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TribunaMar Llera

La OTAN y China

La UE y Estados Unidos están de acuerdo en el reto estratégico que presenta la creciente asertividad internacional de China, aunque muchas veces difieran en cómo abordarlo

La irrupción de la guerra de Ucrania está abriendo un nuevo periodo histórico en el orden geoestratégico mundial, caracterizado una vez más por la división entre bloques: por una parte, la Unión Europea junto a Estados Unidos, el Reino Unido y sus aliados tradicionales; por otra, Rusia y su gran valedor en el escenario internacional, China, junto a una cohorte de países emergentes. «Nos enfrentamos a amenazas multifacéticas, una competencia sistémica de poderes asertivos y autoritarios, así como crecientes desafíos de seguridad», se subrayó en la cumbre de 2021.

El actual contexto exige distinguir con nitidez qué actores internacionales favorecen el orden democrático-liberal en cuya defensa España se encuentra comprometida, y quiénes procuran su destrucción. No cabe duda de que el más inminente reto a Europa en materia de seguridad es Rusia. Ahora bien, China no se queda a la zaga. La OTAN ya advertía el pasado año que «sus ambiciones declaradas y su conducta asertiva presentan desafíos sistémicos para el orden internacional y en áreas relevantes para la seguridad de la Alianza». Esta advertencia se ha revelado premonitoria con ocasión de la crisis de Ucrania, respecto a la cual China mantiene un papel de calculada ambigüedad que disimula el alcance de su pacto estratégico con Rusia, reforzado en el encuentro entre los presidentes Xi y Putin semanas previas a la invasión. La abstención china en la votación del Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU justo al inicio de la crisis, así como su insistencia en la responsabilidad de la OTAN como instigadora del conflicto, son indicios reveladores del posicionamiento de Pekín.

En consecuencia, es fundamental que nuestro país desarrolle una política exterior coherente con su compromiso euroatlántico y reconozca de modo asertivo y explícito cuál es su lugar en la nueva política de bloques que se está pergeñando. Ahora más que nunca debemos «apoyar el orden internacional basado en reglas» y «desarrollar un nuevo concepto estratégico que se convierta en referencia doctrinal en los próximos años», como prometimos al unísono con los demás miembros de la Alianza Atlántica durante la pasada cumbre.

Esto no solo afecta a nuestras relaciones con Rusia, cuyo rumbo hemos reorientado según las directrices de nuestros socios a raíz de la crisis de Ucrania, sino que debe influir también en nuestras relaciones con China.

Así lo ha entendido la Unión Europea, al permitir el deterioro de sus relaciones con el gigante asiático debido a su manifiesta divergencia en materia política y ética. Entre los motivos concretos de este deterioro se encuentran las medidas recientemente desarrolladas en Hong Kong, que conculcan de facto la fórmula de gobernanza «un país, dos sistemas», las violaciones de derechos humanos en Xinjiang, las sanciones frente a parlamentarios e intelectuales europeos, el empeño chino por el liderazgo tecnológico global, sus ambiciones en el mar de China meridional y su presión militar sobre Taiwán. (La reciente apertura de una oficina diplomática de este país en Lituania ha constituido un adicional motivo de desencuentro con Europa). El último hito en este elenco de despropósitos es la posición china respecto a la crisis de Ucrania, sustentada sobre una alianza estratégica entre Pekín y Moscú que pretende avanzar hacia un nuevo orden mundial desoccidentalizado.

Este es el marco desde el que se debe entender el veto al acuerdo de inversiones con China que la Unión Europea llevó a cabo en mayo de 2021, abortando así el fruto de siete largos años de negociaciones. Esta decisión fue justificada por la flagrante violación de derechos humanos en la región china de Xinjiang y las consiguientes sanciones impuestas por Pekín a los parlamentarios, investigadores y think tanks europeos implicados en la denuncia. También jugó un papel importante la creciente desconfianza de Bruselas ante la habilidad del ejecutivo oriental para pergeñar acuerdos asimétricos, ya que se auguraban mayores beneficios para la parte china que para la europea.

La UE busca una nueva relación con los Estados Unidos frente al reto de China. La Comisión Europea ha preparado un borrador que llama a una nueva alianza con EE.UU. subrayando que hay una necesidad de que las democracias afirmen sus valores ante los regímenes autoritarios, y de que se defiendan de los mercados cerrados que explotan la apertura económica de otros países. El documento refleja que la UE y Estados Unidos, como sociedades democráticas abiertas y economías de mercado, están de acuerdo en el reto estratégico que presenta la creciente asertividad internacional de China, aunque muchas veces difieran en cómo abordarlo.

La XXIII cumbre entre la Unión Europea y China, que tuvo lugar el pasado 1 de abril, albergaba esperanzas de que las relaciones pudieran revitalizarse. Sin embargo, Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ha concluido lo siguiente: «Debido a la creciente asertividad de China, tanto en el plano doméstico como internacional, ha quedado claro que no compartimos los mismos valores políticos (…), comenzando por los derechos humanos, que Pekín interpreta de un modo incompatible con la visión europea. (Además), China ha pretendido dejar de lado nuestras diferencias respecto a Ucrania. Tampoco ha querido tratar sobre derechos humanos y otras cuestiones. Aspiraba a focalizarse en lo positivo. Ahora bien, la Unión Europea ha dejado claro que esta compartimentalización no es factible ni aceptable».

  • Mar Llera es directora de Estudios Orientales del Departamento de Periodismo I. Universidad de Sevilla