Fundado en 1910
TribunaUnai Buil

Follett, Girard y la guerra que nadie quiso

Follett coincide con Girard en señalar que la respuesta violenta al ataque sufrido no repone la paz perdida; antes bien, lo que hace es agravar el conflicto original de manera insospechada

Ha vuelto. El conflicto total que nadie deseó está amenazando de nuevo a Europa. Y al orbe entero. Ya lo anunció el año pasado Ken Follett en una sobrecogedora ficción que se ha revelado profética. En su novela Nunca (2021), el escritor galés presentaba la aterradora posibilidad de una reedición de la guerra planetaria, pero caracterizada por un estilo bélico más directo que el desplegado en las anteriores entregas: el apocalipsis atómico universal.

Lo ha vuelto a hacer. La guerra que nadie quiso ha regresado. Así ocurrió la última vez, en 1914 y, nuevamente, en 1939, cuando las dos mayores confrontaciones armadas de la historia devastaron el mundo. Ahora, en 2022, ese mundo es Ucrania. Todas las ánimas se congregan, expectantes, en torno a la Gran Puerta de Kiev, invocadas al ritmo de la música del eslavo Mussorgsky, que suena más indescifrable que nunca.

Sí: realmente, ha vuelto. Por desgracia, lo ha hecho. Los temores de conflagración nuclear han renacido. Y, como dice Putin, no es un farol. Sin embargo, a Ken Follett no le ha cogido desprevenido tal funesto regreso. Gracias a su perspicacia narrativa e investigadora, el autor de Los pilares de la Tierra se dio cuenta de que la Gran Guerra fue un conflicto que nadie quiso pero que todos contribuyeron a traer. El hallazgo de Follett demostraba que una ley oscura imperó sobre la voluntad y la conciencia del mundo en 1914. También en 1939. Era la ley suprema del eterno retorno de la violencia mimética, ley tan antigua y tan actual como la humanidad misma.

En su trilogía The Century, referida al siglo XX (La caída de los gigantes, El invierno del mundo, El umbral de la eternidad), el escritor de Cardiff revela el secreto de la inconmensurable envergadura de la guerra contemporánea, que no es otro que la inexorable naturaleza vengativa de la violencia humana. El antropólogo René Girard (1923-2015), para referirse a este fenómeno, generalizó la expresión «escalada a los extremos» en su libro Clausewitz en los extremos (2007). El mensaje de esta obra es que «la verdad de la guerra es la violencia como verdad. Y la guerra es la verdad de la política». Cuando se desencadena la violencia, sobre todo en sociedades con aplicación industrial a la producción de armas, los resultados son imprevisibles, pues lo único previsible de la sociedad humana es la universalidad de la venganza. Parece no haber excepción, dado que nadie renuncia a vengarse. El gran delirio de la vendetta es pensar que, devolviendo la agresión recibida del enemigo, los dos quedamos en paz otra vez. Follett coincide con Girard en señalar que la respuesta violenta al ataque sufrido no repone la paz perdida; antes bien, lo que hace es agravar el conflicto original de manera insospechada. Así, al final de Nunca, el presidente Chen le indica a la presidenta Pauline: «Nuestra respuesta será mesurada […] y no promoverá el recrudecimiento del conflicto. Después podrá pedirnos que nos comprometamos a no emprender nuevas acciones militares». El problema es que ese después nunca engendra la paz, sino una escalada a los extremos, es decir, una imitación hiperbólica de la agresión padecida. Si la respuesta emitida es la misma violencia recibida, el diálogo destructor continúa. Siempre. Todos son tan defensores en sus mentes como agresores en las de los demás.

Para que la contienda no escale, la respuesta del enemigo es la clave, pues solo cuando se replica con la paz cesa la violencia. En este sentido, el asesinato del heredero del Imperio austrohúngaro el 28 de junio de 1914 por parte de un nacionalista serbio fue el motivo que desencadenó la Gran Guerra. Robert, uno de los personajes de La caída de los gigantes, indica: «Incluso es posible que los servicios serbios actuaran contraviniendo directamente los deseos del gobierno […] pero eso no cambia nada en absoluto […] Serbia debe ser eliminada». Walter, el interlocutor de Robert, le pregunta si lo dice en serio, a lo que se le contesta: «Todo depende de la respuesta». Y Robert, como Putin, tampoco iba de farol, pues la respuesta de las naciones europeas en 1914 ya la conocemos; y también sus consecuencias: una violencia indómita, por utilizar las palabras del historiador Julián Casanova.

La guerra, tristemente, ha vuelto al Viejo Continente. La imitación de la violencia ajena como fundamento de la política internacional es uno de los descubrimientos de la teoría girardiana, cuyas bases son expuestas también en la literatura de Ken Follett. Cuando las comunidades humanas se abandonan a las reglas de la violencia mimética y ceden a su lógica, convierten tal violencia en un principio todopoderoso que acaba utilizando a las naciones como títeres inconscientes de su voluntad aniquiladora. Así comenzó la Gran Guerra; por no renunciar a la venganza, vino el conflicto que nadie quiso. Y así se está desarrollando también la actual contienda en Ucrania.

Ante esta situación, Girard ya notó en su libro Cosas ocultas desde la fundación del mundo (1978) que la renuncia a la violencia es la «condición sine qua non de la supervivencia para la humanidad misma»; y lo es en 1914, en 1939 y, especialmente, en 2022. Dos veces el ser humano fracasó mundialmente en su tarea de renuncia. Que no fracase por tercera vez y que nunca suceda Nunca depende de la respuesta; de la respuesta del mundo en Ucrania.

  • Unai Buil es profesor y doctor en filosofía