la serie en su conjunto. Algo parecido ocurría también con los títulos de crédito de Lou Grant y de Hospital.

En el caso de Lou Grant, veíamos al inicio de cada capítulo el animado ambiente de la imaginaria redacción del diario Los Angeles Tribune, con la música de Patrick Williams de fondo. En el caso de Hospital –cuyo título original era St. Elsewhere–, su estilo nos recordaba inequívocamente al de Canción triste de Hill Street. Así, lo primero que se nos mostraba en cada episodio era un plano exterior del vetusto inmueble del ficticio Hospital St. Eligius de Boston, situado en una zona algo deprimida de la ciudad y siempre necesitado de fondos y de recursos. El tema musical original era de Dave Grusin, uno de los más grandes compositores norteamericanos de estas últimas décadas.

Otro gran acierto era la configuración de sus respectivos e impresionantes repartos. Si el de Canción triste de Hill Street estuvo siempre liderado por el magnífico Daniel J. Travanti, el de Lou Grant lo estuvo por el inolvidable Edward Asner. En Hospital, en cambio, el protagonismo estuvo normalmente algo más repartido, esencialmente entre los veteranos Ed Flanders, Norman Lloyd y William Daniels. Además, algunos de los «médicos» del St. Eligius acabarían triunfando posteriormente en Hollywood, en especial Denzel Washington, si bien también lo hicieron en mayor o menor medida Ed Begley Jr., David Morse, Bruce Greenwood o Mark Harmon.

Un elemento común en las tres series era que, en la mayoría de episodios, se nos planteaban diversos conflictos, en no pocos casos de carácter ético, que como espectadores nos obligaban a tomar partido por alguna de las posiciones que se defendían o por alguna de las soluciones propuestas por los personajes protagonistas. Paralelamente, gracias a estas tres producciones, empezamos a ver casi por vez primera en la pequeña pantalla la exposición de diversas problemáticas sociales que hasta entonces eran muy poco frecuentes en los seriales de televisión, como la violencia de género, la marginación, la pobreza, el racismo, la intolerancia, los abusos, los conflictos laborales o la corrupción en casi todas sus posibles formas y variantes.

Ideológicamente, estas y otras creaciones de MTM tenían un planteamiento esencialmente liberal, en el sentido de centrista o de progresista según los cánones políticos propios de Estados Unidos, en unos años en que en dicho país parecía preponderante un renovado conservadurismo ideológico y moral, liderado sobre todo por el Partido Republicano. En ese contexto, las tres series citadas buscaban ofrecernos una visión lo más completa posible de la compleja sociedad norteamericana de los ochenta.

En los guiones de Canción triste de Hill Street, Hospital y Lou Grant, invariablemente fieles a esa propuesta liberal, había siempre un trasfondo de idealismo y de búsqueda de la justicia social. En cualquier caso, el carácter también realista y a veces casi documental de muchos episodios nos hacía entender y aceptar que la bondad, la ilusión o la rectitud no siempre son suficientes para solventar los conflictos, que en algunos casos acaban siendo finalmente irresolubles.

Si hoy sentimos añoranza de esas tres inolvidables series de los ochenta y de otras que llegarían ya en los noventa, como Urgencias, Star Trek Voyager o Ley y orden, no es sólo porque eran excelentes, que también, sino porque además nos ayudaron, de algún modo, a intentar ser siempre mejores personas.

  • Josep María Aguiló es periodista