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TribunaTino de la Torre

No sé por qué le llaman Cabezón

Alguna manera habrá de conciliar (la hay) un cine que entretenga «con un poquito de mensaje», que guste y que muestre un país apetecible

Han pasado unos días desde los Goya. La transmisión se nos fue a más de tres horas. Lo primero que llama la atención es que en un mundo (el del entretenimiento) en el que se ha impuesto la velocidad y la inmediatez en la narración de cualquier contenido sea necesarios más de 180 minutos (en Internet todo va en minutos) para hacer ese acto, si es que lo que se pretende es capturar audiencias de toda edad y condición.

Es cierto que en los Oscar de Hollywood la duración es parecida, pero el glamour no es el mismo, por decirlo de alguna manera. Aparte de que en esa ceremonia y en esa industria no hay una confusión como la que tenemos por aquí: ¿el cine es cultura o es entretenimiento?.

El que escribe, tras haber prestado servicios bastantes años en la industria en cuestión, es ahora mero consumidor de cine y creo que sigue ocurriendo que el cine pretende ser cultura (a veces con «k») para una parte importante de guionistas, directores y productores: los creadores, en suma. También lo es para Gobiernos que apoyan proyectos muy progresistas (o woke) con el fin de presentar una imagen del país muy extraña en ocasiones.

Para la mayoría del público (esos que pagan la entrada con su IVA correspondiente y con otros impuestos sostienen las subvenciones) el cine es entretenimiento. Más o menos reflexivo pero una evasión al final.

Esta diferencia de criterio entre unos y otros es la que lleva a «los unos» a producir fantasías onírico-freudianas que a nadie interesan, a excepción de la familia y pareja del que produce y dirige y cuatro más. El fracaso en taquilla suele ir acompañado de una frase con mucho desdén: «Este país no está preparado para entender mi película». Si se viene muy arriba suele añadir que «el tiempo la juzgará».

El entretenimiento en el cine no es solo hacer películas «de risas» o de pura acción con helicópteros y bofetadas cada diez segundos; consiste en conectar con el interés de grandes audiencias y, siendo audaz, ir un poco más allá trasladando mensajes sociales, familiares, patrióticos (¿por qué no?), inclusivos, de aprendizaje de la historia…

Hay cine (por ejemplo, el francés) que es particularmente brillante en este tema. Son muchas las películas francesas que atraen a las salas a millones de personas y en donde se plantean problemas de todo tipo sobre la realidad actual y al final se encuentran soluciones imaginativas. Y todo ello con un toque irónico, inteligente, de sonrisa suave y conciliadora. Por cierto, son películas que luego se venden bastante bien por el mundo dejando una estela de ingresos, de país y de cultura a imitar.

Por su parte, el cine español ya despertó de la «obligación» de hacer películas donde se contaba la Guerra Civil desde diferentes perspectivas buscando siempre acertar con lo «políticamente adecuado» del momento. Ya no hay remordimientos en hacer comedias, dramas o suspense que casi nunca consiguen premios de ninguna academia pero hacen buen dinero en taquilla. Es decir, que gustan, entretienen y, en muchos casos, algo te dejan.

Y no olvidemos que el que opta por el entretenimiento no entiende de nacionalidades. Entiende de lo que le gusta o de lo que le aporta algo. Y esta visión, bien entendida por todos, quizá daría aún más lustre a nuestra industria. Y de paso, podemos aprovechar para vender mejor el país. Eso que tanto se critica del cine de otros países, sobre todo de uno. Alguna manera habrá de conciliar (la hay) un cine que entretenga «con un poquito de mensaje», que guste y que muestre un país apetecible.

Por cierto, no comprendo por qué al premio ahora le llaman «Cabezón», incluso en los medios. Goya es suficientemente corto e importante y esa trivialización parece que no respeta al genio ni al cine español.

  • Tino de la Torre es empresario y escritor