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TribunaFernando Maura

Los orígenes del populismo contemporáneo

¿Conducirán los populismos a unos nuevos totalitarismos, como asegura el intelectual francés Pierre Rosanvallon? El profesor Zamora opina que es aún demasiado pronto para saberlo

El populismo –en la definición que generalmente es más aceptada del fenómeno, consistente en la preeminencia de respuestas sencillas a problemas complejos, la denuncia de una pretendida casta dirigente, la evocación de un hombre fuerte como solución providencial, la denuncia de los regímenes parlamentarios como ineficaces– se está extendiendo notablemente en nuestras sociedades democráticas, como una mancha de aceite, pervirtiendo buena parte de sus características originales. Por poner sólo algún ejemplo reciente: la escuálida victoria de Lula sobre Bolsonaro en Brasil –1,8 puntos de distancia, la más ajustada de su historia reciente–; el nuevo Gobierno italiano, que ha debido desprenderse de los ropajes pro-fascistas de alguno de sus componentes para concretar un guiño a las autoridades comunitarias; o el nuevo Gobierno de derechas en Suecia, que ha debido contar con el apoyo del ultraderechista Demócratas suecos para asegurarse una mayoría parlamentaria. Únase a estos datos, la victoria de muchos candidatos republicanos –abiertamente pro-Trump en no pocos casos– en las elecciones del mid term.

Conviene por lo tanto detenerse a considerar los orígenes del fenómeno populista, esfuerzo que la asociación LVL ha realizado conjuntamente con la Universidad de Comillas y con la Fundación Transición Española, que contó con la ponencia inaugural de Javier Zamora, profesor titular del Departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas de la Universidad Complutense de Madrid.

Comparaba el profesor Zamora la situación que estamos viviendo en estos años con la que inauguraba el año 1917 y el ciclo revolucionario que se abría en España ese año. Sentenciados a cadena perpetua los miembros del comité organizador de los sucesos de agosto –entre los que se encontraban Largo Caballero y Besteiro– escribiría Ortega que «la sentencia nació muerta», y que la revolución era la explosión de un descontento positivo. Positivo o no, el Gobierno de concentración presidido por don Antonio Maura y compuesto por las más importantes personalidades y partidos del régimen monárquico llamado a desaparecer, previo paso por la dictadura de 1923, excarcelaría a los organizadores de aquel asalto al poder. España se transformaría, pocos años después, –siempre a decir de Ortega– en una «olla de grillos cocidos en sangre».

La presentación del profesor de la Complutense repasaba a continuación eso que ha sido la década del descontento que nació con la crisis de la bolsa de Wall Street de 2008 y que, como el famoso winter of discontent de 1978-79 que condujo a Margaret Thatcher al poder, tendría una alargada sombra que se cierne hasta la crisis de los gilets jaunes en Francia en 2018. Un descontento que ya es intergeneracional y que afectaría a las clases más desfavorecidas, pero que impactó también significativamente en las clases medias, que han sido siempre garantía de estabilidad de las democracias occidentales.

No ha sido –aseguraría Zamora– ajeno a la extensión del descontento la capacidad amplificadora que del mismo han tenido las redes sociales, con el habitual acompañamiento de las fake news y de la posverdad, fenómenos que construyen una ficción alternativa cada vez más abruptamente distante de la realidad de las cosas y de la identificación de los auténticos problemas que afectan a la sociedad.

La consigna final del fenómeno no ha sido otra que la rotunda crítica a la democracia liberal, expresada en la idea destructiva del «no nos representan». Según los organizadores de esos movimientos, la democracia no sería sino un sistema elitista, por lo que la forma establecida de participación tendría que ser definida como deficitaria. Además, los políticos no cumplirían generalmente lo que prometen y estarían aflorando casos de corrupción que la situación anterior de crecimiento económico había ocultado.

Como consecuencia de todo ello, el futuro no sólo resulta incierto sino que tampoco ofrece oportunidades siquiera a la esperanza. La precariedad laboral, el coste de la vida, sumen a las nuevas generaciones en un abismal pozo sin fondo. El Estado del bienestar, construido por el ingente esfuerzo de las generaciones a partir de la posguerra, empieza a hacer crisis.

En el ecosistema del descontento faltaba por aparecer una especie depredadora más: la globalización y la consecuencia de la deslocalización de las empresas, que se ha traducido en una nueva división social: los ganadores y los perdedores, siendo éstos últimos mayoría. Y otro componente que los populistas de la derecha extrema han considerado nocivo igualmente: el de la inmigración, que ya se asocia a la incertidumbre del futuro de los puestos de trabajo o al incremento de la inseguridad social. Tampoco falta en la galaxia del descontento un astro llamado Unión Europea, tan elitista como las clases políticas nacionales y, todavía, bastante menos representativa y mucho más burocrática que aquéllas.

¿Conducirán los populismos a unos nuevos totalitarismos, como asegura el intelectual francés Pierre Rosanvallon? El profesor Zamora opina que es aún demasiado pronto para saberlo, otros consideramos que al menos no ocurrirá así en todos los casos, al menos si continúan operando en estos casos algunos contrapesos interiores o exteriores.

Entre las nivelaciones interiores –de acuerdo con el profesor–, la defensa a ultranza de las democracias liberales como único procedimiento aceptable para resolver nuestras diferencias, el refuerzo de la práctica del consenso y su contrario, el destierro de la polarización y la descalificación permanentes y la adopción de las modificaciones legislativas necesarias para mejorar y fortalecer nuestro sistema de participación.

Y algunas medidas más, seguramente. Pero es preciso detenerse aquí, si no pretendemos desbordar la pretensión de este artículo.

  • Fernando Maura es director del foro LVL de política exterior; Cristina Gortázar es profesora de Derecho Internacional Público, Relaciones Internacionales y Derecho de la Unión Europea en la Universidad Pontificia Comillas; y Pablo Zavala es director de la Fundación Transición Española.