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TribunaManuel Sánchez Monge

La práctica del aborto, una fuente de angustia

Que puedan abortar menores, a los 16 o 17 años, sin permiso de sus padres y sin obligatorio tiempo de reflexión, es una aberración. Necesitan, en cambio, permiso de sus padres para hacer una excursión o someterse a cualquier intervención quirúrgica

Si no se protege la vida humana en todas sus fases, el orden moral se derrumba y con él, la sociedad. Julián Marías escribió en 1982: «Vivo angustiado hace varios años al saber que todos los días se mata, fría y metódicamente, a miles de niños aún no nacidos, se les impide llegar a ver la luz, se los expulsa del seno materno –la más íntima y profunda de todas las casas del hombre–, se los echa a morir». Y puso de manifiesto que su difusión del aborto a grandes ámbitos de nuestra sociedad se debe a que unos la fomentan y otros no hace nada por detenerla.

Despenalizar el aborto y, más aún, reconocerlo como un derecho, no es nada progresista, sino retroceder a épocas trasnochadas en las que eliminar a las personas dependía solamente del poder del que lo decidía. Es muy difícil comprender algo tan cruel como matar a un ser humano nacido o en proceso de nacer. Supone un paso más, y no precisamente para bien, la modificación de la ley del aborto aprobada recientemente por el Gobierno de nuestra nación. Que puedan abortar menores, a los 16 o 17 años, sin permiso de sus padres y sin obligatorio tiempo de reflexión, es una aberración. Necesitan, en cambio, permiso de sus padres para hacer una excursión o someterse a cualquier intervención quirúrgica. Y es una ley que coacciona a muchas personas. No solo en cuanto a la pretensión totalitaria de elaborar un listado de objetores entre los médicos que no quieran realizar abortos, porque se sienten obligados por el Código Deontológico de su profesión y algunos por la Fe que rige sus vidas. Por otra parte, fuentes del Ministerio de Igualdad afirman que los centros de salud sexual y reproductiva van a distribuir la píldora del día después de forma gratuita.

Como ha manifestado el arzobispo de Valladolid, Mons. Argüello: «La defensa y la protección de la vida es una de las fuentes de la civilización y una de las líneas rojas que expresan la salud moral de un pueblo». Y añade: «Los avances de la ciencia nos hacen afirmar, con toda fuerza, que en el seno de una mujer embarazada existe nueva vida que es preciso acoger y cuidar, para lo que hay que defender a la madre». Acoger y atender a las futuras madres y a sus hijos ya lo hacen tanto instituciones eclesiales como civiles con todas las garantías. Para culminar los despropósitos, esta ley incluye como delito la actuación de grupos que pacíficamente ofrecen a muchas mujeres alternativas al aborto hasta el último momento.

Como católicos tenemos una visión del hombre creado por Dios, una antropología que debemos transmitir a la sociedad porque es un bien para todos. Esta visión pasa por el respeto a la vida en el seno de la madre porque es un don de Dios. Presentamos nuestra visión del derecho a la vida con respeto, pero con toda firmeza. Y por supuesto también hemos de acoger a aquellas mujeres que en su momento abortaron, para acompañarlas y ofrecerles siempre motivos de esperanza.

Ha llegado el momento de rezar intensamente para que se defienda la vida desde el instante de su concepción hasta la muerte natural y de colaborar activamente para que leyes como ésta que comentamos desaparezcan cuanto antes del conjunto de la legislación española. No podemos callar porque seríamos cómplices y debemos pararnos a pensar qué respuesta activa en favor de la vida debemos dar cada uno: individuos, familias, comunidades, instituciones…, todos.

  • Manuel Sánchez Monge es obispo de Santander