Ya se fueron
Decía mi padre que no se puede estar un poco embarazada. O se está o no se está. Del mismo modo que no se puede estar un poco muerto. O en un barrio o en el otro
Ya se fueron. Y como en toda fiesta con invitados que interesan mucho a la familia y que, afortunadamente, acabó bien, los anfitriones respiran aliviados, se sientan en una silla cómoda. Él se afloja la corbata, ella se baja del tacón, un trago largo y mañana ya recogeremos todo esto. Además, también se pensará si el esfuerzo ha merecido la pena, es decir, qué resultado se ha conseguido.
Por la calle lo que se dice es que la puesta en escena ha sido inmejorable, la Familia Real vendiendo país ha estado brillante y respecto «a lo nuestro» poca definición.
A este respecto decía mi padre que no se puede estar un poco embarazada. O se está o no se está. Del mismo modo que no se puede estar un poco muerto. O en un barrio o en el otro. Y quizá en esta cumbre, de la que se esperaba mucha contundencia, el mensaje ha sido que no queda completamente claro si estamos con problemas graves o no. Y si los problemas que tenemos por delante lo serán o no. Es evidente que sí, pero se ha envuelto todo de tules para que la verdad no haga mucho daño: a veces la prudencia también puede ser excesiva.
Tanta ha sido tanta la prudencia que parecía que se hubiera aplicado el principio máximo del bricolaje, el que todos tenemos en mente cuando agarramos la taladradora, el martillo o la llave inglesa: no dejarlo peor.
Me recordó a algunos momentos de la novela, llevada al cine de forma magistral, Lo que queda del día, en donde en la mansión de Lord Darlington en la campiña inglesa se celebraba una reunión extraoficial de personalidades influyentes con el fin de intentar aflojar algunas exigencias del Tratado de Versalles, que tras la Primera Guerra Mundial, asfixiaban a la Alemania perdedora. Se alcanzaron acuerdos que olvidaron algo llamado «mundo real» y, por supuesto, comenzó la terrible Segunda Guerra Mundial.
La única verdad es que vivimos es un mundo inestable lleno de seres humanos inestables, algunos más inestables que otros. Por eso hay policía y hay ejércitos y tenemos OTAN –guste o no–. La paz y la tranquilidad por la que uno trabaja individualmente cada día se puede desmoronar en cualquier momento por una tragedia sobrevenida (una muerte inesperada, un desastre natural) o porque un megalómano ponga el mundo patas arriba de vez en cuando.
Se trata de aceptar que la vida es injusta y es adversa; que en la tierra se hacen surcos y se hunde la semilla y se espera el agua que muchas veces no llega. Y esos surcos son los que se le trasladan a la cara del campesino que, tras tanta fatiga, ve que tendrá muchos meses con preocupaciones. Es curioso ver cómo en la vida que es más expuesta a lo natural, también en la vida de los antiguos, se entendía que había momentos buenos y malos (casi siempre más los últimos) y aguantar era la clave de todo. Porque la vida no es bonita; es la vida, tal cual. Y hay problemas que no conviene hacer más pequeños de lo que son.
Y respecto a lo nuestro ha ido bien pero no tanto. No hemos conseguido un apoyo claro respecto a la hipotética defensa de Ceuta y Melilla, a pesar de que se ha comprometido mayor esfuerzo en gasto militar y más presencia de soldados y barcos en las bases.
Así que quedémonos con lo bueno: la imagen de país seguro, la exhibición de buenas maneras (compensando otros momentos de estos últimos años) y visitas a museos y palacios que auguran que el turismo cultural (ese que gasta dinero) mirará para Madrid y España.
También hemos recuperado una relación de cierta cordialidad con Estados Unidos. Lo de amistad sería exagerado.
Y aunque duela a muchos no olvidemos: Si vis pacem para bellum. Y sin anestesia.