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TribunaGonzalo Ortiz

La cumbre de Samarcanda

Parecía que iba a producir un endoso para Rusia, que podría presumir de tener un importantísimo grupo de países a su lado. Pero el «espíritu de Shanghái» en un mundo que Xi quiere «estable, pacífico, próspero y hermoso» parece lejos de esta realidad

Cuando en 2001 visité Samarcanda, en Uzbekistán, no era consciente de que en ese mismo año se había fundado en Shanghái una organización que, en su origen, tenía como objeto la creación de una zona de libre comercio. Correspondió al entonces primer ministro chino Wen Jiao Bao la idea de una Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que agrupara a China, Rusia, y a las cinco exrepúblicas soviéticas de Asia Central. Entonces, estos países de Asia Central me parecieron fascinantes, pero arrastrando considerables carencias de la época soviética.

En estos 20 años, la organización ha ido evolucionando al compás de rápidas transformaciones. Tiene elementos de «seguridad» (la reciente intervención de fuerzas rusas en Kazajistán) por lo que algunos han querido ver en ella una especie de anti OTAN asiática. En los últimos años, ha desarrollado también proyectos energéticos conjuntos y, singularmente, un consejo interbancario para financiar proyectos de gas y petróleo.

A los miembros originales se han ido incorporando otros estados, concretamente la India y Pakistán en Asia del Sur, y después de la cumbre de Samarcanda de los días 15 y 16 de septiembre, también el Irán. Cuenta, además, con 10 estados asociados. El conjunto de estados miembros significa el 60 por ciento de Eurasia, y el 40 por ciento de la población del planeta, así como el 24 por ciento del PIB mundial.

La celebración de la cumbre había sido precedida en esos días por un curioso viaje apostólico del Papa Francisco a Kazajistán, (su número 38, y todavía no ha venido a España) a un congreso de líderes de religiones mundiales y tradicionales, y digo curioso, dado el estado de salud del Pontífice y el hecho de que coincidiera su estancia con la del líder Xi Jinping, con el que no se encontró. Con quien tampoco coincidió fue el con el patriarca ruso Cirilo, acérrimo defensor de Putin, que canceló su asistencia a última hora.

La cumbre de Samarcanda había despertado mucha expectación por muchas razones: se trataba de la primera cumbre presencial desde la pandemia de la covid (y el presidente Xi no había salido de China durante todo este tiempo), y era también la primera cumbre después del 24 febrero, el día que se inicia la agresión rusa a Ucrania. Rusia y China son grandes potencias y el crecimiento de la India los últimos años ha sido espectacular. En estos años desde su fundación los países miembros han cobrado mayor relevancia estratégica. Por otra parte, su celebración llega tras el aumento espectacular del precio de materias primas y del gas y petróleo de los últimos tiempos (en Eurasia hay considerables reservas de uranio y gas). Y China e India no habían criticado la invasión rusa ni aplicado sanciones, por lo que se podía esperar que hicieran bloque con la posición de Putin.

Pero como aprecia acertadamente el general retirado Jesús Argumosa, Putin fue a por lana y salió trasquilado. Xi expresó su preocupación por la guerra y pidió que se acabara cuanto antes. Del «querido amigo» y la «amistad sin límites» se pasó a una fría foto de familia. El primer ministro indio, Narendra Modi, se expresó de forma parecida: «Hoy no se hacen guerras», o «no es el momento para una guerra». Otro dirigente relevante, que acudía como observador, el presidente turco, Erdogán, pidió a Rusia devolver los territorios arrebatados al Gobierno de Kiev.

La 22 reunión plenaria de la OCS en Samarcanda no ha traído grandes declaraciones pero sí sorpresas relevantes. La revuelta popular en Kazajistán en enero del 22 es sintomática de la inestabilidad que padecen estas antiguas repúblicas soviéticas, donde existen importantes minorías rusas, y queda la herencia burocrática del leninismo y de los antiguos líderes ligados al partido comunista.

Recientemente Spatsofindia.in, citando fuentes de la CIA, recogía un termómetro de los 1.000 próximos nacimientos que se producirán en el mundo. De ellos, 172 corresponden a la India, 103 a China, 47 a Pakistán, 10 a Rusia y 10 a Irán, todos ellos miembros de la OCS (a Europa corresponden 52, y 2 a España), con lo que casi la mitad de estos niños que nacerán mañana corresponden a países de esta organización.

La cumbre de Samarcanda parecía que iba a producir un endoso para Rusia, que podría presumir de tener un importantísimo grupo de países a su lado. Pero el «espíritu de Shanghái» en un mundo que Xi quiere «estable, pacífico, próspero y hermoso» parece lejos de esta realidad. La OCS, respetando las «legítimas preocupaciones de seguridad de Rusia» parece haber indicado al dirigente ruso que también se debe respetar la soberanía e integridad de Ucrania.

  • Gonzalo Ortiz es embajador de España