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TribunaJosé F. Martín Cinto

El hombre y su libertad de elección

Me pregunto hasta cuándo la humanidad va a seguir negando a Dios, ya que está más que probado que sólo en Dios podremos encontrar la felicidad, que se basa en su inmenso amor por el hombre y en el perdón que siempre quiere darnos

A raíz del desarrollo de los acontecimientos en Ucrania, que empezaron como un conflicto de fronteras en las zonas colindantes con Crimea y que estamos viendo con honda preocupación, que se trata de una guerra total con todas sus consecuencias, parece que, sin duda, de una manera u otra, se convertirá en breve plazo, si Dios no lo remedia, en una auténtica tercera guerra mundial.

Desde el principio de la humanidad, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios y, por tanto, libre. Esto le permitió, desde el minuto uno, elegir su destino y corregir sus errores, pero la historia nos enseña que prácticamente siempre nos hemos empeñado en elegir enfrentarnos con el Creador con nuestras decisiones y basados en nuestra libertad parta decidir por nosotros mismos. Así, hemos llegado a creer que el único Dios del hombre es el propio hombre.

Empezamos a desarrollar el mal en nuestro interior con Caín, que asesinó a su hermano Abel, por envidia, al ver que las ofrendas de Abel al Señor eran buenas y las suyas sólo eran malas porque ofrecía lo peor que tenía, con ánimo de conservar su patrimonio. No es este artículo el lugar para detallar la historia del hombre, pero creo que merece la pena hacer referencia a lo que viene sucediendo cíclicamente con nuestro devenir en la tierra.

El primer ejemplo lo tenemos en Noé; había llegado la humanidad a tal grado de depravación, totalmente apartada de Dios y sólo imperando la ley del más fuerte, que como leemos en el Antiguo Testamento, el Señor salvó a Noé, su familia y muchas especies de animales y aves, haciéndole construir un arca de gran tamaño que sirvió para que sobreviviese la humanidad y las especies que necesitamos, y una vez todos dentro del Arca, sobrevino el diluvio que asoló la tierra durante más de cuarenta días, hasta que el arca se posó en la ladera del monte Ararat. Después, los descendientes de Noé, como únicos seres humanos del planeta, se desplazaron hasta la llanura de Babel, hablando un solo idioma, pero allí otra vez imbuidos por ser ellos su propio dios, decidieron hacer una torre que les permitiera llegar hasta el cielo, pero Dios, viendo otra vez su rebeldía, decidió que todos ellos hablaran diferentes lenguas y así tuvieron que abandonar la construcción de la torre al no entenderse de ninguna manera. Más adelante en Babilonia, el pueblo de Israel estuvo cautivo por sus pecados de idolatría y rebelión contra Dios. Así mismo en Sodoma y Gomorra, como consecuencia de su horrible maldad y degeneración y sin más dios que ellos mismos, Dios los hizo desaparecer enviando del cielo fuego y azufre.

Estos ejemplos ilustran desde antiguo la capacidad del hombre de volver a dejar de lado a su creador una y otra vez y emprender un camino basado en sus propias fuerzas que, inevitablemente, siempre ha llegado a un final fatídico para todos.

No cabe duda, que existe una constante a lo largo de la historia, que lleva al hombre a querer dominar a otros hombres y pueblos y se demuestra en definitiva, que todo lo que se ha conseguido así a lo largo de la historia, han sido imperios aparentemente definitivos y que sin embargo, han desaparecido sin dejar apenas rastro para las siguientes generaciones. Creo que hay un denominador común en toda esta lucha de poder a lo largo de la historia, que es la crueldad que desarrolla el hombre, para cumplir sus objetivos por encima de todo.

Sin volver más la vista atrás y centrándonos en los siglos XX y XXI, vemos que en el siglo pasado tuvimos dos guerras mundiales de una crueldad nunca vista, además de otras guerras no tan conocidas pero igual de crueles como Vietnam, los Balcanes, etc, que asolaron el mundo y generaron un dolor difícil de imaginar sin estremecernos.

Lo que está claro, es que en el mundo moderno, las guerras no sólo las libran los ejércitos, sino que la primera táctica es intentar causar el mayor daño posible a la población civil, con desprecio absoluto por sus vidas, en aras de una futura victoria. Hoy en día nadie de verdad repara en el inmenso sufrimiento, dolor y muerte de la población civil, compuesta por hombres, mujeres y niños que, en realidad, ni les va ni les viene la guerra, siendo sujetos pasivos que, sin embargo, son los verdaderos receptores de estos grandes holocaustos de población civil.

Ahora estamos igual en Ucrania, donde, siento decirlo, no tengo una idea, ni clara ni oscura, de lo que de verdad está pasando; después de casi un año sólo tenemos informaciones y datos muy parciales, que no reflejan para nada lo que de verdad se intuye que está pasando. Sí vemos un gran negocio, con la venta de todo tipo de armas a los contendientes, lo que no quita que creo que el mundo entero vive con la angustia de un posible empleo de armas nucleares, que con los inmensos arsenales acumulados por las grandes potencias, podría llegar a ser su uso el fin de la humanidad que conocemos y probablemente sin solución de poder continuar.

Me pregunto, hasta cuándo la humanidad va a seguir negando a Dios, ya que está más que probado que sólo en Dios podremos encontrar la felicidad, que se basa en su inmenso amor por el hombre y en el perdón que siempre quiere darnos con nuestro arrepentimiento de todas nuestras tropelías.

Termino diciendo que, como cristianos, somos hijos de Dios por el Bautismo y como tales, estamos llamados a seguir el camino marcado por Él con la Encarnación, Muerte y Resurrección de su Hijo, Jesús nuestro Señor, que vino a darnos la Salvación y el perdón de todos nuestro pecados, así como la esperanza de la Vida Eterna para siempre en el Cielo.

  • José Fernando Martín Cinto es licenciado en Ciencias Físicas