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tribunaÁlvaro de Diego

Banderas y la promoción del linchamiento

El despellejamiento sale barato y en él colabora en ocasiones la prensa, que debería dar ejemplo de lo contrario

Antonio Banderas, el más internacional de nuestros intérpretes, se ha desmarcado en un diario del sectarismo presente («mi partido político es la democracia») y ha defendido la legitimidad de nuestra Monarquía parlamentaria. Hace unos años la restante prensa recogía este tipo de declaraciones e, incluso, se permitía comentarlas. Hoy resulta habitual que rotativos digitales construyan muchas de sus piezas recurriendo a los linchamientos colectivos habituales en las redes. Eso ha hecho una conocida cabecera de izquierdas a propósito de lo expresado por el actor malagueño.

«Creo que el hombre civilizado del presente sufre de insuficientes descargas de su instinto de agresividad». Konrad Lorenz (1903-1989), galardonado con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1973, marcó un auténtico punto de inflexión en los estudios sobre la conducta comunicativa del ser humano. Hoy, sin embargo, habría tenido que rectificar su afirmación. El periodismo, que etimológicamente viene de «periódico», en su acepción clásica ha desaparecido. El mundo actual no contempla un suministro pautado de informaciones y un consecuente momento para su asimilación. Lo analógico ha sido barrido por lo digital en un presente continuo donde se difuminan, cuando no se fulminan, los límites entre fuentes y audiencias. «Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir; (...) un tiempo para callar, y un tiempo para hablar», rezaba el Eclesiastés (y Pete Seeger lo llevó a canción folk). Pues bien, ya no parece haberlo. El pensamiento (sic) Twitter favorece la instantaneidad y lo banal se enseñorea de la nube. En el peor de los casos, el odio asienta sus reales en el etéreo banco corrido de las redes. Los límites a la libertad de expresión, en realidad, siguen siendo los mismos, pero la protección de los damnificados se hace mucho más difícil. Los canales de fácil acceso e instantánea y masiva respuesta, así como la relativa impunidad de los infractores, lo propician.

Lorenz, junto a los también premiados en 1973 Tinberger y Von Frisch, sentaron las bases de la Etología. Esa disciplina se ocupa desde entonces del estudio de la conducta animal, con especial atención al aspecto comunicativo. Lorenz, director del Instituto Max Planck de Etología, estudió a lo largo de años la aclimatación del ánsar –el palmípedo danubiano, no el mostachudo aliado de Bush Jr. en las Azores– a su medio natural. Partiendo de una minuciosa observación y comparación de pautas conductuales, este científico austriaco llegó a establecer que hábitos relacionados con el amor maternal o la lactancia resultaban similares en personas y primates superiores. De hecho, lo mismo parecía ocurrir con los comportamientos egoístas y altruistas y, sobre todo, con las demostraciones de agresividad.

Los hallazgos de Lorenz siguen vigentes. Ahora bien, ha cambiado radicalmente el medio natural en el que se desenvuelven y desencadenan las conductas humanas. Las fabulosas redes sociales se han transformado, en parte, en un inmenso vomitorio donde se vierte la inquina, se enaltece el terrorismo o se denigra a muy diversas víctimas. Son el escenario donde un actor como Banderas, que ha llevado como nadie la imagen de España por el mundo, puede convertirse en un Marsias inesperado. El despellejamiento sale barato y en él colabora en ocasiones la prensa, que debería dar ejemplo de lo contrario.

El fenómeno parece responder a una especie de subcultura Amazon. Al igual que el gigante de la distribución satisface el hedonismo de que todo ha de estar disponible en el mismo momento en que surge la necesidad o el deseo, las redes permiten el desahogo inmediato de los instintos violentos. Pero lo virtual es real, porque sus efectos lo son, especialmente en el caso de las expresiones de odio. Y es quizá la banalidad lo que distingue a estas conductas de las de las bestias (recuérdese a Hannah Arendt).

Por todo ello el verano es un buen momento para la desconexión... digital. Es ocasión propicia para regresar al principio y comprender que hay un tiempo para cada cosa. Quizá para redescubrir el colosal legado cinematográfico de un director desaparecido, para mancharse los dedos de tinta con inesperadas entrevistas en lo que resta de los «periódicos», para refugiarse en digitales con principios (como El Debate) o confirmar el valor de la lectura, que se decanta pausadamente como los buenos vinos o las amistades que no prescriben. Y, en fin, para comprobar una vez más, como el personaje de El poder y la gloria, que «el odio no es más que el fracaso de la imaginación».

  • Álvaro de Diego es director del Departamento de Periodismo y Narrativas Digitales de la Universidad CEU San Pablo