Por qué la Inmaculada con el niño de la Magdalena de Sevilla no puede ser de Velázquez
La adscripción a Velázquez se hace por la calidad del cuadro, como si Pacheco no pudiera haber pintado nunca una obra tan sobresaliente teniendo semejante discípulo
Desde el momento en que se expuso la Inmaculada con el Niño de la parroquia de la Magdalena de Sevilla defendí la atribución a Francisco Pacheco en distintos medios de comunicación locales y, más tarde, publiqué un estudio del cuadro en las Actas de CIHUM 2022 (Dykinson, 2022, 523-556). Sin embargo, obviando todo ello, el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, que restauró la obra en 2021, dictaminó el 24 de enero que este sería el primer cuadro realizado por un Velázquez de quince años que se encontraba entonces aprendiendo el arte de la pintura en el taller de Francisco Pacheco. Creo que existen varias evidencias para desmentir esta propuesta.
Pacheco se significó en la llamada guerra concepcionista que hubo en Sevilla a principios del XVII y como Pineda, Cid, Toro o Vázquez de Leca, se integró en la Congregación de la Granada como recientemente han estudiado González Polvillo, Campese Gallego o Vicente Lleó. Con esta y otras pinturas, defendía un manifiesto inmaculista y cristológico en favor de la ecclesia spiritualis. Cuando cree el IAPH que Velázquez realizó este cuadro no era más que un adolescente, atento, quizá sí, pero ajeno por edad y sensibilidad a estas cuestiones teológicas como prueban sus inmaculadas seguras de la Fundación Focus (c.1617) o la de la National Gallery (c.1618), tan distintas de la de la Magdalena en composición, uso del color y hasta en sentido religioso.
La adscripción a Velázquez se hace por la calidad del cuadro, como si Pacheco no pudiera haber pintado nunca una obra tan sobresaliente teniendo semejante discípulo. Esta consideración emana de un juicio adeudado en demasía de la visión retrospectiva de la fama que otorgó a Velázquez el biógrafo Antonio Palomino cuando lo imaginó formándose en una «cárcel dorada del arte» regentada por Pacheco, que experimentó también su propia evolución, primero tras el viaje que hizo por Toledo y Madrid y segundo cuando comenzó a apreciar la pintura que realizaba su yerno Velázquez ya como maestro en Sevilla, ya como pintor de corte en la capital.
Pacheco firmó algunas de sus inmaculadas con el monograma OFP. La de la Magdalena no tiene inscripción, aunque algunos hayan querido ver en los mástiles y las velas desplegadas del galeón inserto en la zona inferior las iniciales «D D V» que corresponderían a «Diego De Velázquez». Dejando de lado aseveraciones tan peregrinas, es muy posible que, como le ocurriera a la Inmaculada con Miguel Cid, el lienzo de la Magdalena haya podido ser ligeramente recortado para adaptarlo a un nuevo bastidor, perdiéndose así la firma del mismo.
Habría que recordar las particularidades del sistema de aprendizaje gremial para que el estudio de las autorías no acabe con el del conocimiento de la realidad histórica. Los aprendices que tuvo Pacheco alcanzaron el rango de maestros con posterioridad a la fecha (1615-1616) que propone el IAPH como de realización del cuadro. Velázquez se examinó en marzo de 1617, Francisco López y Alonso Cano en 1620. Por tanto, Velázquez no puede ser el autor de este cuadro si fue realizado antes de ser maestro, ya que si lo hubiera pintado dentro del obrador de Pacheco sería considerado como de Pacheco oficialmente, pues el mundo gremial siempre tomó al titular del oficio como autor de las obras salidas de su taller y a los integrantes del mismo como meros colaboradores. Si se quieren ver, con más intención que rigor científico, rasgos velazqueños en esta pintura, el único que puede admitirse como tal es el flequillo del Niño Jesús, que recuerda vagamente al utilizado para el Divino Infante en la Adoración de los Reyes Magos (1619) o para la niña retratada a lo divino en la Inmaculada Concepción o Virgen Niña estudiada recientemente por Navarrete. Esto no puede interpretarse como un detalle de autógrafa genialidad como si Velázquez fuera el Leonardo que, según Vasari, insertó los ángeles en el Bautismo de Cristo de su maestro Verrocchio, sino como prueba de que Velázquez, una vez consagrado, obligó, estéticamente, a variar la manera de pintar de sus maestros Herrera el Viejo y Francisco Pacheco, seducidos por las novedades naturalistas de su antiguo discípulo.
Varios modelos utilizados por Pacheco son muy semejantes a este: parece ser el mismo que el de la Inmaculada de la parroquia de San Lorenzo (1624) o el de la Anunciación (1620) de la Universidad de Sevilla. La cara del Niño Jesús es una versión mejorada de la muy anterior de la Santa Ana, la Virgen y el Niño de la iglesia de Santiago de Sevilla y, por ello, la cronología que propongo es posterior, ya muy avanzados los años veinte o incluso treinta si se sigue el rastro documental de, al menos, cuatro inmaculadas firmadas por Pacheco (hoy en paradero desconocido) entre 1630 y 1639.
Las fuentes empleadas por uno y otro pintor para sus inmaculadas difieren. Como identificó Navarrete, fueron las estampas difundidas por Durero como La Virgen y el Niño sobre la luna creciente y La Virgen y el Niño sobre la luna creciente con una diadema (1514) las que tomó aquí Pacheco. Sin embargo, el anillo de flores se asemeja al de ángeles recurrentemente empleado por Wierix. Para la composición y sentido general, quizá pudo inspirarse en la Virgen de la Antigua de la Catedral, una de las grandes devociones de la época. Por contra, las fuentes manejadas por Velázquez para su revolución naturalista son otras: los grabados de Sciaminossi, los plegados de Martínez Montañés o las sinergias con Luis Tristán.
El tafetán simple sobre el que está realizada la pintura es como los utilizados por Pacheco para cuadros de parecido tamaño y el color verde empleado era recurrente por parte de este artista.
No habiendo arrojado la restauración del IAPH ningún dato concluyente en contra de esta atribución, hasta el momento en que se encuentre una referencia documental directa o algún testimonio primario que pudiera ratificarla o rechazarla, esta pintura debe ser incluida dentro del catálogo de Francisco Pacheco como una de sus más excelentes obras.